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Pero, además de mentir, ¿tiene Rajoy algún plan en la cabeza?

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Los embustes de Aznar dejaron el listón muy alto. Las negaciones de la crisis y los brotes verdes de Zapatero no fueron cosa de poco. Pero a la hora de mentir, Mariano Rajoy está dejando pálidos a uno y a otro. Porque nunca dice la verdad, porque el engaño se ha convertido en su norma. Aunque ya nadie, ni siquiera entre los suyos, le crea una palabra y aunque sus mentiras tengan cada vez las patas más cortas. La de las expectativas olímpicas de Madrid ha durado pocas semanas. Con su insensato entusiasmo, el ministro Montoro puede haber dado la puntilla a la falsaria campaña de la mejoría económica. De lo de que Obama aplaudió la recuperación española ya no hablan ni los más fieles corifeos. Y a la espera de una nueva patraña, empieza a estar cada vez más inquietantemente claro que este Gobierno ya solo sabe mentir.

Pero no puede ser. Además de eso, necesariamente tiene que haber algún plan, un horizonte al que Rajoy espera llegar, por muy poco clara que tenga la hoja de ruta para alcanzarlo. Y arriesgándonos a dar por hechas algunas cosas que sólo están apuntadas, su planteamiento político podría ser simplemente el de que en los meses inmediatamente anteriores a las elecciones de 2015 la percepción de la situación económica podría ser mejor que la actual. Sin necesidad de hacer mucho a favor de ello, simplemente dejándose llevar, y, sobre todo, gracias a un cambio del clima económico fuera de nuestras fronteras. Y ese escenario puede verificarse. Lo cierto es que los analistas más respetables creen que a menos que se produzca un cataclismo en los mercados financieros europeos –que ninguno descarta y que, en los próximos meses, más que por una quita de la deuda griega, podría ser provocado por una crisis política en Italia–, el panorama económico del continente tiende a ir mejorando poco a poco o, cuando menos, a alejarse de la situación crítica en la que ha vivido estos dos últimos años.

Las perspectivas económicas norteamericanas, por insuficientes que los últimos datos de empleo hayan parecido a Wall Street, caminan también en esa dirección: la de una recuperación a pasos muy medidos, sin alharacas, que dentro de unos meses hasta podría permitir que el banco central estadounidense suspendiera su programa de fabulosas inyecciones de liquidez para sostener a la banca y a la actividad productiva: Nouriel Rubini, un adivino que casi siempre acierta, acaba de de decir que eso ocurrirá en diciembre y aunque no pocos temen que esa decisión podría afectar muy negativamente a la actual estabilidad financiera europea, que ya hoy está cogida por los pelos, también sería un indicio de la seguridad que Washington empieza a tener en la marcha de su economía.

Los grandes países emergentes están sufriendo un frenazo y alguno tiene graves problemas financieros. Pero Asia, incluida China, no va mal y hasta Japón parece que está saliendo del letargo económico que ha durado dos décadas (y por eso le han dado a Tokio las olimpiadas de 2020). En definitiva y aunque nadie se atreve a asegurar que esas perspectivas se vayan a cumplir inevitablemente, que a medio plazo la cosa no pinta del todo mal.

El único plan de Rajoy consiste en seguir siendo presidente del Gobierno cuando ese escenario empiece a consolidarse. Porque en eso, y en que el PSOE no se haya recuperado para entonces, puede estar clave de una nueva victoria electoral del PP. Pero la meta de finales de 2015 está aún demasiado lejos. Sobre todo cuando el asunto Bárcenas hace cada día más daño dentro y fuera del partido; cuando la mayoría de la opinión pública está en contra y no se pueden descartar nuevas olas de protesta, por muy apagado que esté ahora ese capítulo; cuando crece, y en algunos casos se desborda, la desconfianza de los operadores económicos hacia el gobierno y hacia su presidente; cuando, por culpa de las imposiciones de Bruselas, ese gobierno no dispone de un solo euro de dinero público para hacer políticas que podrían favorecer sus intereses; y cuando hay unas cuantas minas vagantes que le pueden estallar en la cara:  por ejemplo, aún no está ni mucho menos descartado que haya que ampliar el rescate bancario.

En esas condiciones, Rajoy sólo puede hacer lo que viene haciendo desde hace ya unos cuantos meses: ganar tiempo como sea, por poco que éste sea. En ese esfuerzo se inscriben sus "hallazgos" –o mentiras- de los últimos meses. El que todos ellos hayan terminado tan mal indica, al menos dos cosas: que la desesperación no le permite planificar adecuadamente esas maniobras –si es que ello fuera posible- y que este Gobierno no se distingue precisamente por la habilidad en este terreno o, dicho de otra manera, que la tarea le viene muy ancha: sólo a un insensato se le ocurre generar expectativas sin cuento sobre los Juegos madrileños a sólo una semanas de una votación que todos los que estaban en el ajo sabían que no iba a ser favorable. Sólo a un torpe le ocurre lanzar una campaña sobre la "espectacular" (en palabras de Montoro) mejora de la economía, cuando lo que están cayendo espectacularmente son los salarios, el crédito sigue congelado al igual que el consumo y se sigue destruyendo empleo, que es lo que la gente, toda la gente, sabe que está ocurriendo. Y sólo un irresponsable puede poner en boca de Obama un elogio a la economía española que si fuera cierto éste habría hecho público sin intermediarios.

Tanta ineptitud genera serias dudas de que Rajoy pueda alcanzar su objetivo. Aunque cuente con la mayoría parlamentaria y el control de prácticamente todas las instituciones –pero no de la justicia–. Y, sobre todo, con su enorme, y cada vez más nutrida, escuadra mediática, disciplinada como nunca, aunque de lo único que ya sabe hacer es repetir las mentiras que le vienen desde arriba.



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