Mi padre le decía el parte incluso cuando se suspendió al principio de la Transición la obligación que tenían las radios, públicas –entonces más bien oficiales- o privadas, de emitir un noticiario horario elaborado directamente por el gobierno. Eran muchos años de costumbre, desde que el parte militar daba cuenta del estado de la situación bélica y luego se transformó en un parte civil que recitaba lo que los súbditos de la dictadura debían conocer de la realidad común. Luego desapareció, lógicamente, y dio paso al tiempo de la diversidad de opiniones y de la incertidumbre por no tener algo seguro que pensar y en lo que creer.
Para denunciar que desde entonces todos los medios ya públicos se empeñan de nuevo en reproducir una realidad oficial no hace falta que gaste líneas; es un hecho palmario, generalizado y cotidiano. Sin embargo, adormilada la crítica por esa persistencia, ésta abandona su modorra cuando el oficialismo y la consiguiente manipulación se exceden incluso en las formas.
De lo mejor que tuvo el tiempo de ZP fue que permitió que los informativos públicos fueran tales. Profesionales competentes ocuparon responsabilidades y no se cortaron a la hora de ser exigentes e inquisitivos ni siquiera preguntando a quienes detentaban entonces el poder. A tanto llegó que la derecha se tomó su tiempo, una vez instalada en el gobierno, para soltar la correa de los discípulos y émulos de Urdaci, y para desplegar todo lo que son capaces de hacer en cuanto a manipulación informativa desde los medios que todos pagamos.
De entre todas las expresiones altisonantes que me han despertado de mi particular letargo crítico destaca la de la vuelta al parte militar. Me explico. Habrán notado –si no se lo digo yo ahora- que todos los telediarios tienen un corte dedicado a las “fuerzas uniformadas”. Son sobre todo fuerzas armadas, es cierto, pero también alcanzan a otras que no son tales, como bomberos de diferentes autonomías, analistas del CSI nacional o corporaciones de esa índole.
Mayoritariamente, sí, son fuerzas armadas. Arranca el parte incluyendo alguna maldad en el balance del día: drogas, inmigración ilegal, falsificación, pirómanos, piratas en el Índico, niños más que desnutridos en zonas ilocalizables donde hay guerras entre negros, algo que pueda quedar de terrorismo nacional o mundialista, tensión creciente entre comunidades blancas de países algo lejanos… La lista es interminable. Pero, dicho esto, identificado el problema, irrumpe el minuto de gloria de los buenos y, presidido por la mosca de la sección departamental que nos ha enlatado oficialmente las imágenes, se nos da cuenta de cómo hay unos cuerpos especializadísimos que velan por nuestro descanso: bomberos ágiles como monos y valientes como titanes, militares preparadísimos, cultos y políglotas, policías que hablando más parecen de la Oficina del Defensor del Pueblo, 'munipas' que se dirigen al mantero o a la meretriz con gran 'savoir faire', soldados de élite que para qué una ONG, científicos del crimen a los que no han llegado los recortes en investigación… Todo da cuenta de un país moderno y preparado, con portavoces generalmente femeninas, pero en todo caso doctos y cultivados, en las antípodas del polizón grosero y autoritario, a la usanza de Torrente.
No hay informativo en que falte ese minuto de gloria que decía Warhol dedicado a alguna facción de nuestras muchas “fuerzas uniformadas”. Todo, claro está, en consonancia con lo relevante del crimen y la sangre en nuestros libérrimos informativos, donde tras el delantal oficialista de la política partidaria, aburridísima y previsible, van mezclándose tropelías individuales o colectivas, todas sanguíneas, con algún dato acerca de la mejora irreversible de nuestra economía, temas varios de internacional, la serpiente de verano correspondiente –“Gibraltar español” es la canción de este estío-,
famoseos y chorradas varias –el telediario de una hora es como las misas de antaño-, y el apéndice deportivo final, más largo que todos los intestinos previos.Pero es lo que tiene esta concepción tan poco liberal de la ciudadanía y del servicio público. Se siente la necesidad desde los poderes de construirle la realidad al individuo, se le hacen ver los problemas y amenazas que le acechan y que ignora, se le mete la preocupación en el cuerpo, pero no se le despide del parte sin darle cuenta de que hay ángeles de la guarda que velan por su seguridad y que les complican el negocio a los malos. Al fin y al cabo, para eso suponen que pagamos impuestos y algo tendrán que enseñar en estos tiempos de 'jibarización' de los servicios públicos.