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Alan Turing, el padre de la computación que ganó una guerra

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Alan Mathison Turing es, además de uno de los genios informáticos más grandes de la historia, el patrono laico de la sección de Tecnología de eldiario.es. Hoy que cumplimos un año, queremos celebrarlo contando cómo fue la figura de un matemático, filósofo y científico (hoy diríamos hacker) cuyos aportes en el campo de la criptografía evitaron miles de muertes en la Segunda Guerra Mundial, acortándola varios años. La importancia histórica de Turing ha sido comparada con la de Churchill y otros líderes, aunque sus ideas e inventos tuvieron que permanecer ocultos por razones de seguridad nacional en tiempos de guerra. Durante los próximos días iremos contando distintos aspectos de los avances en los que trabajó.

El nombre de Alan Turing empezó a sonar con más fuerza en los últimos años, aunque no por todos los aportes que hizo a la ciencia y la tecnología en sus 41 años sino por el tema de su perdón póstumo por parte de la Reina de Inglaterra a su condición de homosexual, que en esa época era considerado un delito. En 2009, John Graham-Cumming, un programador, envió una petición al gobierno de Reino Unido para que pidiese perdón por la persecución a Alan Turing por ser homosexual.

La historia ha sido bastante contada: en los años sucesivos, se sumaron miles de firmas de ciudadanos y apoyo de algunos políticos para que al fin, el año pasado una justicia histórica tardía haya tenido al fin lugar.

“Alan Turing cambió el mundo”, dice B. Jack Copeland en su biografía, y tiene razón. Damos por hecho que podemos hacer diferentes cosas con un ordenador: escribir textos y guardarlos, navegar por internet, escuchar música, y no tenemos cambiar de dispositivo para cada una de esas acciones. El ordenador universal de programa integrado de Turing nos ha cambiado la vida. En pocas décadas, las ideas de este hombre hicieron que computador dejara de ser un empleado que hacía cuentas de manera repetitiva, para empezar a ser una de las máquinas que más ha impactado la sociedad de los últimos 60 años. 

El invento se le ocurrió cuando estaba analizando de forma filosófica un asunto sobre los fundamentos de las matemáticas, y el informe que hizo: “On Computable Numbers”, publicado en 1936 en la revista Proceedings de la London Mathematical Society, fue la piedra angular de la informática moderna.

En él Turing sentaba las bases de una máquina universal: la máquina de sus sueños podía pasar, gracias a los distintos programas almacenados en su memoria, de ejecutar una tarea a realizar otra totalmente distinta. Esto que nos parece muy normal, en ese momento parecía demasiado ambicioso, porque no había una tecnología adecuada. Ya Charles Babbage había propuesto un “motor analítico” (que no terminó de ejecutar) y que contemplaba construir con los componentes mecánicos del ferrocarril, pero eso no le servía a Turing.

La máquina de Babbage requería que un operario lo “programase” antes de cada tarea, provisto con un martillo de plomo. Turing necesitaba que su máquina pudiera funcionar a alta velocidad y que le permitiera almacenar las instrucciones y la información de un modo relativamente compacto, avances para los que ayudó la electrónica.

En 1945 crearía el primer diseño en detalle de un ordenador de almacenamiento programado, el ACE (Automatic Computing Engine), y en los años siguientes, comenzó a preguntarse si un ordenador podía componer música, o “pensar”, o si podíamos decir que un ordenador es inteligente. Propuso para eso un experimento estándar, al que se llamó el “Test de Turing”: si un humano no puede distinguir las respuestas dadas por un ordenador de las de otro humano, la máquina puede considerarse inteligente. Una forma inversa del test de Turing es el CAPTCHA: en él la máquina nos pone a prueba para saber si somos otra máquina o un humano.

Pero antes de eso estuvo la Guerra y el Foreign Office de su majestad contrató los servicios de Turing para que se dedicase al criptoanálisis, y se metió de lleno a investigar a Enigma, la máquina de cifrado alemán. Durante la Segunda Guerra, el ejército, la marina y la fuerza aérea alemanas transmitieron miles de mensajes cifrados, desde partes meteorológicos hasta órdenes del más alto nivel. Unos 30 analistas criptográficos, entre los que había un grupo dirigido por Turing, se habían establecido en Bletchley Park, una mansión victoriana convertida en un complejo de investigación militar, y desde allí ayudaron a que gran cantidad de esa información cifrada terminara en manos de los aliados. Varios historiadores citados por Copeland coinciden en afirmar que la operación masiva de descifrado de esos mensajes y la información estratégica que produjo permitió acortar la guerra entre 2 y 4 años. Si consideramos que fue una guerra que produjo de media unos 7 millones de muertes por año, el número nos da una idea de la magnitud de la aportación de Alan Turing sólo en términos de vidas humanas.

Turing fue encontrado muerto en su habitación, envenenado con cianuro el 8 de junio de 1954, y aunque se habló de suicidio, aún no se sabe con certeza lo que sucedió. Hay datos que apuntan a una muerte accidental (estaba experimentando con electrólisis asistida con cianuro), o incluso una teoría sobre un posible asesinato. En los días de su muerte andaba inmerso en un trabajo sobre el crecimiento biológico. La vida artificial fue otro de los campos donde produjo aportes y se centró en la cuestión de cómo desarrollan su forma y estructura los organismos que crecen.

Foto: Estatua de Alan Turing en Bletchley Park, realizada por Stephen Ketlle en 2007. Richard Gillin









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