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La Diada en tres actos

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Primer acto. De por qué en esta Diada dejaremos de contar cabezas

Ya hace tiempo que los españoles nos hemos inmunizado del impacto que pueden causar las noticias de manifestaciones multitudinarias. Tan grotesca ha sido la falta de rigor y el afán de manipulación de algunos medios de comunicación (y algunos poderes públicos) en el recuento de asistencia en estos eventos que cualquier manifestación lo mismo puede ser un éxito con una participación millonaria como una "modesta" concentración de pocas decenas de miles.

Sin ir más lejos, fíjense en lo ocurrido en el pasado 11S. Las cifras de la manifestación de la Diada oscilaban entre 500 mil  y casi un millón y medio según qué fuente se usaba. Aún más ridículo fue el baile de cifras de la concentración españolista de ese mismo día: asistieron entre los 6.000 según la Policía Municipal y los 65.000 según la Delegación del Gobierno.

Muy probablemente las manifestaciones más multitudinarias de nuestro país hayan conseguido sacar alrededor de medio millón de personas a las calles. En cualquier país con unos medios independientes y rigurosos una cifra de pocos cientos de miles representaría un éxito sin paliativos. Pero los medios nos han vendido sin pudor alguno tantas manifestaciones millonarias (manifestación de Miguel Ángel Blanco, 11M, guerra de Irak, contra el aborto, etc.) que cifras menores nos parecen ya un fracaso.

En este sentido, la organización Vía Catalana cap a la Independència ha sido muy hábil en cambiar de estrategia y colocar en un segundo plano la batalla por la cifras de asistentes en una eventual manifestación por las calles de Barcelona (donde además la comparación con la manifestación del año pasado sería inevitable). El reto que Vía Catalana se plantea este año va más allá del recuento del número de asistentes. Su objetivo es conseguir realizar una cadena humana desde el Ebro hasta los Pirineos. Tal es la complejidad de organización este evento y tal es el nivel de compromiso que deben demostrar sus participantes (algunos de los cuales deberán desplazarse a zonas en medio de la nada) que de ser un éxito, el impacto será mucho mayor que cualquier manifestación con bailes de cifras. Será una exhibición de músculo en toda regla.

La organización ha sido hábil en presentar la Diada en un nuevo formato que dificulte la tarea de algunos medios de comunicación e instituciones de manipular el eventual éxito o fracaso del evento. Obviamente, la atención se centrará en la búsqueda de espacios vacíos y de cadenas rotas. Pero si la cadena consigue cerrarse a lo largo del territorio, el número de asistentes dejará de ser el factor relevante. El símbolo prevalecerá por encima de los números y eso ayudará a los organizadores a presentar su acto como un éxito con mayor facilidad. 


Segundo acto. La naturaleza del tsunami nacionalista catalán

Ya ha quedado muy documentado en anteriores artículos en Piedras de Papel como en los últimos años se ha producido un aumento del sentimiento nacionalista en Cataluña. Las encuestas muestran un profundo cambio en la opinión pública catalana. Según el CIS, si bien en 2010 el 23% de los catalanes tenían como primera opción territorial una Cataluña con el derecho a la autodeterminación (lo cual, dada la extraña formulación de la pregunta, podemos hacer casi equivalente a una “Cataluña independiente”), esta cifra se ha prácticamente doblado (41%) en apenas dos años. Se trata de un cambio en la opinión pública sin precedentes y que tras el 11S del año pasado ha representado un verdadero terremoto político en esa Comunidad Autónoma.

En concreto, desde la decisión de CiU de apostar abiertamente por la independencia, se ha producido una polarización en el comportamiento electoral de los catalanes. Los partidos más extremos en el eje nacionalista (C’s , CUP y ERC) han ganado terreno a los partidos que hasta entonces habían ocupado una posición central en la política catalana. La polarización en la dimensión nacional se ha visto claramente reflejada en que actualmente el mercado electoral catalán se ha divido en dos según la afiliación nacional de los votantes. En Cataluña ya no existen partidos verdaderamente transversales; la fuerza electoral de CiU se ha replegado entre el catalanismo y la del PSC hacia el españolismo.

En definitiva, el proceso soberanista se ha traducido en una polarización en el comportamiento eldectoral de los catalanes. Sin embargo, sería un error inferir de este hecho que también que se está produciendo una polarización en las preferencias políticas de los catalanes más allá de su comportamiento electoral. En Cataluña, el nacionalismo ha penetrado de forma más o menos homogénea en toda la sociedad. No estamos ante un proceso de aumento de la polarización o fragmentación de la sociedad, sino de un cambio en el centro de gravedad de la política catalana.

Veámoslo en datos: el gráfico 1 muestra la variación de las preferencias nacionales entre 2010 y 2012 según ideología y territorio. Los resultados muestran que la preferencia por la autodeterminación ha aumentado en todos los grupos ideológicos y en todo el territorio catalán. Aunque es cierto que el aumento se ha producido particularmente en Barcelona ciudad y su provincia (excluyendo el área metropolitana), los datos revelan una razonable homogeneidad a lo largo del territorio.

Así, el independentismo ha aumentado de forma generalizada sin importar el territorio o la ideología. Aunque no mostramos los datos, también ocurre lo mismo con la edad y el sexo. En el análisis que hemos efectuado existe una notable excepción: la educación. En lo que se refiere al nivel educativo, el incremento de la posición a favor de la Cataluña autodeterminada ha aumentado particularmente entre los niveles educativos superiores. Si bien entre este colectivo, el apoyo a la autodeterminación ha aumentado 24 puntos porcentuales, entre los ciudadanos sin estudios este porcentaje se ha mantenido prácticamente inalterado. La diferente evolución de la opinión pública según su nivel educativo quizás nos esté mostrando que la polarización en Cataluña según la renta (o clase social) se ha acentuado en los últimos años. En todo caso, tal polarización según entre universitarios y sin estudios representa más una excepción que la regla.

Si bien el aumento de las posiciones más favorables al independentismo ha sido generalizado, el porcentaje de partidarios del centralismo (o de una menor autonomía para Cataluña) se ha visto prácticamente inalterado o incluso ha decrecido ligeramente. Esta estabilidad contrasta con el notable aumento del centralismo en el resto de España, donde -según algunas encuestas- la preferencia por una reducción del poder autonómico ya es mayoritario. Así, en Cataluña los ciudadanos no se han desplazado hacia posiciones más extremas (unos hacia el centralismo y otros hacia el independentismo) sino que más bien se ha producido un desplazamiento en bloque de la opinión pública hacia tesis más pro- autonomistas y sobiranistas.

En resumen, los catalanes están más divididos que antes a la hora de decidir su voto pero no en sus preferencias nacionales. En los últimos años la práctica totalidad de la sociedad catalana se ha movido hacia posiciones más simpatizantes con el “dret a decidir” y con el independentismo. En este sentido, nuestra interpretación de los datos es que el centro de gravedad de la opinión pública catalana se ha desplazado hacia posiciones más nacionalistas sin que ello haya conllevado, por lo general, una mayor polarización de la sociedad.

Queda por explicar por qué la sociedad, aún no estando más dividida que antes en esta cuestión, sí lo está cuando acude a las urnas a votar. Nuestra intuición es que tal inconsistencia se explica por las estrategias de los partidos políticos  en esta cuestión. En todo caso, y con vuestro permiso, dejamos tal intuición para futuras reflexiones en PdP.


Tercer acto. ¿Qué pasaría si mañana hubiese una consulta?

Obviamente no lo sabemos con certeza, pues es de suponer que un buen número de ciudadanos tomarían su decisión según la campaña que hicieran los partidarios de cada opción. Aún así, todo hace pensar que ganaría la opción “independencia”. Así lo muestran los datos del Centre d’Estudis de Opinió (CEO), que en su último barómetro estima que más de la mitad de los catalanes votarían por la independencia (hasta un 70% de los que participarían en el referéndum). Otra simulación que también nos parece bastante plausible es la que realiza Marc Guinjoan aquí, por la cual las fuerzas estarían cercanas al 60% a favor de la independencia, y al 40% en contra (si los que aún no tienen decidido su voto se decantaran a favor del “no”, el resultado podría estar alrededor de 55%-45%.) Más estrecho, pero todavía a favor de la independencia, es el margen que arrojaba la encuesta del GESOP de septiembre del año pasado.

Estos datos arrojan una conclusión clara. Si a los catalanes se les diera a elegir entre independencia o status quo, preferirán en su mayoría la independencia. No obstante, esto sería el resultado ante una decisión entre dos opciones específicas. Las preferencias de los individuos tienen más matices. El barómetro autonómico de Cataluña realizado por el CIS en septiembre y octubre del año pasado (CIS 2659/9) mostraba la siguiente distribución de preferencias ante la pregunta de cuál debería ser el estatus de Cataluña (es necesario recalcar aquí que en una pregunta equivalente los datos del CEO dan una preferencia por la independencia notablemente, pero preferimos utilizar los datos del CIS por esta razón).


Esta distribución muestra que la opción más elegida es la independencia. No obstante, si asumimos que las preferencias son unimodales (es decir que todo el mundo tiene como segunda preferencia una opción contigua a la más preferida) el  votante mediano catalán todavía sigue estando a favor de una configuración de Cataluña dentro del Estado español. Esto es relevante porque en caso de que se celebrase un referéndum, dependiendo de cuáles fueran las opciones, este grupo decantaría la balanza a un lado u otro.

Una mirada más en profundidad a este sector de la población, nos muestra que es un grupo heterogéneo. No obstante, si tuviésemos que caracterizarlos, son principalmente individuos que votaron a CiU o al PSC tanto en las anteriores elecciones autonómicas o generales (también hay un porcentaje alrededor del 10% que son votantes de ICV). Son individuos que suelen situarse en los valores altos de la escala de nacionalismo catalán, aunque no consideran a España como un Estado ajeno. Hay un porcentaje mayor de catalanoparlantes, aunque en su mayoría tienen el castellano como lengua materna. Y son individuos de ingresos y educación media-alta.

Cabe pensar que estos individuos quieren un nuevo estatus de Cataluña dentro de España, pero que ante la situación actual, prefieren la independencia. Tal y como hemos dicho, ante un eventual referéndum de independencia en los términos que se debate en la actualidad, este grupo probablemente determinaría la opción del “Sí” como vencedora. Pero ¿y si el gobierno español se aviniera a negociar? ¿y si se abandonara la postura cerrada contraria a la consulta y el gobierno central la liderase?

En realidad, el gobierno español tiene una ventaja grande: la competencia sobre referéndums es suya. Esto le otorga la posición de “agenda setter” (quien marca la agenda), pudiendo moldear una eventual consulta según sus intereses y teniendo en cuenta cuál sería la opción del votante mediano

Podemos especular con dos escenarios. El primero es el que se ha venido hablando esta última semana. En las conversaciones entre Mas y Rajoy parece ser que el presidente español se habría mostrado receptivo a realizar un referéndum con tres opciones: independencia, mayor autonomía (pacto fiscal) o status quo. En principio, cabría pensar que un referéndum de tres opciones no daría ninguna opción como mayoritaria si los ciudadanos votasen sus primeras preferencias, tal y como veíamos en el gráfico 2. Es de esperar que los ciudadanos que quieren más centralización votarían a favor de la configuración actual del Estado de las Autonomías. Esto nos podría llevar a que la opción más votada fuese el status quo, que sumaría un 43,2% de apoyo.

En cualquier caso, este resultado se daría si todos los ciudadanos votasen por su primera preferencia. Obviamente, podemos pensar que en una consulta con más de dos opciones, algunos ciudadanos votarían estratégicamente por su segunda preferencia. Cabría que ante la posibilidad de que ganara el status quo (ya fuese porque esta fuese la opción más votada o porque ninguna obtuviera una mayoría absoluta de los votos), muchos de los votantes que prefieren la opción de mayor autonomía, votarían estratégicamente a favor de la independencia. En ese caso, si el flujo de votos fuese suficientemente grande, el independentismo todavía podría ganar en un referéndum con tres opciones.

Un segundo escenario posible sería que el gobierno español, ahora que parece dispuesto a considerar una mejora del estatus fiscal catalán, tomase la iniciativa e impulsara una consulta entre dos opciones: independencia y mayor autonomía con pacto fiscal. Tenemos menos datos para aventurar que podría ocurrir en esta situación. En principio cabría pensar que la opción de mayor autonomía tendría muchas posibilidades de vencer. Por el lado más soberanista, el grupo que contiene al votante mediano, tendrían más incentivos a votar de modo sincero. En caso de perder, ganaría su segunda preferencia. Obviamente esto solo ocurriría si se restableciera la credibilidad del gobierno español frente al electorado catalán, muy damnificada tras la gestión del estatut y la posterior sentencia del Tribunal Constitucional. Pero si el gobierno impulsase previamente un nuevo encaje para Cataluña, podemos pensar este grupo podría decantar la  a favor.

La clave en este escenario, por el contrario, estaría en los partidarios del Estado de las Autonomías o de mayor centralización. Estos votantes no estarían eligiendo entre su primera y segunda opción, sino entre su opción menos preferida y la segunda menos preferida.  Tal vez existen votantes a cuyos ojos esas dos opciones son tan parecidas que serían indiferentes entre ellas. Esto podría reducir el apoyo a esta opción y permitir que la opción independentista venciese. No tenemos datos para saberlo y creemos que sería interesante que futuras encuestas exploraran el mapa de las segundas preferencias en Cataluña.

En cualquier caso, estos escenarios muestran que en un eventual referéndum, se podrían dar distintos resultados según cómo se convocase, cuáles fuesen las opciones a elegir y cuáles fueran las segundas preferencias. Esto otorga mayor importancia si cabe al agenda setter. En el contexto actual, el aumento del independentismo en todos los sectores es indudable, tanto como primera y segunda preferencia, pero el votante mediano catalán es probable que todavía sigue estando a favor de una configuración dentro del Estado español. Rajoy o Zapatero podrían haber sacado partido de esto con su posición de agenda setters en una consulta, pero hasta ahora el cortoplacismo de los gobiernos nacionales les ha impedido afrontar la situación.

Los referendos rara vez los pierde quien los convoca, pues el convocante tiene capacidad de elegir el momento de la convocatoria y la pregunta. Esto explica el interés de ERC de plantear un referéndum unilateral lo antes posible. Y esto debería hacer pensar al gobierno español que debería coger el toro por los cuernos. No querer negociar, es un error. La demanda independentista es tan fuerte que lo único que hará el gobierno español es perder su posición predominante ante una negociación futura y que los ciudadanos que todavía tienen como la independencia como segunda preferencia pasen a tenerla como primera.



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