Esta semana se ha hablado de muchas cosas. De necesidades de las personas. De carencias. De democracia. Del amparo o desamparo de las instituciones hacia los ciudadanos. De la desesperación, la reivindicación. De la ley. De la lealtad y la deslealtad. De legitimidad. De autoridad. Son temas importantes. Muchos trascendentales, vitales. Se ha hablado de todos ellos.
Con la crisis de Gobierno andaluz hemos vivido esta semana golpes de pecho, "puñetazos" en la mesa, ataques de indignación, descalificaciones veladas y no tanto. Y sin embargo, ha habido diálogo. Pese a todo, al final (o al principio), se está hablando.
Voces de ambos lados de esta crisis creían que, por uno u otro motivo, había que romper la baraja y acabar con el pacto de Gobierno. Creo que todos los motivos son válidos en determinadas circunstancias y sobre todo cuando nos empeñamos en que lo sean. Creo también que es verdad que hay líneas rojas que si se cruzan tienen una costosa vuelta atrás. Pero se han empeñado en el diálogo. Y tengo que decir que yo lo agradezco. Personalmente. Porque es un ejemplo cuestionado y minado. Pero un ejemplo necesario.
Porque el diálogo no es fácil. En el fondo, todos sabemos que es más fácil tirar la puerta abajo de una patada que negociar con el otro lado para que la abra. Sabemos que es más corto y resolutivo castigar sin cenar que convencer para que termine. El diálogo es una práctica agotadora, cansina incluso. Lleva tiempo. Horas. Días. Desgasta. Es una práctica de riesgo porque siempre se corre el riesgo de perder los papeles. De poner el foco en las diferencias y no en los puntos en común, en los intereses comunes. De no ser capaces de ponernos en los zapatos del otro. Porque en un acuerdo casi siempre las dos partes pierde y ganan.
Sé que en la vida política no siempre los principios de buena voluntad rigen el diálogo y la negociación. Sé que los intereses que se manejan son muchos, las variables complejas, y los públicos a los que contentar, variopintos. Sé que IU y PSOE andaluz llevan en la mochila algunas cargas pesadas y estrategias. Que dentro de sus filas les acusarán a ambos de "bajada de pantalones". Pero creo con firmeza que el diálogo es necesario, ahora más que nunca. Ahora que tanto se echa de menos en cada una de las decisiones de un Gobierno de la Nación sordo.
Por eso, pese a que ninguna de las dos fuerzas de izquierda gobernantes en Andalucía me parece que se puede sentir especialmente orgullosa del desarrollo de la semana, de las formas que han utilizado, y de ese tensiómetro de subida y caída libre… sí hay algo de lo que pueden presumir. De haberse empeñado en el diálogo. Independientemente del resultado, el logro no es baladí.
No en vano estamos en un país donde cuesta admitir que se pueden compartir puntos de vista con personas ideológicamente lejanas. En el que los votantes no perdonan cuando se cede, y parece que en muchas ocasiones, piden un gobernante implacable a lo Mariano Rajoy que haga las cosas "como Dios manda". Un país en el que saltan las alarmas cuando parece que surgen partidos que minan el bipartidismo, no vaya a ser que haya que llegar a acuerdos (por lo visto llegar a acuerdos mina la estabilidad). En un país en el que se apela al honor (ese concepto rancio y tan "español") como forma de poner punto y final cuando puede que el honor esté en seguir intentándolo. Ese país en el que se penaliza el pacto.
Pues en un país como el nuestro, y aunque el análisis político de esta semana tenga muchas aristas, se agradece el esfuerzo por salir de la barricada y sentarse en la mesa, a ver qué pasa. Porque hay otro tipo de ciudadano que lo va a agradecer, estoy convencida. Ese que participa, se implica y sabe lo que es ceder, lo que cuesta ceder. El que actúa en su barrio, en su escuela, con los vecinos. Ahí fuera hay un país que quiere que se consulte, que se hable y se dialogue. Que no es "como Dios manda". Gracias a Dios.