Solomon Northup se ganaba la vida como violinista en New York, cuando unos agentes de circo le ofrecen un sitio en un tour. Cuando llegan a Washington D.C., le emborrachan y le venden como esclavo a una plantación de Luisiana, donde se convierte en mercancía durante los siguientes 12 años de su vida. Northup publicó sus memorias de la esclavitud en 1853 pero su relato sobre la indignidad humana no ha perdido un gramo de actualidad. La prueba es que, más de un siglo más tarde años más tarde, ha colocado al artista británico Steve McQueen a la cabeza de la carrera a los Oscar.
12 años de esclavitud lo tiene todo para ganar; un director extranjero que en realidad es artista (McQueen), una bella musa (Fassbender), secundarios de superlujo (Benedict Cumberbatch y Brad Pitt, que también es productor) y un dramón racial basado en una historia real que no se deja nada en la caja de montaje. Como el resto de la producción de McQueen, se combina la bellísima constitución estética de su director de fotografía Sean Bobbitt con un guión de brutalidad y sadismo extremos. De momento, ya ha ganado ganado el premio de los críticos de Nueva York al mejor director y se ha configurado como una de las favoritas para los Globos de Oro y los Óscar.
Coronada ya como la mejor película realizada sobre la esclavitud norteamericana, la cinta recuerda con escepticismo la nostalgia sureña de Lo que el viento se llevó y resiste el kitch envenenado de Django Unchained, la historia de un esclavo liberado por un deslumbrante cazarrecompensas que, curiosamente, se rodaba al mismo tiempo en Nueva Orleans. A diferencia de Tarantino, McQueen se siente "parte de la diáspora de la esclavitud". "Necesitaba hacerlo -aseguró en su paso por Madrid- De alguna manera, era una urgencia, una necesidad, nunca había visto un filme como este en la pantalla. Necesitaba ver esas imágenes en la pantalla, ver este momento de la historia".
Aunque su vida no podría haber sido más diferente de la de Northup, este artista cuyos grandes éxitos incluyen quitarle el Turner a Tracy Emin en 1999 y representar al Reino Unido en la Bienal de Venecia en 2009, siente conciencia de raza. Cuando se topó con las memorias de Northup, su reacción fue de reconocimiento inmediato. "Fue muy extraño, porque era exactamente como yo lo había imaginado. Era idéntico a mi idea, fue como un imán, una locura". Mientras leía, enseguida le puso cara a sus dos protagonistas, las de los actores Chiwetel Ejifor y Michael Fassbender.
La liberación de Michael Fassbender
Solomon Northor es "un personaje que lleva una gran humanidad consigo, y Chiwetel Ejifor también la tiene y encajaba perfectamente", explicó en Madrid. En cuanto a Fassbender, su actor fetiche, McQueen repite que es el mejor actor de su generación. "Tiene la capacidad de interpretar los personajes más complejos desde el corazón".
A juzgar por su colaboraciones, es un amor lleno de espinas. Al director británico le gusta someter a Fassbender a extremos de penitencia física y psicológica inusuales en el medio. En Hunger, el atractivo irlandés perdió 14 kilos interpretando a Bobby Sands, el miembro del IRA Provisional que falleció durante las huelgas de hambre de 1981 en la prisión de Maze. En Shame, Fassbender reproduce rituales de tortura física y emocional para retratar a un neoyorquino de éxito cuya enfermiza relación con el sexo destruye su vida y la de su hermana.
Cabría sospechar que McQueen maltrata a su estrella con la misma intención que Hitchcock lanzaba sus pájaros contra la gélida Tippi Hedren. En ese sentido, 12 años supone un merecido descanso para Fassbender, que pasa de víctima a torturador encarnando al sádico terrateniente sureño que ejerce su derecho sobre los esclavos de su propiedad. Sólo por eso, ya es uno de los cuatro estrenos que recomendaremos este viernes en nuestra cartelera habitual.