La gente de bien anda muy mosqueada con las novedades que están surgiendo en España. Sienten como si hubiera irrumpido en el saloncito de su casa unos seres muy raros que sacan votos en las elecciones o se les ocurre cuestionar la monarquía tal como ellos, en su sabiduría, la plantean. Unos broncas, en absoluto fiables, siempre en busca de follones. “Merece la pena preguntarse si la ciudadanía sintoniza de verdad con algunos actores de la política que reclaman de forma perentoria un referéndum sobre la cuestión de Monarquía o República”, encabeza este lunes El País su primer editorial. Es evidente que no, que más del 80% contestan a las encuestas del CIS por puras ganas de entretenerse que la situación política es mala o muy mala y que ven el futuro muy negro. En realidad están, estamos, encantados.
Su mundo no es el nuestro. La prueba más palpable nos la dio hace pocas fechas alguien de probada autoridad como la vicepresidenta del gobierno: ella sabe de una calle donde ya se ve mucha más alegría que antes. Y llevo ya semanas buscándola para acercarme a su universo. Sin duda la princesa Letizia luce exultante desde hace unos días, pero no debe ser por las mismas razones que las personas a las que alude la vicepresidenta. Con seguridad no se disponen todos ellos a ser reinas. La búsqueda de la felicidad es una de las ambiciones más constantes en el ser humano, así que –como digo- me puse a la tarea de encontrar ese lugar siguiendo diversas pistas.
La calle de la felicidad la frecuentan unos cuantos personajes que conocemos todos y que se esfuerzan en darnos datos para que disfrutemos de la alegría que rezuma ese lugar. La principal orientación la dio el vicesecretario de organización del PP Carlos Floriano, como no podía ser menos. Tras escucharle supimos, por exclusión, que en ese remanso de bienestar no viven los componentes de Podemos: “Estos son los que rodearon mi casa, no me cabe la menor duda. No digo una persona en concreto, pero este perfil. Este es el que nos rodea por la calle”, dijo. Es un perfil infrecuente en el barrio. No residen en él, están de paso. Además protestan, no disfrutan del bienestar de la recuperación lograda por el equipo de Rajoy, ni de la renacida fiebre monárquica que está asistiendo a momentos tan bonitos.
En la calle que apunta Soraya importan mucho las apariencias. El sociólogo del PP Pedro Arriola aportó una pista decisiva: son frikis. Una de las muchas oficinas de propaganda mediática de las que dispone el PP, Intereconomía, apuntó finalmente la evidencia absoluta que cerraba el retrato: Pablo Iglesias, el líder de Podemos, se viste en Alcampo. Lo último, vamos.
Estos inauditos especimenes no transitan por la calle que conoce Soraya ni los bienpensantes españoles si no es para incordiar a la gente de bien. Allí donde se vea un friki vestido con ropa barata y a saber con qué pelos y qué vocabulario no es la vía que intentamos localizar.
En busca del Edén, me dirigí en primer lugar a La Milla de Oro, a la especial calle que cruza, en Madrid, la no menos distinguida Serrano: la de un Ortega y Gasset que no imaginó verse trinchado de tanta tienda de lujo. De ésas en las que se venden productos que cosen los mismos explotados esclavos textiles del tercer mundo pero que aquí cobran a precios desorbitados. Lo habitual es encontrar modelitos por más de lo que cobra mensualmente una familia. Y desde luego todos los complementos para que luzca como merece.
Es cierto que en esa calle se ve pasar a personas que exhiben cuantioso dinero colgado en su cuerpo de la cabeza a los pies, pero también hay mucho intruso. De los que cualquier día te dan “el perfil” de rodeadores de casas. Gente que va a trabajar o a realizar gestiones dado que es un lugar muy céntrico. Hasta mendigos se cuelan en la zona y cada vez más. Uno siempre puede refugiarse en su propio hogar. En ese edificio estupendo que rehabilitó el Banco de Santander y cuyos áticos, dúplex y bajos con jardín de casi 600 metros cuadrados, se vendieron al contado y casi de un día para otro. Y eso que costaban entre 1,4 y 4,4 millones de euros. En cualquier caso, tras observar el conjunto de la calle, las expresiones de los viandantes, descarté que ésa fuera la que menciona Soraya Sáenz de Santamaría.
Tengo la impresión de que la vicepresidenta y sus compañeros de élite, política y mediática, se refieren a un gueto de ricos que se ubica al Norte de Madrid: La Moraleja. Allí apenas se mezclan con nadie. Camareros, sirvientas, empleados diversos, guardas de seguridad, son invisibles. Vehículos último modelo, restaurantes, una revista –La Tribuna de La Moraleja- que se enorgullece de que en el municipio, Alcobendas, se vote tanto al PP, aunque hasta allí haya llegado Podemos en un flamante tercer puesto. Una anunciada como “Casa de ejercicios” marcada con el símbolo de una iglesia. Una Esencia Moraleja para oler a rico. Una forma de vivir. Tener glamour hasta yendo al campo es ser “muy tú”. O comprar y comprar y volver cargado de regalos también es “muy tú”. Rico, exclusivo. ¿Feliz? Quizás cuando miran a sus niños, en muchos casos sagas de clones vestidos todos igual. Y a lo caro. Hay otros que se desmayan o se duermen en los colegios de España porque pasan hambre, pero sin duda no viven tampoco en la calle referida por Soraya.
Esos seres privilegiados, de preclara inteligencia, que tan bien nos conocen y saben lo que nos conviene se han puesto de los nervios estos días. Y no solo en el gobierno y el partido que lo sustenta, que son quienes más tiene que perder. El ex presidente Felipe González no para de alertarnos sobre nuestro descarrío. Rubalcaba, hombre de Estado donde los haya, hará lo que sea menester para que el alma monárquica del PSOE vote República. Oh, perdón, es al revés. Y la candidata favorita de el aparato, Susana Díez, también. Cómo será lo que está pasando que hasta esa especie de Reina Madre que el sistema tiene en Cataluña, Dura i Lleida, se plantea abdicar por desacuerdos varios con su propia formación en temas sustanciales como el culto a la monarquía.
Entre todos habían compuesto un combate muy ordenado para la galería. Los medios y sus voceros lo secundaban y todos ellos estaban contentos. Como en un tongo, pegaban sin dar. Pero ahora el contrincante critica, razona y pone en evidencia. Esto no se puede consentir. ¿Qué será después? ¿Que el pueblo al que representan (o al que deben informar en su caso) quiera tomar decisiones que afectan a su propia vida? Unos antisistema son. ¿Y de dónde salieron si no los vimos? En los sitios que frecuentan, no estaban. O no los vieron. Se empeñan tanto algunos en ignorar a la ciudadanía.
Por eso no termino de encontrar la calle a la que se refiere la vicepresidenta. En ninguna parte veo la alegría que ella observa. Todo lo contrario. El miedo a restringir una brizna sus privilegios, a no poder seguir aumentándolos sin freno, borra sus sonrisas. Más aún, en muchos casos aparecen como la viva imagen de la histeria.