"Nunca pensé que llegaría a este extremo, a tener que ocupar mi propia casa para no dormir en la calle". A Alicia Gómez la vida se le truncó en 2009, cuando, después de quebrar su negocio de hostelería, dejó de pagar la hipoteca que había asumido sin demora durante tres lustros. Dos años después llegó la orden de lanzamiento, la huida y el inicio de una nueva vida en un piso de alquiler. Con una deuda a las espaldas y sin trabajo, la pesadilla volvió a repetirse. Agotadas todas las vías legales y con dos hijos menores a su cargo, la única salida fue ocupar su antigua casa, cerrada a cal y canto por Bankia, la entidad propietaria.
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