Del jefe de la diplomacia de un país uno espera que sea, como indica su trabajo, diplomático. No espera que se dedique a soltar exabruptos y chascarrillos, combinados con ideas de bombero como el “tasazo” de 50 €, como nos está alegrando el verano el ministro de Asuntos Exteriores, García Margallo. No se trata de no reivindicar la españolidad de Gibraltar, ni de hacer oídos sordos a los abusos que se puedan cometer desde la colonia británica, de cualquier tipo (opacidad financiera, atribuciones de soberanía que no le corresponden, etc.). Se trata de cómo hacer estas reivindicaciones. Si el ministro de Exteriores es alguien que ve normal ponerse a gritar “¡Gibraltar español!”, como si fuera un parroquiano del restaurante de Despeñaperros que vende vinos con la cara de Franco, pues casi cogemos a un parroquiano de verdad y lo ponemos al frente; al menos, no nos llevaremos sorpresas.
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