No nos une el amor sino el espanto.
Jorge Luis Borges
En marzo de 2010 un blog del periódico dominical Le Journal du Dimanche aseguraba que Sarkozy y Bruni estaban al borde de la ruptura, citando incluso los nombres de los nuevos acompañantes sentimentales de cada uno. El blog fue borrado, pero al tiempo que esto sucedía, los medios ingleses daban cuenta de ello y Sarkozy, en una rueda de prensa en Londres junto a Gordon Brown, fue interrogado sobre este tema. El presidente francés dijo que no iba a perder “ni un microsegundo” en ello y la prensa francesa dio por enterrado el asunto. Pero por poco tiempo: Pierre Charon, asesor de Sarkozy, declaró cuarenta y ocho horas después que la filtración del rumor se debía “a una especie de complot organizado por los movimientos financieros”. Explicaba que la noticia se había propagado en la prensa inglesa, alemana y suiza lo cual hacía “pensar en un complot, dado que Francia se prepara a presidir el G-20 en 2011”.
El filósofo francés Michaël Foessel afirma en su ensayo La privación de lo íntimo que “los políticos exhiben su intimidad para no tener que ser juzgados por sus actuaciones”. Qué duda cabe sobre la necesidad de la clase política de contar con relatos que les permitan encubrir políticas adversas al interés general o bien ocultar su incapacidad de gestión al estar prisioneros de las políticas globales que les son impuestas.
El actual mandatario francés, Francois Hollande, pareciera que también ha decidido apoyarse en el relato que construyen sobre su affaire sentimental con la actriz Juliet Gayet medios como Paris Matcht o las revistas de papel couché antes que entregarse a la fría crónica de sus contrariedades políticas y económicas en Le Monde o en las páginas salmón de L’Expansion.
En España los detalles de la vida íntima o privada de los políticos no constituyen un correlato de la realpolitik pero en su lugar, el actual Ejecutivo ha desarrollado un relato de la eficacia, de la gestión pragmática, de mercado, para proyectar como narración de su devenir.
Aún resuenan los ecos de aquella aseveración pragmática del presidente Mariano Rajoy en la que comunicó que su gestión estaba sujeta a las imposiciones de la realidad. Rajoy se planta en el Congreso, Moncloa o en cualquier foro, y tiene la misma distancia aséptica que Emilio Botín, Francisco González o César Alierta. Las comparecencias de Sáenz de Santamaría, los viernes después del Consejo de Ministros, son similares a las de cualquier empresa del Ibex35. Sin ir más lejos la presentación del candidato a la elecciones europeas por el PP, el ministro Arias Cañete, se produjo allí en términos de fortalecimiento de la ‘marca’ España y no en un contexto partidario.
En este marco, donde se utiliza un campo semántico financiero y no político –‘procedimientos de ejecución hipotecaria’ en lugar de desahucio o ‘crecimiento negativo’ por recesión–, el Partido Socialista no ofrece un relato opuesto sino que se acopla al discurso gubernamental. El solo hecho de omitir el sustantivo ‘partido’ y utilizar el plural de su identidad ‘Socialistas’ en las comparecencias oficiales, da una pista para atender su resignación frente a cualquier operación política. Alfredo Pérez Rubalcaba y el core conservador que controla el PSOE parece adscribir a la consigna con la que Gerhard Schröder enterró a la socialdemocracia europea: “no hay economía de izquierda ni de derecha; hay economía buena o mala”.
Y es, justamente, la observación de la política alemana lo que lleva a interrogarse si en las próximas elecciones del 2015, no se podría vislumbrar una gran coalición nacional en la que convergiera PP y PSOE, un gran pacto que reafirme, desde la eficacia, el sentido común y la construcción financiera europea –vertebrada por la banca–, el plan actual no ya del presidente Rajoy sino, como él mismo afirmó, de Angela Merkel.
Los acontecimientos ocurridos en Andalucía en estos días llevan a pensar seriamente en esta posibilidad. ¿Era el realojo del grupo de okupas un motivo para retirar las competencias a la Consejería de Vivienda, en manos de Izquierda Unida, y después rectificar? A la presidenta Susana Díaz le costó cierta erosión de su imagen y el hecho, observado en profundidad, no valía la pena una operación de semejante calado político. En declaraciones a la Cadena SER, Díaz puso énfasis en que ella defendía el principio de equidad y solidaridad: las viviendas deben ser para quien las necesite y no para quien la ocupe ilegalmente. Al negociar, a posteriori, con IU un número de realojos queda claro que había alguien que las necesitaba. ¿Por qué llegó tan lejos Díaz, alguien que mide con pericia extrema sus movimientos? De no haber intervenido y dejar obrar a la Conserjería la noticia, posiblemente, habría solo destacado en la prensa regional con un mínimo eco en el resto del país.
Quizás se trataba de enviar el mensaje de que las relaciones entre su partido y la izquierda tienen ciertos límites y que su fuerza está vigilante ante cualquier ‘particular utopía’ –expresión utilizada por el diario ABC– y poner en entredicho mediático futuras coaliciones. Léase esto en el marco nacional. Ya que a nivel autonómico, tanto en Madrid como Valencia, los referentes socialistas deben haber vivido la maniobra con cierto vértigo.
Así las cosas, se asienta un relato gestor desde el Partido Popular y una narración legalista desde el PSOE de Alfredo Pérez Rubalcaba. Y son coherentes: el artículo 135 de la Constitución fue proclamado a dos bandas ‘para la salvaguarda de la estabilidad presupuestaria’ y, como afirmó el expresidente Felipe González‘el mecanismo más contundente para obligar a tirios y troyanos es que figure en la Constitución’.