En los últimos tres años han aparecido varias obras audiovisuales documentando la decadencia y caída de una de las ciudades emblema de Estados Unidos. Primero fueron las imágenes bellas y aterradoras con el título Detroit's Beautiful, Horrible Decline, de Ives Marchant y Roman Meffre que dieron la vuelta al mundo, poniendo sobre la mesa cómo había afectado la reconversión industrial y la crisis económica a la capital del estado de Michigan.
El año pasado llegó Requiem for Detroit?, de Julien Temple, afamado director de documentales musicales. A lo largo de 2009, Temple había oído que la situación en la ciudad era crítica, así que reunió a un pequeño equipo y se lanzó a plasmar el estado de "una urbe sin ley", como él mismo definió.
Ahora se estrena mundialmente Detropia, de Heidi Ewing y Rachel Grady, que remata el diagnóstico, y declara la situación de la ciudad como terminal, si no ya con rigor mortis.
La espectacularidad de los hechos avala la necesidad de documentar el proceso audiovisualmente. El déficit en las arcas de la ciudad es de 162 millones de dólares, y eso exclusivamente para este año. Según Detroit News, la mitad de los propietarios de casas de la ciudad no pagan impuestos porque han abandonado sus propiedades. El estado de Michigan ha perdido la mitad de sus empleos dependientes de la industria en los últimos diez años y su capital sigue encabezando las listas en lo que a violencia se refiere. El panorama es desolador: la ciudad que crecía más rápidamente en los años treinta ha pasado a ser la que más rápido pierde población: de 1.800.000 habitantes a mediados de siglo pasado ahora ha quedado reducida a 700.000.
Quizás una de las razones de la fascinación que ejerce Detroit sea esa huida en masa. El documental de Temple, Requiem for Detroit?, dejaba constancia del éxodo y, como fenómeno, de su velocidad. En el film, uno de los protagonistas, que rebusca entre las ruinas de los edificios, explica lo que parece ejercer tanto estupor: "Es como si todo el mundo hubiera salido corriendo de un día para el otro", dice. Y así lo siente el espectador: más que imágenes de una ciudad en decadencia, nos encontramos ante lo que parece una ciudad postapocalíptica, el escenario de una pandemia o de un ataque zombi. Los datos avalan la magnitud de esa sensación: en la actualidad, cada veinte minutos una familia abandona la ciudad.
El desplome es de tal calibre, que cuando la revista Time serializó en 2011 las fotografías de Ives Marchant y Roman Meffre, éstas dieron la vuelta al mundo inmediatamente. La belleza de las ruinas han sido, históricamente, una constante como síntoma del auge y caída de cualquier imperio, pero las imágenes de Detroit resultan aún más impresionantes. Y es que la metáfora era demasiado buena para dejarla pasar: la ciudad más representativa del capitalismo estadounidense quedaba reducida ahora a un escenario fantasmagórico.
Y no hay que olvidar que el golpe ha dado directamente a las entrañas del sueño americano, aquello que conforma su identidad como mito: el coche y la música. Detroit era el corazón de la industria automovilística, dónde tenían sus cuarteles generales Ford, Chrysler y General Motors, y, por ende, dónde se había gestado la imagen del coche como elemento generador de riqueza, felicidad y autenticidad americana. Pero la ciudad conocida como Motown también había sido sede del sello con el mismo nombre, que popularizó el sonido soul con influencias pop en todo el mundo y creó una verdadera corporación musical. La marca Motown, que en su momento aupó y serializó el sonido de artistas como Marvin Gaye, The Supremes o The Jackson Five, hace tiempo que se "deslocalizó", primero a Los Angeles y más adelante a Nueva York. La discográfica que una vez generó la banda sonora de varias generaciones ha pasado de mano en mano a corporaciones de mayor tamaño. Ahora es propiedad de Universal Music.
El presente y el después
Detropia resulta una película especialmente significativa como ejercicio documental. En un momento del film, una joven bloguera de la ciudad pasea entre los escombros y graba las imágenes de un antiguo teatro derrumbado. Cuando habla, relata el pasado lleno de triunfos de la ciudad. "Me siento desplazada", dice. "Quizás es que veo todo esto y siento que pertenezco a un tiempo anterior, a algo que no viví".
Tanto Detropia como Requiem for Detroit? plantean interrogantes con respecto al futuro. ¿Qué se puede imaginar después de tal derrumbe? Julien Temple parece vislumbrar la esperanza en los jóvenes que van llegando a la ciudad atraídos por las propiedades baratas y la posibilidad de crear un mínimo autoempleo a través de la agricultura o pequeños nuevos negocios. Las directoras de Detropia, sin embargo, creen que estos nuevos moradores no generarán raíces ni prosperidad a la larga. "De momento no hacen uso de los servicios públicos. Cuando tengan que hacerlo verán que no tendrán dónde educar a sus hijos y abandonarán la ciudad", ha declarado recientemente Heidi Ewing, una de las realizadoras del film.
Como esa joven que graba imágenes, parecería que la ciudad ha dejado de ser un espacio de significación histórica para convertirse en un nuevo no-lugar, lleno de memorias que no son propias. Entonces es cuando se ve que estas películas e imágenes cobran un sentido peculiar: ¿en qué momento antes de éste ha sido uno testigo y narrador de un derrumbe en directo? En definitiva, quizás Detroit fascina tanto como contemplar los grandes desastres, las bombas atómicas o los accidentes mientras suceden.