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La realidad y el deseo

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Hace muchos años, en clase de religión, el cura nos hizo escribir en un papel una petición para Dios. Mis compañeros desearon la paz mundial o la erradicación del hambre en el mundo; yo pedí, lo recuerdo perfectamente, “ser normal”. El cura me afeó la petición: “Eres un egoísta”, me dijo. Por entonces no tenía asentado mi ateísmo pero ya me sonó raro que un deseo tan normal fuera censurable.

Al parecer, no es un deseo tan normal. A lo largo de estos meses, en este blog hemos debatido mucho sobre la discapacidad y han surgido visto puntos de vista diferentes. A mí me resulta bastante extraño pero hay personas que están contentas de ser retronas. No es que acepten no poder caminar o escuchar o ver; es que casi están orgullosas de ello.

Bien, cada uno se enfrenta a la realidad como quiere o puede pero una cosa es aceptarla y otra muy diferente retorcerla.


1.-

Para empezar: ¿es posible estar orgulloso de una situación impuesta, no elegida? En mi opinión, no. Siempre me ha parecido un tanto vacuo enorgullecerse de ser español, catalán o aragonés; más todavía enorgullecerse de ser retrón. El orgullo nace de un logro, de una realidad modificada por uno mismo, no de una situación dada.

El teólogo estadounidense Reinhold Niebuhr escribió la siguiente oración: “Dios, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo cambiar y la sabiduría para conocer la diferencia”. Si quitamos a Dios, la frase puede servir para cualquier persona. Yo no soy creyente y me gusta. Hay cosas que no se pueden cambiar, hay que aceptarlas de forma tranquila. No hablo de resignarte a ser retrón, es un verbo que connota tristeza; hablo de mirar a la realidad con los ojos abiertos y comprenderla sin adornos.

En más de un caso he leído o escuchado que la discapacidad no existe, que todos somos discapacitados en uno u otro grado. Que es lo mismo no poder caminar o escuchar que no poder volar. Es un fabuloso autoengaño. Es muy difícil hacer ver la realidad a las personas que se engañan a sí mismas, ya se sabe que no hay peor ciego que el que no quiere ver… Pero hay que decirlo a las claras: la discapacidad existe, no es positiva y no afecta a todos. Queda muy bonito decir que la discapacidad está en la mirada del otro o, como escribí en su momento, en la propia mirada; pero lo cierto es que la discapacidad está ahí, sin importar quién mire ni cómo. Otra cosa es la forma de gestionarla (que es a lo que me refería en aquel primer artículo).


2.-

Encuentro cierto paralelismo entre esta visión de la discapacidad como una cualidad más y la trampa del pensamiento positivo. Recupero unos párrafos de mi blog personal:

Sé optimista y verás como la vida te sonríe. A primera vista, parece una buena estrategia. Sin embargo, envía un mensaje nocivo.

Ciertos medios de comunicación -y un puñado de gurús que andan sueltos- nos dicen que si “visualizas” lo que deseas, si lo piensas de verdad, si eres optimista y no te desanimas, las cosas te irán mejor. Y no. El mundo no funciona así. Sólo con actitud alegre no se supera un cáncer, sólo con pensar cada mañana “hoy encuentro trabajo” no te van a llamar. Ojalá fuera así de fácil, pero la magia sólo existe en los cuentos.

Lo peligroso es que acaban culpabilizando al que no tiene buen rollo. Y también uno mismo puede fustigarse y pensar que no sale del hoyo porque no lo desea lo suficiente. En el fondo, el pensamiento mágico es similar a la religión. Si crees que sólo con cambiar de actitud puedes modificar la realidad que te rodea, nunca harás nada por promover un cambio real.


3.-

Otro argumento repetido es el que insiste en que ser retrón le ha permitido conocer gente maravillosa y disfrutar de las cosas pequeñas de la vida. Me recuerda al pensamiento de Pangloss, un personaje inventado por Voltaire que consideraba que todo tiene un sentido y un fin. Era optimista hasta el ridículo y llegaba a festejar verdaderas tragedias.

También se parece al argumento de ciertas corrientes de la Iglesia: el dolor nos hace mejores. Una persona de 34 años me contaba que el cáncer a los veintitantos fue lo mejor que le sucedió en la vida. En mi opinión, lo mejor fue sobrevivir a ese cáncer. Parecido sucede con la discapacidad.

De nuevo, se autoengaña quien cree que gracias a no poder ver, caminar o vestirse por uno mismo ha conocido los secretos del universo, es mejor persona o ha encontrado al amor de su vida. ¿Acaso todas estas maravillas están vetadas a los bípedos? Suena un tanto arrogante decir que eres más feliz por ser retrón.

Tampoco al contrario. Aceptar la realidad no significa estar llorando por las esquinas todos los días. Habría que estudiar seriamente la relación entre discapacidad y felicidad. Quizá no la haya. En esta charla de TED se recuerda un curioso estudio sobre las personas con discapacidad sobrevenida. Del mismo modo que que el dinero no da la felicidad pero viene bien, tampoco todos los bípedos son felices pero poder escuchar o tener todos los cromosomas en su sitio ayuda.


4.-

Decía Pablo en los comentarios al anterior post: “Negar que el 99% de los cascaos firmarían ya mismo por que les quitasen su discapacidad con un bisturí si se pudiese es simplemente mentir.” Quizá el porcentaje es inexacto pero estoy convencido de que una amplia mayoría sí firmaría. ¿Que hay sordos que prefieren no oír? Cierto. ¿Que hay enanos que sólo se relacionan entre ellos y están orgullosos de medir metro y poco? También. Pero, de nuevo, creo que es una estrategia de supervivencia. “Como no puedo cambiar mi cuerpo, voy a decir que estoy satisfecho con él”. Me viene a la mente la fábula de la zorra y las uvas: no están maduras…

Hagamos la pregunta al revés. ¿cuántas personas sin discapacidad desearían no poder caminar, no ver o tener un problema mental? Me arriesgo: muy pocas.

Yo lo tengo claro: si pudiera tomar una pastilla y me nacieran brazos y piernas, la tomaría. ¿Significa eso que soy un amargado? No. ¿Pienso todo el día en ello? Tampoco.

Que cada uno gestione su situación como quiera, pero sería bueno que no trataran de imponer sus autoengaños.



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