Que ni los informes de Caritas, ni los de Save the Children, ni siquiera los de Eurostat, nos importan ni nos conciernen. A nosotros, plim. A la mierda con el umbral de la pobreza, apártate, oh, quicio, que nosotros solo frecuentamos catedrales, hipódromos, estaciones de esquí, parques naturales para ir de cacería y, si acaso, Doñana, pero por el Rocío o por vacaciones, y el resto del tiempo, que se joda el medio ambiente. Nosotros cruzamos portones, a lo grande. Los umbrales, sean de la pobreza o del asombro, son cosa vuestra.
Nosotros, los de arriba gobernantes, damos fe de que la procesión arranca, y de que lo hace como nos ha mandado Dios toda la vida. Es decir, colocando encima, y que quede claro, los iconos que tan bien nos han servido durante centurias, que tanto ayudan al hipnotismo general de las masas. Ah, bellas tallas de rostro dolorido de aquellos que, os contamos, sufrieron por vosotros, como si vosotros no sufrierais a lo grande, y además por nosotros. Pues sí, qué conmovedoras tallas de vírgenes sin tetas, inseminadas por palomino, y de cristos en calzoncillos evasé pero limpios, qué exquisitas saetas volando como napalm desde los balcones, qué extraordinarias lucen las elegantes señoritas azafatas de la religión verdadera, ataviadas con delicada negra seda, finos y altos tacones que, piadosamente, zapatean el empedrado que va sorbiendo cera, y nosotros venga a repartir cera desde arriba. Qué zigzag como de gráfico indicativo económico, ese devoto Machu Pichu de peinetas y mantillas que retrocede hacia el lugar de siempre, y con la misma gente, haciendo ver que avanza.
La procesión va sobre ruedas, proclama nuestra pastorcilla Fátima de Habsburgo, pero es una metáfora. Y os vamos a contar por qué.
Porque la procesión, ésta de Nuestra Señora de las Angustias, popularmente conocida como La Recortá, y del Cristo del Silencio, llamado también por la chusma El Censurao, se mantiene firme sin titubear no gracias a las ruedas, sino a los muchos costaleros que hemos metido debajo, casi tantos como en Rumanía y solo un poco menos que Grecia. Gracias a los hombres, mujeres y niños que, pese a hallarse exhaustos de empujar, de soportar, de resistir, de buscar trabajo, de malcomer y de no poder comprar libros de texto, y hasta de encontrar trabajo y pese a ello seguir empujando y no comprando y resistiendo y malcomiendo, todavía no se han muerto. Ni se han largado. He aquí nuestro triunfo: que los costaleros no abandonen los pasos que les encadenan, que no echen a correr, todos a una, persiguiéndonos. Unicamente podemos atribuir semejante éxito a nosotros mismos, que somos quienes hemos convertido a este país en una procesión constante.
Y si no se han muerto los costaleros que aguantan el peso de la ay, patria, y si continúan arrastrado los pies en medio de un silencio que ni el de los corderos, es porque otro paso sagrado, el más sagrado de todos, el de Prendidos, Vencidos y Desarmados en el Huerto de la Precariedad, es el mejor terminado, el más bien pulido y la rehostia en paso, y porque nos hemos gastado lo vuestro en pagar a los centuriones para que no les falten ni látigo ni lanza ni vinagre ni palabra soez con que atemorizaros.
Costaleros y costaleras: valía la pena el esfuerzo. Hala, a cargar, que sois el ejemplo de Europa.
Y viva España y viva Cristo Rey el Golpista.