La reciente abdicación de Juan Carlos I ha generado reacciones políticas de lo más dispar. Algunos consideran que en realidad no hay cuestión sobre la que debatir y loan sin fisuras el reinado que ahora concluye. Otros, perdidos en su laberinto, se manifiestan monárquicos pero con hondas raíces republicanas. También están, cómo no, los que tienen por brújula el provecho que puedan sacar. Muchos optan, por encima de cualquier otra consideración, por defender el orden constitucional. Y, finalmente, están los que reclaman un referéndum porque, siendo una cuestión trascendental, consideran que el pueblo debe hablar.
Paradójicamente, quienes más barreras están poniendo en la práctica a la opción republicana son estos últimos.
En primer lugar, nos guste o no nos guste, en la Constitución no está previsto que dejemos de ser una monarquía parlamentaria, así que para dejar de serlo es necesario abrir un proceso constituyente. La cuestión es cómo hacerlo.
Una posibilidad es un referéndum al margen de la ley que, de perderlo, sería un lastre para el futuro de las aspiraciones republicanas y, de ganarlo, serviría en el mejor de los casos como argumento para el debate político (poderoso argumento, eso sí, en el hipotético caso de que, pese a ser ilegal, el referéndum contase con observadores independientes, alta participación y una victoria aplastante de la opción republicana). Quienes piden el referéndum sobre monarquía o república están imitando la vía soberanista catalana. ¿Es el mejor camino a seguir?
Otra opción consiste en que ese proceso se abra tras unas elecciones generales en las que los partidos abiertamente republicanos, que hayan incluido en su programa promover un proceso constituyente, obtengan la mayoría de dos tercios que exige la ley. Es la única garantía de que dentro de unos años no se convoque un referéndum ilegal para restaurar la monarquía porque, por ejemplo, la Puerta del Sol se haya llenado de vivas a los Borbones. Si ahora no respetamos la ley, ¿quién nos garantiza que se respete en el futuro?
En segundo lugar, muchos de quienes defienden la opción republicana en España arrastran vicios del pasado que deberíamos dejar atrás. Elegir entre monarquía y república no es debatir entre izquierda y derecha, entre socialismo y liberalismo, entre dictadura y democracia… Los monárquicos pueden dormir tranquilos mientras sigamos confundiendo unos debates con otros.
Quienes utilizan la opción republicana para luchar contra la derecha en su conjunto se equivocan. Cualquier elección entre órdenes constitucionales diferentes tiene que dar cabida a todo el espectro político. Y no con calzador. El día que descubramos que, pese a todas las diferencias, un militante del PP puede sentirse tan republicano como uno de IU, ese día habremos dado un paso decisivo. ¿Acaso la derecha francesa no es tan republicana, o más, que la izquierda? ¿Acaso el Partido Republicano en EEUU no es tan de derechas, o más, que el Partido Popular?
La opción republicana en España no tiene futuro mientras una parte de la izquierda se lo ponga tan difícil a mucha gente, mientras siga anclada en la nostalgia de los años treinta, que fueron lo que fueron (con sus luces brillantísimas y sus sombras más oscuras) pero que no pueden representar en modo alguno el futuro. A veces, para que algo nuevo nazca, algo viejo tiene que morir. Y no sólo la monarquía.