Olvídate de la fastidiosa "operación bikini": la mejor forma de conseguir un cuerpazo para el próximo verano es dejar de comer donuts y de beber coca-cola. Unas cuantas semanas sin probarlos, y ya verás cómo esa tripita desaparece.
¿Suena convincente? No demasiado, lo sé. Pero como estos días sigo viendo a muchos merendando donuts y bebiendo coca-colas sin parar, pienso que a lo mejor el argumento dietético tiene más éxito que la llamada a la solidaridad de la clase trabajadora.
Lo sé, cada vez hay más muestras de apoyo a los trabajadores en huelga, tanto los de Panrico en Barcelona como los de las embotelladoras de Coca-cola. Y también sé que muchos ciudadanos se han tomado en serio el boicot solidario de los productos o contribuyen a la caja de resistencia. Pero aun así me parece poco, sigo viendo muy solos a los trabajadores.
No sé si lo saben, pero la huelga de los trabajadores de Panrico en la planta barcelonesa de Santa Perpètua es ya la más larga jamás vista en España. Ayer cumplieron cinco meses de huelga indefinida. Cinco meses sin trabajar, cinco meses sin cobrar, cinco meses acudiendo a diario a la fábrica para formar piquetes. Están amenazados por la empresa, que los denunció por huelga ilegal (les reclama 5 millones de euros) y hasta los acusa de envenenar los donuts. Pero ellos siguen dispuestos a llegar hasta el final en su denuncia de un ERE que dejaría a la mayoría en la calle. En su lucha han encontrado el apoyo de muchos colectivos, sobre todo en Cataluña. Pero aun así, yo sigo viéndolos muy solos.
El de Coca-cola es más conocido. La empresa pretende cerrar varias plantas. Tras la respuesta de los trabajadores y el daño a la imagen de la marca, la dirección suavizó la propuesta inicial, y planteó medidas "voluntarias". Todo lo "voluntario" que puede ser aceptar una indemnización o un traslado cuando sabes que van a cerrar tu fábrica sí o sí. Tan "voluntarias", que los trabajadores están denunciando coacciones contra los "voluntarios". Por eso varias plantas están en huelga indefinida desde hace semanas. También en este caso la plantilla ha encontrado la solidaridad de colectivos sociales, administraciones y de muchos ciudadanos que han dejado de beber. Pero con todo, yo sigo viéndolos muy solos.
No son las únicas empresas cuyos trabajadores están hoy amenazados por ERE y recortes salariales brutales. Ni serán las últimas, pues la reforma laboral facilitó como nunca que las empresas despidan y recorten incluso con beneficios. No son las únicas ni las últimas, pero las luchas de Panrico y Coca-cola se han convertido en algo más que un conflicto laboral, un pulso donde no solo está en juego el empleo de varios cientos de trabajadores.
La dimensión pública de ambos conflictos, la resistencia de los afectados, el boicot a productos que dependen mucho de su imagen, el perfil de las compañías (Panrico hundida por fondos de capital riesgo; Coca-cola una poderosa multinacional), hace que muchos veamos estas dos luchas como algo más, mucho más, en la que todos nos jugamos algo, en la que todos tenemos mucho que ganar y mucho más que perder. Torcer el brazo en este pulso a Panrico y Coca-cola tendría un efecto sobre la deprimida clase trabajadora comparable al primer mordisco del donut y el primer trago de coca-cola: un subidón.
Y sin embargo, y pese a tantos apoyos como están recibiendo, qué solos están. Cuántos siguen comiendo donuts y bebiendo coca-colas como si el conflicto no fuera con ellos, como si cada nuevo ERE no facilitase los venideros; como si cada despedido no afectase a los que ya están en paro; como si cada trabajador con derechos que se va a la calle no tuviese relación con el trabajo basura que se creará en su lugar; como si cada recorte salarial no presionase a la baja sobre nuestros sueldos.
Si todo esto no te convence, hazlo al menos por tu barriga, por el tipazo que lucirás este verano. Yo llevo semanas sin probar ni un donut ni una coca-cola, y mira qué vientre plano se me está poniendo.