El señor tertuliano, articulista de un diario de línea moderadamente liberal –ah, las líneas editoriales, definirlas a veces supone algo tan futil como describir la arquitectura, o glosar las maravillas gastronómicas de un restaurante caro– se tomó su café espumoso en la zona alta de la ciudad e ideó un nuevo libro sobre la flaneur, el paseo errante, el vagabundeo picarón y se vio presentándolo en grata compañía, aún sin haberlo escrito.
El señor tertuliano revisó la hora, no fuera a llegar tarde a la radio.
El señor tertuliano comería más tarde en uno de esos lugares que tanto le gustan y pudo pensar en si hay aún calçots o si es temporada de alcachofas. Esas cosas que tanto gustan al pueblo, esos sabores que recuerdan a hogar, que reconcilian familias, que generan cercanía. Pero la cercanía no es siempre un sabor o un plato de buen gusto. La cercanía a ratos huele a sudor y aprieta. La cercanía a veces ahoga.
El señor tertuliano alzó la mano al aire, para notar la brisa primaveral que a media mañana ya recorría la plaza. No tuvo que arremangarse, ni mancharse. Fue fácil.
El señor tertuliano pensó el moverse, pero para qué. Las mañanas de primavera son preciosas en Barcelona si sabes dónde sentarte. Simplemente tienes que dejar pasar el tiempo, la vida, y todo adquiere el curso natural que deben seguir las cosas. En todo esto la naturalidad, que no los hechos, es lo importante.
El señor tertuliano bajó la mano y recordó que tenía que escribir una columna para su periódico. Ah, maldito deber, que se entromete entre los verdaderos placeres de la vida. Así que el señor tertuliano echó un vistazo a la plaza, porque así son las cosas naturales, así es la cercanía cuando no aprieta. Fácil, soleada, primaveral.
Y entonces divisó una pequeña mancha de sangre en el suelo.
La sangre seca no huele, es como la cercanía cuando no es violenta. La sangre seca es teórica, es una palabra para el señor tertuliano. Así es el señor tertuliano, así es el señor columnista. Así son las palabras “policía”, “enfrentamiento”, “fatalidad”, “tragedia”.
Cuando el señor tertuliano se levantó de su terraza en la plaza Molina, ya lo tenía todo atado, antes incluso de escribir el artículo. A sus pies, la sangre seca no le manchó.