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Nos hacen falta muertos

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Ah, bobitos, bobitos, qué nos habíamos creído, ¿te acuerdas cuando lo del profe de Literatura?, era dios, carajo, era lo máximo, gracias a él te creíste capaz de planear sobre el marrón de los días laborables, que quizás, quizás tienen razón, gracias a él escribo, gracias a él la novia del Rubio, qué pronto la palmó el jodido, dio aquel paso, ¿te acuerdas?, claro que te acuerdas, tiempo después vimos al profesor y ya era solo otro pasajero del metro, algo rijoso, mucho más calvo, molestando a aquella muchacha que ni desprecio le regaló, toma ya torpe aliño indumentario.

Pues lo mismo, lo mismo pero a lo bestia.

A estos otros les hacen falta muertos, y sí, parece una señora diferencia. Autoridad, se llama.

Bobitos, ah, bobitos, les damos papeletas –perdón por descender a ras de perro–, el empujón necesario para asir el timón, y de repente ya se llaman ministro de Exteriores, consejero de Hacienda, canciller, presidente, y con el título va nuestra confianza, hala, que inventen ellos, que tomen decisiones, ¿no son los dignatarios? Ya sé que no es lo mismo, aún no tan tonta, dónde va a parar, no es lo mismo lo de estos nuestros elegidos que aquello del profesor Tal Cual que creímos eterno y resultó vecino gris acera, no es eso pero sí.

Autoridad, se llama.

Ayer un ministro francés, un ministro británico, otro alemán, un llamado secretario general, un barullo de cargos, un jolgorio de títulos al mando dio ese bonito paso que los medios de comunicación llaman “reacciones”. Por los muertos. Oh, los muertos, los muertos funcionan por acumulación. En 2011 empezaron a morir los muertos sirios, contemos los meses, echemos cuenta de semanas y días, pero ayer…

Ayer, las reacciones.

Ayer, la evidencia de que aquellos que gobiernan no son sino otra panda de incapaces, como nosotros mismos, que están ahí solo porque necesitamos colocar eso que llamamos autoridad al frente de nuestro desentendimiento.

No sé, no sabemos, cuántos muertos mata un ataque con gas, si mata mil trescientos muertos o mata tres mil muertos y ciento uno. Lo que sí sabemos –¡otra vez!– desde ayer es que aquellos en quienes delegamos lo que hacemos, por tanto lo que somos, no son más que un puñado de infelices pasajeros rijosos. La diferencia son sus chóferes, su inmunidad, la diferencia con nuestro profesor aquel de Lite es que a ellos los hemos elegido. Autoridad se llama. La diferencia, la brutal diferencia, es que ellos necesitan muertos para ponerse en marcha, muchos muertos. ¿Y nosotros?

¿Te acuerdas de lo del profesor de Lite que se nos cayó a los pies en la estación de Sant Antoni? De repente era un hombre y solo eso. Pues lo mismo, ah bobitos, lo mismo pero a lo bestia. ¿Cómplices, asesinos? Vale, pero si criminales, son los nuestros, o más, somos nosotros. Solo hombres, nuestros representantes. Pero ojo, que son más de mil los muertos que requiere su reacción. Les hacen falta muertos. ¿Nos hacen falta más?









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