El batacazo electoral del Parti Québecois (PQ) en las elecciones provinciales (autonómicas) del 7 de abril ha sido tan tremendo que importantes líderes e intelectuales independentistas han hablado de la desaparición del partido y han entonado el réquiem por el proyecto de país.
Bernard Landry, antiguo premier de Quebec (2001-20033), ha afirmado que el PQ debe realizar una "profunda reflexión post-mortem". La activa pequista -y antigua parlamentaria- Louise Beaudoin ha señalado que, tras 40 años de lucha, para ella ha llegado el momento de "tirar la esponja", recurriendo a la imagen de abandono en un combate de boxeo. El prestigioso intelectual pequista Gérard Bouchard -que presidió, junto a Charles Taylor la Comisión sobre la acomodación razonable de la diversidad cultural (2007-8) - ha hablado de la necesidad de reconstruir el partido, aunque la considera una tarea poco menos que imposible. A su juicio, la inexorable vinculación del PQ al independentismo como seña de identidad le pone "plomo en las alas"; tratar de sobrevivir le obligaría a renunciar a su propia razón de existir.
Se está hablando -algunos comentaristas, como la prestigiosa Chantal Hébert, venían haciéndolo ya desde tiempo atrás- del riesgo de que el PQ sea "partido de una sola generación"; de la generación que protagonizó los referenda por la soberanía de 1980 y de 1995. Se habla de un "partido de viejos". Los integrantes de esta generación reconocen que los jóvenes han dado la espalda al anhelo político que ha marcado sus vidas; la vida de una parte importante de varias generaciones de francófonos.
¿Por qué se interpreta una derrota electoral en términos tan extremadamente dramáticos?
Las elecciones del 7 de abril no son las primeras elecciones que pierde el PQ, desde su estreno electoral en 1970. Pero el resultado es el segundo peor resultado de toda su historia, tras, precisamente, el de su estreno electoral. Pauline Marois, que tiene el honor de haber sido la primera mujer en ejercer el cargo de premier de Quebec, es la primera líder que no renueva su mandato tras un primer periodo en el gobierno. Su gobierno ha durado solamente dieciocho meses, tras un periodo de casi diez años ininterrumpidos en la oposición. Ha perdido 24 escaños -de los 54 obtenidos en las anteriores elecciones- y ha recibido el apoyo de un 25'38% de los votantes. En número de votos, ha obtenido solo dos puntos porcentuales más que la Coalition Avenir Québec, de François Legault, antiguo ministro pequista que pide ahora olvidarse durante largo tiempo del referéndum; y ha quedado a más de quince puntos porcentuales, y cuarenta escaños, del Partido Liberal de Quebec, de Philippe Couillard, primer candidato novato (rookie) que gana las elecciones en su primera cita; y, además, con mayoría absoluta.
Todos estos datos muestran una derrota sin paliativos. Pero no son suficientes para entender el terremoto producido en las filas independentistas. La sensación de fin de ciclo en sus filas se debe a que las elecciones, por errores propios y habilidad ajena, se convirtieron en un auténtico plebiscito sobre la oportunidad -aún temporalmente indeterminada- de un nuevo referéndum sobre la independencia. Y el resultado de ese plebiscito ha sido demoledor: la ciudadanía de Quebec, de forma ampliamente mayoritaria, no quiere volver a oír hablar de un nuevo referéndum..., en largo tiempo, cuando menos; especialmente, los jóvenes.
Pauline Marois, al frente del PQ, logró una victoria raquítica en 2012. A pesar de enfrentarse a un Partido Liberal, liderado por Jean Charest, desgastado tras nueve años de gobierno y tres victorias electorales consecutivas, acosado por numerosos casos de corrupción, con un electorado que necesitaba imperiosamente una alternativa, solo consiguió aventajarle en cuatro escaños y alrededor de dos puntos porcentuales en número de votos. Fue un primer anuncio que no muchos supieron percibir en toda su profundidad.
Cuando había superado un año en el cargo, Pauline Marois y su gobierno presentaron su propuesta de Charte des valeurs (Carta de valores), por la que se pretendía restringir el uso público de distintivos con connotaciones religiosas. La reacción de las minorías en contra de la propuesta fue importante, acompañada por la oposición de los sectores más progresistas y laicos de la sociedad de Quebec. Entre quienes se opusieron, se encontraban importantes intelectuales francófonos de simpatía independentista e, incluso, destacados políticos pequistas, como el antiguo premier y referente vivo del independentismo, Jacques Parizeau, quien condujo a Quebec al referéndum de 1995.
Pero, a pesar de estas reacciones contrarias, pronto se constató que el electorado francófono acogía muy favorablemente la propuesta. Las encuestas indicaban que era el momento idóneo para convocar elecciones anticipadas y lograr la mayoría absoluta que le permitiese gobernar con soltura. Solo era necesario seguir alimentando la polémica sobre la Charte. La estrategia tenía el riesgo de transformar la imagen 'progresista' tradicional del PQ -y dejar los consiguientes jirones-, pero parecía garantizar el triunfo electoral.
Sorprendentemente, sin embargo, en la campaña electoral casi no se ha hablado de la Charte.
Pauline Marois y su partido tenían preparado un gran golpe de efecto: la presentación como candidato pequista del magnate de los medios de comunicación Pierre Karl Péladeau, el famoso PKP, quien dirigiría la política económica del gobierno. La apuesta tenía sus riesgos, por el rechazo de los sectores más progresistas del PQ, pero tranquilizaba a los poderes económicos. El terremoto originado por PKP tuvo, sin embargo, otro epicentro: la reclamación de independencia. Para sorpresa -según parece- de la propia Pauline Marois que lo presentaba, el candidato dio rienda suelta a su radical independentismo, afirmando que el objetivo del PQ seguía siendo la convocatoria de un nuevo referéndum que llevase a Quebec a la independencia.
El PQ quedó atrapado en el laberinto del referéndum: había que desactivar la idea, pero sin desilusionar a los integrantes de esas generaciones que ven cómo sus posibilidades de lograr en vida un Quebec independiente se desvanecen irremisiblemente. Los liberales no soltaron la presa y el electorado se convenció de que el PQ no tenía remedio; era incapaz de olvidarse de un nuevo referéndum por la independencia a pesar de las múltiples señales que vienen mostrando, desde hace ya años, que una importante mayoría del electorado francófono no quiere otra batalla como las de los años 80 y 90. Está por ver hasta qué punto el proceso de marginalización política del independentismo es ya irreversible.