La solicitud de Gerardo Díaz Ferrán de acogerse a la justicia gratuita, conocida pocas horas de que se sentara por primera vez en el banquillo, parecía una muestra del declive irreversible del empresario. El escenario que le esperaba este miércoles no mejoraba la perspectiva: una discreta sala de vistas, que no conoce juicio mediático, en la sede provisional de la Audiencia Nacional. Muchos periodistas y ningún amigo. Pero fue entrar en la sala, quitarle las esposas y disiparse cualquier duda acerca de la herida que pudiera haber abierto en Díaz Ferrán un año entre rejas.
Llegó a empresario de éxito sin título, sin apellido y sin ideas brillantes. Y una acusación de dos años por defraudar 99 millones de euros no iba a amilanarle a su edad. Pasadas las 12 de la mañana, Gerardo Díaz Ferrán ocupaba su sitio en el banquillo de los acusados. Lo hacía luciendo intenso moreno de patio de cárcel, chaqueta azul, corbata celeste, pantalón gris y camisa de cuadros. Algo sucia y ajada, pero bien visible en su muñeca izquierda, Díaz Ferrán lleva anudada una cinta con la bandera de España. Reproducimos literalmente el diálogo.
–¿Edad? –preguntó el juez.
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Díaz Ferrán sigue creyendo en España y en sí mismo
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