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Las ruinas de la civilización Atari

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Acompasado por las excavadoras y brillante de chaleco de emergencia, Zack Penn enarbolaba los cartuchos de videojuego como si fueran tablillas mesopotámicas. Era el vestigio concluyente: la leyenda era verdad, el mito era real, como la ciudad de Machu Pichu, que tantos siglos fue solo una hipótesis hasta que la encontraron finalmente entre las cumbres. Penn había encontrado el mítico sumidero donde Atari había enterrado miles y miles de copias de ET El Extraterrestre, el peor videojuego de la historia, la obra que hundió la industria en los ochenta. Con la exhumación en pleno proceso, traía la buena nueva a los centenares de curiosos que había convocado en Alamogordo, para los que había instalado una consola de época en la trasera de una furgoneta y un ET de tamaño real montado en un Delorean como el que viajaba a nuestra década en las películas de Regreso al futuro. En realidad, ya solo quedaban unos pocos. El resto habían abandonado, vencidos por los vendavales de viento y de basura, hartos de soportar lo peor mientras desenterraban al peor de entre lo peor.

La excavación perseguía una historia que ha sido disputa entre los especialistas durante décadas. Cuando comenzaron los ochenta, Atari era la reina indisputada de los videojuegos caseros. Pero para 1983 el mercado había colapsado: sólo en ese año la compañía perdió 536 millones de dólares, y bajó de ocupar a 11.000 personas hasta solo tener 900 trabajadores. Con la situación en ciernes, Atari decidió jugarlo todo, nunca mejor dicho, a un solo cartucho: aprovechando el tirón de la inminente película de Steven Spielberg, que tenía todos los visos de ser el bombazo de las navidades, produciría un videojuego basado en ET El Extraterrestre.

La empresa llegó a un acuerdo con Spielberg por la friolera de 21 millones de dólares, lo que les obligaba a vender 5 millones de cartuchos solo para cubrir la licencia. El juego debía estar en tiendas a tiempo para el estreno del largometraje, de modo que se desarrolló a toda prisa, con un resultado que todos aún juzgan como un desastre: gráficos rudimentarios, historia inexistente y trampas de las que era imposible salir.

Enterrando las vergüenzas

La aparición de empresas competidoras y una respuesta agresiva que pedía exclusividad a los distribuidores redujo la extensión del videojuego, que con todo terminó vendiendo 1'5 millones de copias. Para impedir la redistribución a precio reducido, Atari decidió destruir su exceso de ejemplares de la forma más barata: volcándolos en un foso en el desierto de Nuevo Mexico. Enterrado en medio de la nada, el peor juego de la historia, que aún hoy se valora como el mayor fracaso financiero de la industria de los videojuegos, le costó la existencia a Atari, que terminó cerrando sus puertas en 1984. El fin de la primera era dorada de los videojuegos, desaparecido sin rastro.

La historia era una leyenda entre los jugadores pero en realidad estaba bien documentada. El New York Times había publicado en 1983 el entierro detallando incluso la población, y todos los locales conocían la historia porque los chavales recuperaban juegos que se redistribuían en los circuitos de segunda mano, razón por la que Atari decidió cubrir la cartuchada con hormigón. Era un mito porque nadie había acudido a comprobarlo, y ninguno de los de allí contaba la historia porque nadie les preguntaba.

La exhumación del peor videojuego enterrado entre basura es una noticia que hoy aparece en medios generalistas porque ahora el videojuego es rey. Los estrenos mueven millonadas y quien menos tiene una consola para echarse un Fifa con los amigos. La excavación forma parte de un documental dirigido por Penn -guionista de taquillazos como Los Vengadores o X-Men 2- y cuenta con la colaboración del propio Spielberg. Además, está producido por Microsoft, que empieza a crear audiovisual propio para convertir en canal las Xbox que tiene repartidas por las casas, igual que Berlusconi hizo fortuna ensamblando un canal nacional atomizado mediante emisoras regionales que emitían los mismos programa simultáneamente. La videoconsola como centro del entretenimiento, convirtiendo su propia historia en película para la era en la que el videojuego es soberano. 

Vestigios entre la morralla

Los infames cartuchos desenterrados entre la morralla son los vestigios de la supremacía anterior. Son los restos del viejo imperio desenterrados por el nuevo, lo que convierte los videojuegos en una estirpe. No es casual que contrataran a un arqueólogo profesional para la aventura. Desde estos cartuchos, viejas generaciones de consolas nos contemplan. La dinastía aparece como argumento para justificar los videojuegos como cultura. Precisamente, recuperarlos de la basura entronca con la perspectiva mundana sobre la cultura antigua.

Faemino y Cansado retrataban en un sketch a los ancianos que acuden a las catedrales y que, incapaces de distinguir entre barroco y gótico tardío, juzgan refugiándose en un "qué limpio está". Belén Esteban tuvo una famosa intervención en Sálvame donde lamentaba el estado de las ruinas de Roma y sentenciaba, con marca y todo, que al Coliseo no costaba nada aplicarle una capita de Aquaplast™. La basura del vertedero es como los restos de ánfora que, también basura apilada, conforman las siete colinas de Roma. Lo que desenterraron los jugadores entre la morralla fue un linaje para justificar su trono del entretenimiento.



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