Osama Abazeed, sirio de 31 años, se dirigía el pasado viernes hacia el hotel donde se hospeda durante su visita a Madrid. Su camino se vio interrumpido al pasar por Sol, donde banderas sirias ondeaban entre gritos contra la intervención “imperialista” de Estados Unidos. “No pude ocultar mi estupor cuando vi esas banderas oficiales del régimen de Al Asad”, recuerda. Su intención de exhibir la bandera rebelde incendió los ánimos de algunos de los presentes, que la emprendieron a golpes e insultos. El incidente se saldó para el joven sirio con varias heridas, pero asegura que ello no fue lo que más le dolió.
El relato de Abazeed, natural de Dará, es un fiel reflejo del terror vivido por su pueblo durante décadas. Una historia que el joven ha contemplado desde el extranjero, donde partió hace 10 años en busca del sueño que su país le impedía. Sus ojos se encienden al recordar cómo iba conociendo la muerte de amigos y familiares: “Supe de la muerte de mi prima, de 45 años, y de mi tío al ver un vídeo en Facebook. Mi ciudad se encontraba por entonces en estado de sitio, así que no había forma de comunicarme con ellos. Durante cuatro semanas viví con la incertidumbre de desconocer si mi madre y hermanos seguían vivos”.
Recuerda cómo fueron las protestas en Egipto las que empezaron a incendiar las mentes de los más jóvenes: “Un día, un grupo de niños de entre doce y catorce años se hicieron eco de la caída de Mubarak y pintaron un grafiti en el que se podía leer "It’s your turn doctor" (es su turno, doctor, en referencia a Asad). La reacción del régimen fue detener a los niños, algunos de ellos de la familia Abazeed. Osama describe con voz temblorosa cómo "sufrieron terribles torturas en la cárcel durante dos semanas. Sus uñas fueron arrancadas”. De ello hace responsable a Ateb Najib, jefe de la Agencia de Seguridad en Dará y primo de Asad.
Uno de los escenarios de la revolución
La ciudad de Dará es el escenario donde Abazeed ubica los primeros indicios de la revolución. La primera manifestación tuvo lugar el 18 de marzo de 2011. "La demanda máxima era acabar con la corrupción, no se iba contra el sistema o el propio Asad. Sin embargo, el Ejército reaccionó con disparos matando a dos jóvenes". Una sucesión de ataques y funerales siguió a este episodio.
El día 30 de marzo, el presidente se dirigió a la población desde el Parlamento con el fin de tranquilizarla. Para Abazeed, el discurso resultó ser “una broma en la que no hubo reconocimiento a las víctimas y en la que trató a su propio pueblo como terroristas. Ello hizo que el foco de la protesta se desplazara hacia el propio Asad”.
A las palabras pronunciadas por el líder sirio le siguieron las balas de los soldados. “Tan solo dos días después, Asad mandó al Ejército a mi ciudad. Durante cuatro semanas la población no tuvo acceso a agua o comida”, continúa emocionado. Ante dicha emergencia fueron los habitantes de pueblos vecinos los que acudieron a socorrerlos pese a las advertencias del Ejército: “En sus manos sólo sostenían alimentos pero las Fuerzas Armadas ejecutaron a casi 1.500 personas”.
Abazeed asegura que la violencia no ahogará el espíritu de los rebeldes. “¿Vamos a parar? No. En este sentido no queremos venganza, sino recuperar la dignidad. Queremos volver a un pasado digno, en el que suníes, alauitas y católicos convivíamos en paz. Ese es el gran tesoro de mi país”. Tampoco oculta su repulsa ante un Asad que los considera terroristas: “La gente que lucha son ingenieros, médicos, gente con una gran educación. Después de luchar, la mayoría vuelve a su trabajos. Es una cuestión de defensa propia, porque nadie lo hace por ellos”.
El joven sirio también rechaza el término de “guerra civil” como manera de referirse al conflicto. “Aquí no hay dos bandos. No hay un enfrentamiento ideológico o religioso. Se trata simplemente de la violencia de un dictador ejercida contra su pueblo”. ¿Quiénes son entonces los partidarios de Asad? Osama los separa en dos grupos: “Los que quieren preservar sus intereses y los que tienen miedo”.
La concentración de Sol
“La política no se basa en la caridad, sino en los intereses de cada uno”. De esta manera Abazeed explica la falta de interés de la comunidad internacional. “¿Por qué el mundo está furioso cuando 2.000 personas mueren por el uso de armas químicas? ¿Dónde estaban cuando las otras 150.000 eran asesinadas con otro tipo de armas?”, se preguntó al ver los 200 manifestantes que se congregaron en la plaza madrileña para protestar contra una "guerra imperialista".
“¿Que si estoy a favor de la intervención de Estados Unidos? Tendría que conocer antes el objetivo que persiguen”. Para Abazeed, la Administración norteamericana “quiere mostrar al mundo que hay líneas rojas que no deben cruzarse”, así como proteger sus intereses y los de sus aliados. En este sentido, la defensa de los derechos humanos sólo encuentra su sitio en la retórica: “El apoyo americano a los rebeldes es puramente mediático”.
Esas convicciones fueron las que le llevaron a plantarse en Sol. Allí le acompañó una chica española, que portaba un cartel en árabe con el mensaje: "No a la guerra genocida asadiana contra el pueblo". Algunos de los sirios que se congregaron en torno a la estatua de Carlos III empezaron a sentirse molestos por la presencia del cartel.
Osama decidió sumarse a la reivindicación de la joven, exhibiendo la de la oposición siria, que cambia la banda roja de la bandera siria por la verde. Un grupo de ocho hombres, españoles y sirios, se abalanzó sobre él. La policía tuvo que intervenir para evitar males mayores. A pesar de las heridas, Abazeed se muestra orgulloso de conservar su bandera: "Es la bandera que precedió a la llegada de los Asad al poder, el símbolo de la Siria independiente".