¿Es esto un auténtico Jackson Pollock? ¿Pertenece este lienzo manchado con salpicaduras aparentemente azarosas a la serie de lienzos manchados con salpicaduras aparentemente azarosas que ha conformado la carrera del pintor o es por el contrario una imitación con salpicaduras falsamente descuidadas? Desde 1985, los únicos capaces de responder a esa pertinente pregunta eran los miembros del comité de autenticación de la fundación Pollock-Krasner, que toma el primer apellido del pintor y el segundo de su viuda, Lee Krasner.
Allí acudió en 1995 Ruth Kligman con su único Pollock, una pieza que (supuestamente) el pintor le había entregado en persona, en su casa de East Hampton en el verano de 1956, en medio de una sequía de dos años sin pintar, cuando su esposa estaba en Europa, despechada al descubrir que Pollock y Kligman eran amantes. A las pocas semanas de esa entrega de jardín, Pollock sufrió un accidente de coche que le costaría la vida. Kligman estaba en aquel vehículo. El comité de autenticación de 1995 decretó que la obra Rojo, negro y plata en posesión de Kligman era una "obra problemática", la variante más suave de negar que era un Pollock auténtico. La sentencia no es banal: la diferencia entre el precio de un Pollock acreditado y el de otro "problemático" es de tres ceros: uno se paga en miles, el otro se subasta por millones.
Kligman decidió entonces recurrir a la ciencia. La tecnología lleva tiempo usándose en la verificación del arte para determinar si la edad de los materiales coincide con la época de la obra, para localizar pigmentos que ya estén en desuso, para revelar bajo infrarrojos las capas inferiores de la pintura. Los laboratorios han llegado a la partícula subatómica: el Centro Nacional de Aceleradores de Sevilla acelera protones y deuterones para interrogar la física íntima de los cuadros. Pero el estudio de Rojo, negro y plata rodeó los materiales pictóricos y se concentró en lo fortuito: los elementos accidentalmente atrapados en la pintura. Las fibras, la arena, el polvo, las huellas. Analizar el cuadro como si fuera una escena del crimen: quitar el expresionismo abstracto y quedarse en un puro C.S.I., en un Cluedo. Olvidar el cómo y el porqué y centrarse en el quién, donde y cuando, y olvidar el cómo y el porqué.
CSI contra la academia
El encargado fue Nicholas Petraco, un detective retirado que tuvo que aprender a extraer las muestras sin dañar la pintura. El resultado del estudio forense fue abrumador. Las fibras y los pelos humanos coincidían con restos encontrados en los últimos zapatos que calzó Pollock. Había arena y semillas que coincidían con las del jardín de su casa. En los estudios forenses todo son resultados circunstanciales, así que las pruebas buscan un cúmulo de coincidencias: cuantas más coincidencias se producen, más veraz es la conclusión. En este caso, hubo un elemento inesperado: un pelo de oso polar. Nadie entendía por qué algo tan raro se encontraba en el cuadro hasta que descubrieron, ya guardada en el ático de la casa, una alfombra del pintor que entonces lucía en su salón.
Cuando presentaron los resultados para acreditar la obra, los expertos consideraron que no eran suficiente. En su opinión, las pruebas demostraban que el lienzo se pintó en la casa de Jackson Pollock, pero no que él lo pintara. Lo pudo falsificar alguien que caminara por aquel mismo jardín y que retozara por la misma alfombra y que lo hubiera pintado allí mismo. "He tenido casos con gente a la que le han caído treinta años de cárcel con menos pruebas que las que he presentado en este cuadro", señalaba el investigador en declaraciones al New York Times. Sin embargo, el juez decisorio había hablado: le daban igual las pruebas microscópicas y las muestras de tejido y las probabilidades numéricas de reunir todas las condiciones. No le iban a convencer. La ciencia no puede acreditar un Pollock.
La situación es un calco de la que relataba el documental Who the #$&% Is Jackson Pollock? (Harry Moses, 2006) donde los especialistas se negaban a aceptar como prueba la coincidencia de materiales y una huella dactilar en un cuadro que una camionera había comprado por cinco dólares en un rastrillo. Allí el mayor problema era justificar el recorrido de la obra hasta llegar a aquellas manos, aquí la vivencia y la convivencia tampoco eran suficientes. Podría desestimarse como un simple lío de faldas, donde se niega la fortuna de la amante desde la fundación de la esposa (que en español de otro tiempo se denominaba "la legítima"). Pero lo llamativo de la postura del juez estético es que sea posible, es decir, que pueda no solo suceder sino mantenerse.
Un Pollock malo ¿es todavía un Pollock?
El experto es el contrario radical del forense: reniega del dónde y el cuándo, su campo es el cómo y el por qué. En el experto de arte confluyen tres figuras: el místico, el juez y el pastor. El místico reniega de las pruebas ajenas como los clérigos se aferran a su génesis (cada uno el suyo según su libro sagrado) por mucho que avancen los aceleradores de partículas y por bien que funcionen los teléfonos móviles. El juez estético invierte al juez jurídico que retrataba Michel Foucault en Vigilar y Castigar: en el tribunal se llama a los expertos científicos precisamente para no juzgar el "crimen puro" sino el alma del acusado (si volverá a delinquir, si hay atenuantes...), pero en el caso Pollock se desestiman las pruebas precisamente invocando el alma del pintor: aunque se hubiera pintado donde Pollock, como Pollock e incluso por Pollock... eso no es un Pollock. El pastor reconoce el camino correcto, y el propio pintor no puede descarriarse: un nuevo Pollock nunca visto no se forma en la cabeza del artista sino que se forma en la cabeza del analista. Descarriarse en lo ético o en lo estético es inaceptable, y ningún análisis subatómico puede ser argumento para justificarlo.
¿Cuál es el valor de este Pollock? ¿Sirven las ecuaciones para que el pujador pague millones? ¿El valor de la pieza está en la obra o reside en el sello aprobatorio? Los sucesivos volantazos de este caso real recuerdan al tebeo La Patrulla Condenada, donde un villano dadaísta señalaba el cambiante valor de un billete de dólar (1€) falso (0€) que tenía un autógrafo de Andy Warhol (200€) falsificado (0€) por Pablo Picasso (1.000€). Ese es el papel del experto: fijar el precio de mercado, la cantidad a la que colocárselo al siguiente aficionado o al siguiente incauto. El valor del billete es tan místico como el valor del cuadro y ningún muestreo de laboratorio será preferido a un tasador en la próxima puja. El arte elevado del alma creadora sólo se reconoce en el espejo de la córnea de un alma gemela y sensible. Guardaos vuestros protones. Apartad vuestros osos polares.