En la España franquista existía un órgano represor por el que pasaba todo lo publicable fueran películas, libros o revistas. Cualquier tema era susceptible de ser recortado por las manos de la moral, pero si había algo que la censura no podía soportar era la imagen de un pezón. Insinuar sí, pero nunca mostrar, y menos si ello –más allá del supuesto exhibicionismo– llevaba implícito un mensaje transgresor, reivindicativo o en el peor de los casos, feminista.
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