No soy una persona que se oponga sistemáticamente a los grandes eventos. Mucho menos a los Juegos Olímpicos, que me parecen un gran espectáculo y que suelo esperar casi religiosamente. Por eso me molesta la imposibilidad de articular un debate razonable sobre el tema, poniendo encima de la mesa lo que nos van a costar y qué beneficios pueden tener para la ciudad, para situar la decisión final en una consulta popular, pues es al pueblo de Madrid al que deberían corresponder este tipo de decisiones.
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