Qué curioso que ahora que, según el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, España ya va bien, ya ha doblado el cabo de Hornos, se ha convertido, incluso, en "un ejemplo sin paragón en el mundo", se extienda en medios políticos madrileños el rumor de que los responsables de las grandes empresas, las élites económicas y financieras, el Ibex35, por resumir, cortejan a PP y PSOE para que tras las próximas elecciones generales -faltan aún veinte meses- formen un gobierno de coalición a la alemana. Lo nunca visto aquí, los dos grandes rivales gobernando juntos.
La idea circula por ahí, pero nadie explica, sin embargo, qué graves problemas harían necesario ese gobierno de concentración tan excepcional. Porque si se atiende al argumentario del PP, que esas mismas élites respaldan, habría que descartar que la formación de un ejecutivo de coalición de PP y PSOE tuviera como objetivo sacar juntos a España de la crisis. Por lo que dicen Rajoy y sus ministros de esa situación ya se ha pasado página, lo peor se ha superado y hemos salido de la recesión, aunque, por cierto, millones de españoles que no tienen trabajo, que les han bajado los salarios, que trabajan en precario, que les han recortado las ayudas a la dependencia, las becas, las pensiones, los subsidios de paro... no se hayan dado cuenta todavía. A lo mejor están cegados "por prejuicios ideológicos trasnochados", como reprochó el presidente del Gobierno a quienes no reconocen la recuperación, pero más bien parecen asfixiados por el desempleo, los hachazos a las políticas sociales y la falta de expectativas de presente y de futuro.
Así que o la jaleada recuperación económica no es para tanto o a los mandamases del mundo económico y financiero les asusta que la fragmentación política que auguran las encuestas desemboque en un ejecutivo de coalición de la izquierda. O ambas cosas al mismo tiempo. Mas parece que lo que pretenden es extender la idea de que la única fórmula de estabilidad política sería ese ejecutivo de gran coalición, en el que el PSOE avalaría con su presencia la política reformista de la derecha.
Evitarían, de ese modo, un cambio de políticas que les volviera a exigir, vía impuestos, una mayor contribución de solidaridad con el resto de la ciudadanía. Una redistribución de la riqueza de la que se han olvidado en los últimos años, más aún desde el estallido de la crisis, que se ha utilizado como excusa para empobrecer a quienes no tenían responsabilidad alguna en su génesis. Eludirían su responsabilidad impidiendo un retorno a aquellas políticas que hicieron posible al final de la II Guerra Mundial que los ciudadanos de media Europa -aquí hubo que esperar al fin de la dictadura- salieran de la miseria y tuvieran garantizadas la educación, la asistencia sanitaria, la cobertura de desempleo, y una pensión en su vejez, además de numerosas ayudas que les permitían vivir con dignidad. Nada hace pensar que esa gran coalición se vaya a producir. Pero conviene mantenerse alerta a los cantos de sirena de los próximos meses.