La tragedia vuelve a golpear España en las vías del tren. Cualquiera que sea nuestra realidad queda tapada por el terrible balance de víctimas que arroja el descarrilamiento del ALVIA Madrid-Ferrol, a las puertas de Santiago de Compostela. Hablamos a esta hora de 77 muertos y unos 140 heridos. Es decir, salvo algunos afortunados que han salido ilesos, casi la totalidad de viajeros y personal de RENFE han sido afectados. Sean cuales sean las causas, este saldo es impropio del primer mundo. El último similar fue en 1972, en vida de Franco.
Otra vez vagones retorcidos, cuerpos a la orilla de los raíles, angustia de familiares en el periplo entre hospitales y tanatorios, cuerpos rotos, dolor. Apenas se conocen aún las historias personales, las vidas truncadas, esas circunstancias que convierten en excepcional y más emotiva la muerte que no toca. Y de nuevo la solidaridad de este pueblo que responde como ninguno –lástima que no aproveche su potencial en todo momento- a las catástrofes. Con eficacia y solidaridad paradigmáticas. Desde el primer momento acudieron (tuvieran o no servicio) profesionales de la sanidad y bomberos –tan vilipendiados por el gobierno-, policías, vecinos a dar sangre, comida, mantas. Rajoy respondió a su modo: enviando un mensaje de copia y pega en el que de nuevo se coló la condolencia por un accidente anterior: el reciente terremoto de Ganzu en China. Hoy, tarde, acudirá a hacerse una foto. No le prestemos un minuto más de atención. Por ahora.
Los trenes del Norte suponen un viaje largo. En concreto, el Madrid-Ferrol se lleva 8,27 horas en uno de los trayectos y 7,36 en el otro. Frente a los AVE que representan la cara del progreso de nuestro sistema ferroviario, las líneas que cubren Galicia, Asturias, Santander o el País Vasco, mantienen la idea del tren de toda la vida. El que camina lento, para en muchas estaciones, y permite conocer a los vecinos de vagón, o a los empleados del convoy. Grandes profesionales éstos que tratan de aliviar tan largo trayecto. Turnan sus destinos entre uno y otro recorrido: trabajan en los trenes del Norte. Y me duelo de un par de interventores en concreto que no sé si tenían turno ayer. Estaban muy contentos porque “pronto, con las obras en la vía para el AVE, acortaremos el tiempo en dos o tres horas”. No sabían, sin embargo, qué sería de ellos con la inminente privatización.
España (y Portugal) venía utilizando un ancho de vía superior al de Europa para salvar la orografía del terreno, justificaban las autoridades. La irrupción de
La curva de A Grandeira se materializó en chapuza por los datos que aportan los medios. Viene de un largo tramo recto con vía de Alta Velocidad y se topa con la tradicional. Obliga a un brusco frenazo. Se hizo, además, muy cerrada para no tener que expropiar a demasiados propietarios y pagar más dinero. El maquinista, desesperado, confesó anoche que iba a 190 kms/hora en lugar de a 80 como –de repente- marcan las señales. ¿Falló el tren? ¿La señalización? ¿… las personas obligadas a llegar puntuales so pena de rebaja de plus?
A la espera de respuestas, hoy es día para el dolor, la muerte inmensa y absurda. Solo debemos exigir desde ya, que se esclarezca la verdad y no vuelva a haber maniobras para ocultarla, como es desgraciada tradición en ciertas políticas de nuestro país.
El tren al norte ofrece el premio de un paraíso de paisajes y saber disfrutar. Vidas rotas, restos de maletas y enseres cargados de promesas truncadas, se han quedado en el camino. Nuestro más inmenso abrazo para los heridos y las familias de las víctimas.