En un estupefaciente artículo, este comentario está “oculto por los votos negativos de la comunidad”. La misma “comunidad” que escribe “aprobécha” (con b y con tilde), llama al ministro “fascista”, “corrupto pedazo de jilipollas y bruto como un arado”, habla de su “socarronería sin gracia propia y chula de señorito ‘simpático’ de casino” o de que “la imagen de Cañete me sugiere la de un cerdo humanizado” y otras lindezas. Chiripitifláutico, no cabe duda.
En mi opinión Alb2K tiene toda la razón. El artículo no tiene ningún argumento y ni siquiera nos da un ejemplo de algo dicho por el ministro que no se entienda. ¿Por qué no pone ningún ejemplo?
La prueba de Flesch-Kincaid no es más que una gansada. Se basa en la relación, por una parte, entre número de palabras y número de sílabas; y por otra, entre número de palabras y número de oraciones. Es decir, con oraciones cortas y palabras de pocas sílabas uno se expresa al parecer con más claridad. Menuda majadería.
Por otra parte, está pensada para la lengua escrita y no hablada y para la lengua inglesa (dónde, entre otras cosas, las palabras de más sílabas son mucho más rebuscadas que en español, que tiene por corrientes palabras de cuatro silabas como gilipollas, con ge, por favor).
Por supuesto que hay pruebas pensadas para la lengua española, como la Fórmula de Lecturabilidad de Fernández-Huerta (1959) o las de Szigriszt-Pazos (1993), Pablo Simón (1993) o García-López (1999), algunas de aplicación sólo a campos específicos. Pero ¿para qué molestarse cinco minutos en buscar una prueba adaptada al español, si sólo se trataba de llamar bobo (con más grosería) a un ministro y de darle a “la comunidad” orwelliana una ocasión de desfogarse con restallantes insultos y pésima ortografía?
El propio artículo presume de tener un índice Flesch-Kincaid de 59,02. No me cabe duda, es decir: un texto escrito (según el baremo de Flesch-Kincaid al que remite el propio artículo) para que lo entienda sin esfuerzo “un estudiante medio de 13 a 15 años”.
Así es, a juzgar por los comentarios.
Tan tonta es la prueba (sobre todo aplicada al español) que si escribo: “El niño come la pera. La pera es verde. Le gusta” estoy siendo según la prueba muchísimo más claro que si escribo: “El chiquillo come una pera verde con delectación”. La primera daría un resultado de 71, o sea, muy comprensible, mientras que la segunda puntuaría 19, que viene a ser prácticamente ininteligible. Ya estoy viendo el titular amarillista: “No es fácil entender a Rafael Reig”.
Para mear y no echar gota.
A mí me entristece ver artículos que no son más que un llamamiento a insultar al PP, algo a lo que me apunto con ganas en cualquier momento, pero no vale todo. No se puede escribir, con una mano (la de mi amigo Ramiro Navarro) y con toda la razón del mundo, contra la construcción de demonios sobre los que ocupan un piso; y con la otra echar leña al fuego de la más pueril de las indignaciones con una prueba sin pies ni cabeza. Me parece más propio de La Razón que de nuestro diario medir el cráneo de Rubalcaba y su arco superciliar, y afirmar que, según Lombroso, no es más que el clásico psicópata homicida.
Salvo recurrir al “defensor de la comunidad”, no me queda otra. Quizá no me haga caso, porque defiende a “la comunidad”, pero espero que comprenda que la comunidad somos muchos, no sólo los que insultan sin acentos y confundiendo la be y la uve. A muchos aún nos ofende que se escriba para un repetidor de tercero de ESO y sin más motivo que provocar para que se insulte a alguien.