Somos el ejemplo del mundo y somos los últimos en enterarnos. Si fuera por nosotros, los ciudadanos, España no levantaba cabeza. Lo ha proclamado el jokersonriente Cristobal Montoro: cuando por el planeta adelante piensan en un milagro económico, España es lo primero que les viene a la cabeza. Durante el último G-20 cuando hablaba el oráculo Rajoy, Obama tomaba apuntes. Tenemos un gobierno tan atormentado por su pasado que prefiere vivir en el futuro de su propia propaganda.
Lo siguiente eran las olimpiadas. Llevaban escrito el nombre de España. Hasta había instantáneas del príncipe Felipe y Leticia de acampada institucional por Buenos Aires. Los promotores de Madrid 2020 afirmaban disponer de encuestas donde nueve de cada diez españoles estaban por ser olímpicos. "Por supuesto que hay dinero para pagar los Juegos" había aclarado retador el ministro De Guindos, el Señor de los rescates. Nada podía disturbar a la Fuerza y menos aún cuando va a tope de orgullo patrio.
Ahora el sueño se ha convertido en pesadilla. La propaganda solo funciona en España. En el extranjero, pierde sus poderes mágicos. Madrid cayó a la primera y, hay que decirlo, con cierta crueldad por parte del COI.
No se entristezcan más de lo estrictamente necesario. A la larga salimos ganando. Las cuentas estaban echadas al estilo del Gran Capitán. Cada vez que un gestor español anuncia que vamos a recoger miles de millones gastándonos ahora unos cientos de millones ya saben lo que sigue. Dolor, mucho dolor. Es un misterio por qué la Ciudad de la Cultura en Santiago de Compostela supone un ejemplo del faraonismo de la burbuja inmobiliaria, mientras que haber edificado el 80 por ciento de las infraestructuras de unos Juegos que nadie te ha concedido constituye una gran ventaja competitiva.
Tampoco se iba a crear el empleo prometido, ni acudirían los millones de visitantes calculados. Sería la primera vez en la historia del olimpismo. El llamado sueño olímpico es otra muestra de nuestro apego al modelo económico que nos ha traído hasta estos años infaustos de paro y recesión. Un modelo que por supuesto no vamos a cambiar. Que se larguen fuera los médicos, los profesores, los ingenieros, los investigadores, incluso los futuros deportistas de élite. Nosotros nos quedamos con lo que verdaderamente nos importa: el cemento y los turistas.
No tenemos dinero para el estado del bienestar, para la innovación o para la ciencia. Eso es gasto, lujos de nuevos ricos, vivir por encima de nuestras posibilidades. Las olimpiadas, en cambio, son una inversión, una oportunidad y un gran negocio. Pero no nos entienden. La alegre muchachada del COI prefirió el oro de Tokio a la nobleza española. Siempre nos quedará Eurovegas. Más cemento y más turistas. El secreto de nuestro éxito.