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Pendientes del parquímetro por menos de 10 euros al día

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Steven llegó hace dos años a España desde Marruecos. Consiguió alcanzar el Estrecho en una patera que zarpó desde allí, tras dejar atrás su país de origen: Nigeria. Cuando aún vivía África apenas reparaba en los coches que veía de vez en cuando. Y ahora cuenta con ocho meses de experiencia trabajando con automóviles. Pero de una forma particular: se dedica a indicar a los conductores dónde aparcar y a cambiar los tiques del parquímetro de la zona verde de éstos.

Este hombre de 33 años es uno de los ‘gorrillas’ que trabajan en la zona madrileña de Guzmán el Bueno desde las 9 de la mañana hasta una hora indeterminada de la tarde, concretamente en las calles Julián Romea y General Rodrigo. Una zona muy transitada por trabajadores con vehículo particular, ya que en las calles aledañas se encuentran la Clínica La Luz y la Delegación central de Hacienda. No son pocos los que confían en Steven y sus compañeros, dado que es fácil ver más de una veintena de coches cada mañana con la ventanilla del asiento del conductor bajada ligeramente. Todo para que ellos, unos 15 repartidos por el área, puedan hacer su labor a cambio de unos céntimos.

Para Steven lo peor es comunicarse con sus ‘clientes’. No habla castellano, pero sí inglés y francés: "Me comunico por señas. Intento hablar con ellos pero no me entienden". El sueldo por cambiar los tiques y ponerlos en los coches depende de la jornada. "Los mejores días saco entre 10 y 15 euros, pero con lo de que llevo hoy no tengo para comer", relata este nigeriano que actualmente reside en Móstoles en un piso que comparte con otras dos personas y que le cuesta algo más de 200 euros. Eso conlleva que tenga que coger el tren para llegar a este puesto de trabajo tan particular. "A veces lo pago, y otras no, porque no tengo suficiente", confiesa. Su otra partida de gasto es la comida. Aunque en muchas ocasiones ande justo. Esta es la razón de que no envíe dinero a su familia: "primero me tengo que alimentar yo", asevera.

En la misma situación está John (nombre ficticio), nigeriano como Steven, y que lleva tres años siendo el ‘hombre del parquímetro’ para muchos conductores de la zona. Todas las mañanas compite con otros tres compatriotas por ganarse la simpatía de los conductores. Pero ellos no quieren hablar, ni siquiera bajo anonimato. La razón: en cuanto la policía anda cerca, ellos van a ocultarse porque no poseen un permiso de residencia. Algo que John sí tiene, al contrario que la mayoría de compañeros que se busca la vida por otras calles.

Él puso un pie en España en 2003, vía Marruecos y en patera, y desde entonces asegura que no ha parado de buscar trabajo. Primero estuvo en un CIE durante unos meses para después llegar a Madrid. Y dentro de la necesidad no le ha ido tan mal como a otros: habla un perfecto castellano y también tiene tarjeta sanitaria, algo que desde hace un año supone todo un lujo para miles de inmigrantes en España. "Vivo con mi pareja en Móstoles. Yo paso las mañanas aquí y ella está todo el día en casa. Buscamos trabajo pero no hay nada", relata este hombre de 33 años que en 2012 trabajó durante 6 meses en un supermercado. Pero cuando se le acabó el contrato volvió a verse sin ingresos: "No tuve más remedio que volver a estar con los coches", dice mientras muestra lo que ha ganado en lo que va de mañana. "Hoy llevo dos euros, y ayer me fui a casa con tres", se queja.

A pesar del verano, que ha provocado que sus ingresos bajen notablemente por las vacaciones, aún tienen algunos clientes. "Les he dado 40 céntimos mientras estaba haciendo unos recados y he dejado la ventanilla abierta para que cambiasen el tique. Si llegan a venir los empleados del parquímetro ellos tendrían que haber puesto dinero para renovarlo, ya que el mínimo son 50 céntimos", cuenta un joven que ha probado la experiencia de dejar el coche a cargo de gente como Steven o John.

Otro de los que está en la calle pendiente de los parquímetros es un guineano de 35 años que se niega a dar su nombre: "No tengo papeles y tengo miedo", dice para justificarse. A España llegó hace dos años en avión, evitando así poner en juego su vida en el mar. Inició su periplo en Málaga, donde estuvo en un CIE en el que se ocuparon de él y sus problemas de salud. "Me operaron del estómago, pero no sé muy bien de qué", dice a la vez que enseña una gran cicatriz que le recorre el estómago de arriba a abajo. Entre sus clientes está una chica que estudia en una academia cercana de 9.00 a 15.00 horas, y que no puede salir de clase a cambiar el tique. Él se encarga de ello por una propina que no llegar a costear sus gastos diarios.

Entre éstos está comer cada día, algo para lo que tiene dificultades por sus problemas de estómago. "No puedo ir a los albergues porque me sienta mal la comida. En alguna asociación pido arroz, que es de lo poco que puedo comer", confiesa con gesto contrariado. Una dolencia de la que no ha sido tratado durante más de un año: asegura que todos los centros de salud madrileños a los que ha ido se han negado a tratarle por el decreto del 'apartheid sanitario' del Gobierno central. Todo porque, según él, "siempre me piden un justificante para que me vea un doctor". Cuestionado sobre si tampoco ha recibido atención en Urgencias, insiste: "tampoco, me piden un papel que nunca tengo". Por todo ello, aunque le resulta un "gran sacrificio" estar toda la mañana buscando unas monedas por este servicio poco ortodoxo, afirma que no le queda más remedio que realizar esta labor para subsistir.

Como Steven y John se dedica a buscar 'clientes' a todas horas. Cada coche que pasa por una de las calles de la zona recibe sus indicaciones, y si aparcan, él se acerca a ofrecer sus servicios de ‘cambia-tiques’ por unas monedas. Si no le hacen caso, busca a otros conductores para ponerse a su disposición. También está pendiente de los que se van, con el objetivo de pedirles su tique para así ponérselo a los coches que tiene a su cargo y ahorrar un gasto a los dueños. Una estrategia que busca atraer a más conductores.

Los empleados del SER, en contra

Esta es una de las quejas de los empleados del Servicio de Estacionamiento Regulado del Ayuntamiento de Madrid (SER), que aseguran a eldiario.es que no han sido pocos los que se han quejado de la presencia de los africanos para controlarles y hacer las veces de dueños. Porque el trabajo de estos consiste en estar atentos a la presencia de los encargados del parquímetro para evitar que pongan multas que pueden llegar hasta los 90 euros. En cuanto los trabajadores aparecen por las calles General Rodrigo o Julián Romea, los ‘gorrillas’ ponen un nuevo tique que han adquirido de otro conductor que ya se marchó o sacan uno nuevo de la máquina, cuyo precio mínimo es 25 céntimos.

"Hay gente que no entiende que habiendo un parquímetro además estén ellos", relata una empleada del SER, contraria a este tipo de trabajo que hacen los africanos, y que apuesta por "quitarles, como se hizo en otras zonas. A veces agobian y atosigan a la gente. La policía lo sabe, mis superiores también, pero aquí nadie hace nada", apunta. A pesar de su posición, admite que nunca ha tenido ningún problema con sus ‘competidores’ en la zona, y que los negocios que hagan con los dueños de los coches no le atañen: "hay gente que les da muy buenas propinas, y algunos hasta las llaves para que cambien el resguardo sin problema".

Este testimonio coincide con el de otra trabajadora del SER, que dice no conocer ningún problema por parte de los inmigrantes. Aún así, alega que si bien a ella no, otros de sus compañeros sí han tenido algún encontronazo "por las tardes", además de alguno de los conductores: "hubo una chica que no quería pagar y estuvieron detrás de ella mientras intentaba irse, y no la dejaban. Mis compañeros se tuvieron que meter por medio", asegura. En cualquier caso, cree que esta situación cambiará cuando los conductores empiecen a usar la nueva aplicación para móviles que permite renovar el tique de hora desde el teléfono. "Con esto ellos ya no tendrían nada que hacer", dice en referencia a los 'gorrillas'.

Los supuestos rayados a los coches

Los vecinos de la zona aseguran que jamás ha habido problema alguno con ellos. Aún así, creen que la gente les paga "por miedo a que les rayen el coche o les hagan algo", declara una vecina, que expone la experiencia de amigos y familiares que han ido a visitarla y que según ella le han confesado que les han dado la propina por esa razón. John es tajante al negar esas acusaciones: "¿Cómo vamos a rayar un coche? Si alguien no quiere que le cambiemos el tique le dejamos en paz. Además, por aquí hay gente todo el rato y la policía está siempre por la zona".

Lucía, otra de las vecinas, cuenta que muchos de los que viven en el barrio se han quejado porque estos inmigrantes estén "en un barrio de bien", dado que según éstos "hacen sus necesidades en la calle", pero que no hay "ninguna queja" más alla sobre ellos. Y tampoco conoce casos de coches dañados cuyos dueños no hayan accedido a la oferta de los africanos.

La ausencia de protestas por su presencia se ve reflejada en que algunos de los vecinos les dan comida, como destaca John: "Hay varios que se preocupan por nosotros y nos ayudan como pueden". Pero también los hay que no, ya que el nigeriano asevera que "más de una vez hemos escuchado insultos, nos han dicho que nos fuésemos a nuestro país… eso es racismo". Aún así, todos coinciden en que no se irán de esta zona y seguirán cambiando los tiques de aquellos que se los confíen. Porque no le queda más remedio.

Todos ellos han pasado una mañana más haciendo lo que consideran un trabajo. Menos Steven. A las 12.30 ya no estaba en su puesto. La policía había pasado tres veces hasta esa hora por la zona.









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