Seguir los pasos de los mineros bolivianos es una actividad extenuante. Para quien no esté acostumbrado a vivir a 4.000 metros de altura, caminar cerro arriba resulta frenético. A cada paso, la respiración se entrecorta y los pulmones suspiran por una bocanada de aire todavía más grande, una sensación sólo apaciguada por el consumo de hojas de coca, tan habitual entre los pueblos andinos como herramienta imprescindible para los mineros de Potosí.
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