“Es realmente escandaloso. Se habla de importar mujeres para satisfacer los bajos instintos de gente relacionada con el fútbol. Se habla de seres humanos como si fueran ganado, y el fútbol vinculado con ello”. El seleccionador nacional francés, Raymond Domenech, se mostraba consternado: se sabía que el Mundial de Alemania de 2006 provocaría la llegada de 40.000 mujeres, trasladadas contra su voluntad principalmente desde Europa del Este, para comerciar con su cuerpo y su dignidad. Un número tan espectacular que provocó innumerables titulares de prensa, declaraciones institucionales de la UE, la FIFA e incluso una amonestación desde el Congreso de EEUU contra el soccer, como lo llaman. El silogismo era inapelable: un Mundial de fútbol atrae a cientos de miles de hombres, en su versión más troglodita, que querrán satisfacer sus bajos instintos con sexo fácil, de pago.
Pasado el revuelo, un informe de la Organización Internacional para las Migraciones sobre la trata de blancas en aquel torneo concluía que “la estimación de 40.000 [víctimas] carecía de fundamento y era poco realista” (pdf). Esencialmente, porque Alemania había legalizado la prostitución en 2001 y porque el público resultó ser bien distinto del estereotipo de animales sedientos de borracheras y sexo barato: “En cuanto a los fans, muchos expertos señalaron que no había sido un evento predominantemente masculino. Ha habido muchos grupos mixtos, parejas y familias”, decía el texto. A lo largo de aquel Mundial, el Gobierno alemán tuvo noticia de cinco casos de explotación sexual como consecuencia directa del evento: dos búlgaras, un chico húngaro, una checa y una alemana. Muy lejos de lo que hubiera supuesto una avalancha de decenas de miles de “mujeres y niños” como la que anunciaron los medios. De los muchos trabajos publicados sobre aquel evento, sólo uno, realizado por la ONG canadiense The Future Group, concluyó rotundo que sí “hubo un aumento de la demanda [de prostitutas]” pero no de la trata de blancas hacia el país: “Si bien la prostitución aumentó, el número de casos de trata de personas no aumentó sustancialmente”.
Sin embargo, en los días previos al Mundial la idea de las 40.000 prostitutas enviadas como ganado a Alemania se había consolidado de tal modo que hasta el Parlamento Europeo aprobó una declaración que obligaba a Berlín a tomar una serie de medidas para evitar que tal mercadeo inmoral tuviese lugar. Incluso la FIFA tuvo que negar, avergonzada, estar manteniendo una “pasividad” permisiva, y defendió que como organización deportiva no tenía mucho que hacer frente al problema del tráfico de seres humanos. Una vez pasado el torneo, Alemania redactó un informe oficial con sus conclusiones: no hubo “aumento significativo” en el número de “estancias ilegales en relación con la práctica de la prostitución”.
EEUU contra el ‘soccer’
EEUU aprovechó aquellos días para distanciarse del soccer, este deporte que supera en popularidad global a los que allí practican: el Congreso dedicó en Washington DC una sesión monográfica de su Comisión de Derechos Humanos, titulada Los burdeles del mundial de Alemania: 40.000 mujeres y niños en riesgo de explotación. En aquella sesión, celebrada un mes antes de que corriera la pelota por el Allianz Arena de Múnich, la medalla más grande se la colocó el congresista republicano por Nueva Jersey Chris Smith: “Alemania, al legalizar el proxenetismo y la prostitución en 2001, hace legalmente posible que los fans del Mundial violen libremente a mujeres en burdeles o en unidades móviles diseñadas específicamente para este tipo de explotación”. Hace unos meses, Smith votó en contra de la nueva Ley de Violencia de Género impulsada por Barack Obama.
Lo cierto es que la mayoría de estudios concluyen que ese estereotipo de fútbol arrastrando machos insensibles se diluye año a año; más aún con motivo de los grandes eventos, que convocan a un público más familiar que el que podría darse en un partido de Champions, por ejemplo. Lo cierto es que, aunque los datos son escasos y el problema es difícil de abordar fríamente, ya se venían recogiendo algunas informaciones sobre la influencia de los Mundiales en la trata de blancas desde hace años con resultados alejados del tópico. Las autoridades francesas (Mundial de 1998) y portuguesas (Eurocopa de 2004) concluyeron que no hubo cambios notables en el ecosistema de la prostitución en las ciudades en que se celebraron partidos.
No obstante, el primer evento deportivo que ofreció datos firmes de aumento de la prostitución fueron los Juegos Olímpicos de Atenas de 2004: alertadas previamente, las autoridades multiplicaron la persecución de la trata y el número de casos de personas explotadas sexualmente creció un 95% con respecto al mismo periodo de 2003. Muchos autores consideran que el dato se explica sobre todo por el aumento de la presión policial, ya que en 2005 el número de casos volvió a crecer un 43%.
No hubo más prostitutas en Sudáfrica
La última experiencia del desfase entre expectativa y realidad se vivió en 2010, en el ya mítico Mundial de las Vuvuzelas que ganó el derechazo de Iniesta. ¿Qué cifra de mujeres obligadas a prostituirse se publicó antes de que tuviera lugar el evento? De nuevo, 40.000 esclavas sexuales llegarían a Sudáfrica, según aventuró incluso su Ministerio de Sanidad, lo que provocó una alarma mayor si cabe al tratarse de un país especialmente golpeado por el sida. Tanto es así que, por ejemplo, el Reino Unido envió 42 millones de condones tras la advertencia del presidente Zuma de que harían falta mil millones de preservativos para atender la avalancha de prostitutas y futboleros ávidos de sexo.
Un estudio previo sobre lo que cabía esperar de esos días de torneo, realizado por la sudafricana Universidad de Stellenbosch, se tituló Sexo, Sol y Soccer, ilustrando bastante bien lo que se pensaba de los aficionados al fútbol. La investigadora Birgit Sauer, de la Universidad de Viena, resumió con estas palabras la percepción que se instaló en todo el mundo a partir del Mundial de Alemania: “Políticos y organizaciones de mujeres asumieron una estrecha relación entre fútbol, masculinidad y prostitución. Florecieron fantasías sobre la demanda de sexo de pago durante la Copa del Mundo; donde hay hombres rodeados por la euforia del deporte, debe haber demanda de prostitución: ya sea para disfrutar de la hombría victoriosa o para aliviar la frustración tras el partido”.
Afortunadamente, en el caso africano sí se realizaron estudios concluyentes que permitieron leer de forma fiable lo sucedido. Varios trabajos se han publicado desde entonces, la mayoría conducidos por la investigadora Marlise Richter, del African Centre for Migration and Society. A través de entrevistas con más de 1.800 prostitutas locales realizadas antes, durante y después del torneo, Richter pudo determinar que, en realidad, no hubo apenas cambios en el mercado del sexo en Sudáfrica. Antes, durante y después del Mundial, sin alteraciones, las prostitutas se vieron con una media de 12 clientes por semana; un máximo del 5%-7% de la clientela quiso tener sexo sin condón; y el servicio costaba en torno a 13 dólares. Y sólo un residual 1% o 2% de las prostitutas eran de fuera de la ciudad. La principal diferencia, también detectada en Alemania, es que las trabajadoras del sexo sufrían mayor presión policial.
“Los programas de salud pública centrados en el trabajo sexual y la prevención del VIH durante eventos deportivos internacionales deben basarse en evidencias científicas, y no en el sensacionalismo mediático que realza aún más la discriminación contra las trabajadoras sexuales y aumenta su vulnerabilidad”, explica Richter. Desde su perspectiva, los medios de comunicación generan alarma social al hacer amarillismo sobre la expansión de la industria del sexo durante torneos internacionales, poniendo el énfasis en un lugar equivocado: “Los medios deben dirigir la atención sobre las experiencias cotidianas de abuso que estas trabajadoras sexuales sufren bajo un marco jurídico que las criminaliza”, denuncia la investigadora.
Este artículo se publicó en el número 6 de la revista Líbero
La fotografía es de Cameron Parkins