Comparto la indignación de los comentaristas ante las salidas de pata de banco de este señor Rosell a quien Dios cohonda, como aún escribía Cervantes, o confunda; o casi mejor que lo destruya, que viene a ser todo lo mismo. La marrullería del tal Rosell tiene bemoles y sorprende la simpleza cruel de la receta que expone para acercarnos a la esclavitud.
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