Antes de marzo de 2011, Siria era un agujero negro informativo. Un país cerrado a cal y canto por una dictadura atroz, en la que el acceso de la prensa extranjera estaba restringido y del que poco se sabía. Durante los dos años de levantamiento contra el régimen de Bachar el Asad que han desembocado en un enfrentamiento armado, el discurso internacional en torno a Siria ha convertido una lucha legítima en el reino de las falsas dicotomías. De las elecciones imposibles, de las alternativas que no lo son.
Cuando un grupo de españoles de origen sirio salimos a manifestarnos frente a la embajada siria en Madrid en solidaridad con las protestas ciudadanas que prendieron por todo el país tras los levantamientos en Túnez y Egipto, descubrimos que no podríamos contar con la solidaridad de gran parte de la ciudadanía española que tan solidaria se había mostrado con la causa iraquí y con la palestina. ¿Preferís una dictadura islamista a una laica?, nos preguntaban, como si aquellas dos fuesen nuestras opciones y estuviésemos por fuerza condenados a una de ellas. Queremos un estado civil, en el que los sirios podamos ser ciudadanos, en el que se respeten nuestros derechos fundamentales y no vivamos aterrorizados, explicábamos a quienes se interesaban por nuestra causa.
A principios de 2012 acudí a una conferencia que tenía por título “La agresión imperialista contra Siria”, organizada por un colectivo que se autodenomina de izquierda anti-imperialista. Un grupo de amigos de origen sirio escuchamos atónitos mientras un conocido funcionario del régimen en Madrid, una profesora de filología árabe y el antiguo secretario general del PCE, Francisco Frutos, exponían “la verdad sobre Siria”. Según sus explicaciones, no existía levantamiento alguno contra la dictadura porque no hay tal dictadura. Insistían en sus delirantes intervenciones en que Bachar el Asad es un líder legítimo, socialista, bastión del anti-imperialismo acosado por la propaganda internacional, y que el levantamiento era una fabricación de la CIA, de Israel y de Al Jazeera. Esperamos pacientemente el turno de preguntas para manifestar nuestro asombro ante aquellas falacias y repetimos que el posicionamiento anti-OTAN, que muchos sirios compartimos, no podía ser incompatible con la condena a una dictadura. No exagero si digo que fuimos expulsados de la sala a gritos y empujones, mientras el exlíder del PC y otras personas del público nos increpaban. ¿Preferís un gobierno islamista al de Asad?, gritaban. ¿Elegís llevar un burka antes que un gobierno laico?, nos repetían a mí y al resto de compañeras hispano-sirias.
Más de 100.000 asesinados después, con el país sumido en un incendio del que el régimen sirio es el responsable directo y sin que la comunidad internacional haya puesto los medios para detener el apoyo militar, económico y político que recibe, nos enfrentamos a la mayor falacia de todas. Ante un inminente ataque de EEUU a Siria, nos preguntan si preferimos un bombardeo estadounidense al régimen de Asad, una injerencia internacional a la dictadura. Al fin y al cabo, la dictadura es vuestra y debéis resolverla vosotros, deben pensar quienes asumen que es más aceptable un genocidio casero que un bombardeo extranjero.
No van a lograr que elijamos tampoco entre esta falsa dicotomía. No la aceptamos muchos de los que rompimos un muro de terror de décadas, que nos obligaba a hablar de nuestro país en susurros incluso a quienes crecimos fuera de él. Las falsas dicotomías, las elecciones inaceptables, se las dejamos a quienes analizan desde la lejanía, como fichas en un juego de mesa, el dolor de un pueblo asesinado, torturado, refugiado, gaseado y abandonado. Mi causa es hoy la misma que ha sido siempre: la de una Siria libre de sus tiranos, ya sean laicos o islamistas, del eje imperialista o anti-imperialista, internos o externos.
En memoria de mi tío Faruq, que viajó a Irak como escudo humano ante la inminente invasión estadounidense y ayer fue asesinado por un francotirador del régimen en Damasco.