El cine estadounidense de los años 80 suele asociarse con el escapismo aparentemente apolítico de ficciones como Regreso al futuro. A pesar de eso, productoras independientes como Cannon (impulsora de Cobra y Delta Force, entre otros títulos) desplegaron en esa época una notable furia propagandística, a la altura del Hollywood de la II Guerra Mundial.
Harry el Sucio o El justiciero de la ciudad habían iniciado, ya durante la presidencia de Nixon, la reacción conservadora a la década de los 60. Se proponían respuestas radicales a la inseguridad ciudadana, como la brutalidad policial e incluso el justicierismo, teñidas de un evidente recelo hacia las garantías constitucionales. En las salas cinematográficas, pistoleros de toda índole pacificaban a tiros unas urbes vistas como junglas de asfalto. Mientras se azuzaban los demonios de la política interior, diversas películas también trataron asuntos internacionales con gran fiereza, caldeando el tramo final de la Guerra Fría a golpe de revisionismo y paranoia.
Adolescentes en la III Guerra Mundial
La casualidad ha querido que se tiendan puentes diplomáticos entre Estados Unidos y Cuba treinta años después del estreno español de Amanecer rojo, uno de los mayores delirios del Hollywood reaganista. El filme fantasea sobre una imposible invasión cubano-soviética de los Estados Unidos, con uso combinado de infiltrados, paracaidistas y bombas nucleares. Mediante un texto introductorio, se intenta dotar de credibilidad a esa agresión inverosímil: Europa se ha distanciado de la OTAN y el Gobierno de Washington se encuentra aislado frente al bloque comunista.
La representación de la amenaza es desconcertante: los soldados irrumpen ametrallando a los alumnos de la escuela local, manifiestamente inofensivos, pero intentan adoctrinar a la población adulta en campos de reeducación. Entre órdenes de “no llorar más” y padres severos que exigen que se les vengue, se explica la brutal maduración de diversos jóvenes de un pueblo cualquiera de la América interior que deben dejar atrás a sus mayores, huir… y tomar las armas.
Los protagonistas, en definitiva, son uno de esos grupos de chicos y chicas tan característicos del cine de la época, recordados con nostalgia en títulos como Héroes o Super 8. Amanecer rojo es el reverso militarista de las comedias de adolescentes de John Hughes o de las historias de adolescentes en largos veranos: aquí no se trata de descubrir el amor o la camaradería, sino la muerte y la vida de guerrilla. Los chicos acaban convirtiéndose en un grupo de resistencia armada que mata a centenares de comunistas.
Entre pinceladas antipolíticas (el alcalde del pueblo es colaboracionista; su hijo, un informante), banderas ondeando al viento y heroísmo suicida, la propuesta también escenifica un cambio de ciclo. A diferencia de lo sucedido en la era hippie, se ensayaba una identificación entre la derecha política y la modernidad. La juventud podía ver en esa toma de posición una manera de distanciarse de sus progenitores, como hacía el joven protagonista de la telecomedia Enredos de familia. Años después, Ciudadano Bob Roberts llevaría al terreno de la sátira política esta figura paradójica: el rebelde conservador.
Una película para los nuevos republicanos
El director y coguionista de Amanecer rojo fue John Milius, futuro director de Conan el Bárbaro y representante derechista del Nuevo Hollywood de Francis Ford Coppola y compañía. De pensamiento anarcoliberal, construyó el filme a partir de elementos propios del ideario republicano, como el miedo a la inmigración latina (parte de los soldados cubanos llegan a suelo estadounidense a través de la frontera mexicana) o al armamento nuclear soviético (los soviéticos realizan ataques atómicos).
Su idealización inicial de una América auténtica, lejos de los grandes núcleos urbanos, con espacio para la caza y los juegos de supervivencia, también remitía al imaginario de lo que actualmente puede representar el Tea Party. Y conectaba con unos jóvenes republicanos que quemaban muñecos de Leonid Brézhnev y otros líderes soviéticos en los campus universitarios.
Algunos de estos estudiantes acabaron confluyendo con el militar Oliver North (condenado por financiar a la Contra nicaragüense vendiendo armas a Irán) en organizaciones como Ciudadanos por América. Quizá la iniciativa más surrealista de estos grupos fue la celebración de un estrambótico mítin Democrático Internacional en Angola. Entre líderes de guerrillas anticomunistas y muyahidines aparecía el presidente de una organización juvenil republicana, Jack Abramoff, futuro lobista encarcelado por soborno a funcionarios públicos y evasión fiscal. Abramoff también sería productor cinematográfico de un díptico de ‘macho movies’ antisoviéticas, Red Scorpion, antes de convertirse él mismo en tema de títulos como Corrupción en el poder.
Otro contubernio cubano-soviético
Este era el clima de crispación y admiración hacia los “luchadores por la libertad”, fuesen estos talibanes afganos o adolescentes de unos imaginarios EEUU en guerra, que predominaba en algunos sectores de la sociedad norteamericana. Suficiente como para que una producción como Amanecer rojo formase a la juventud en la asignatura del sacrificio patriótico. En este contexto, incluso la extravagante Che! estrenada en 1969 podía verse, retrospectivamente, como un biopic casi equidistante.
Con todo, la mirada asilvestrada de Milius llega a desbordar un planteamiento general que sí coincide con las posiciones del reaganismo. A diferencia de la propaganda que dibuja enemigos sin rostro, monolíticos, el realizador distingue entre un mando soviético y un mando cubano, observando a este último con una cierta simpatía. Estos guiños, unidos a un elogio de la autogestión y de la vida de milicia, llevan la narración a territorios que, en una ficción menos fantasiosa, podrían incomodar a la derecha gubernamental.
El establishment se sintió seguramente más cómodo con otra ficción paranoica sobre incursiones comunistas en suelo nacional, Invasión USA (1985). Protagonizada por Chuck Norris, estrenada apenas unos meses después de Amanecer rojo, la película presentaría a un antiguo agente de la CIA encargado de eliminar a un numeroso grupo que comienza a atentar violentamente en los barrios latinos de Miami. Su desembarco masivo, cual balseros armados, puede asociarse de nuevo con el miedo a la inmigración latina.
Llena de casualidades inverosímiles y exageraciones delirantes, Invasión USA proyecta más desprecio que consideración hacia Cuba. El grupo terrorista se dibuja como una turba militarizada multinacional, inoperante sin la psicopática (y tampoco demasiado eficaz) dirección soviética. Aun con la consabida fórmula del héroe solitario, el filme de Norris acaba promoviendo una cierta confianza en las instituciones: de la construcción de mártires anónimos propuesta por Milius se pasa a la fascinación por la eficacia militar… aunque sea en forma de ejército de un solo hombre.
Epílogo: un ‘remake’ gafado
Amanecer rojo ha tenido su remake reciente y maldito, Red Dawn. Su estreno se aplazó por la bancarrota de la productora Metro-Goldwyn-Mayer. Después surgió otro contratiempo: al fabular sobre una invasión china de los Estados Unidos, la película corría el riesgo de ver bloqueado su acceso al enorme mercado del gigante asiático. Gracias a la magia digital y a unas pocas escenas añadidas, el adversario pasó a ser la República Popular Democrática de Corea. Enemistarse con Kim Jong-un resulta más cómodo para las multinacionales y sus cuentas de resultados.
Donde Amanecer rojo era enigmática, Red Dawn es sencillamente confusa. Nunca queda muy claro qué está pasando, quizá en un efecto indeseado de alterar una obra ya rodada. Sea como sea, parece claro que el argumento censurado era bastante más sugerente: China invade territorio como cobro de préstamos impagados, materializando así las peores pesadillas de los partidarios del equilibrio presupuestario. Y es que, en la realidad, el Tesoro chino posee cantidades ingentes de deuda pública estadounidense. El filme resultante hubiese sido un complemento pulp a los recurrentes debates sobre endeudamiento que han desgastado a la Administración de Obama.