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Qué lástima

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Me dejan planchada esto que llaman debates y que no consisten sino en monólogos, o como mucho contrarréplicas, y que parecen tan inanes como la madera que forra las paredes y las bancadas del Hemipléjico, antes conocido como Hemiciclo.

Me pasa por encima, y me hunde, que una vez tras otra se dediquen sus señorías a defender sus posiciones sin hacer no ya un mínimo esfuerzo por entender las del oponente, sino ni siquiera mostrar un poco de interés por lo que puede interesar de verdad a los gobernados.

Me resulta del todo insoportable que, yendo yo por la posición 51% del libro de Pilar Urbano La gran desmemoria, en su versión electrónica, tenga que apartarlo de mí, y no porque me disguste su lectura, sino porque me entra una pena grande, una pena muy negra, al darme cuenta de que estoy envidiando a aquellos políticos que, fueran cuales fueran su ideología, sus intenciones y sus intereses, eran capaces de sentarse a discutir hasta que se les rompía el culo. Y eso que, por entonces, no me gustaban, hay que fastidiarse.

¿Cómo es posible que, habiendo conocido, desde entonces, décadas de libertad y de mejores estudios, por no hablar de la mejor alimentación, hayamos alumbrado y elegido a esta reata de mediocres inflados de vanidad y encasquetados en la sordera? No sé qué me produce mayor irritación, si que el silencio también llamado suspense del presidente del Gobierno haya parido por fin a un añejo candidato, pródigo en machadas y etiquetas para jamones, para mandarlo a las elecciones europeas, o que en el PSOE estén dispuestos a celebrar ilusionadamente el aniversario de Rodríguez Zapatero.

Pero miren hacia aquí, señorías. Que hay gente.

Claro que, pensándolo bien –y ahora me engancho al 52% del libro de la Urbano–, lo que pasa es que estaban ya todos allí, por entonces, del Borbón hasta el último campechano, y que, cuando se levantaron, después de producir la plataforma desde la que podrían actuar en el futuro, empezaron a ensayar lo que ya sería, en adelante, el comportamiento de todos: romper las mesas, fastidiar las sillas, ensuciar las tazas y pasar el platillo.

Verdaderamente, ningún tiempo pasado fue mejor y éste tampoco lo es, sobre todo el tiempo emparedado en inoperancia del que nos dan cuenta los parlamentarios en los llamados debates, un tiempo que ni transcurre ni se deja transcurrir, que es igual a sí mismo, pesado como piedra y necio como un escupitajo al aire, y que lo contamina y lo ensucia todo, extendiendo el desinterés en la población como manteca sobre una tostada.

Con decirles que, en habiendo una mini crisis ministerial planteada por el envío a Europa de otro de nuestra perita agrícola, yo ni siquiera tengo interés en rezar para que Dios ilumine al Gran Calladín y no nos ponga a trabajar en Madrid a Rita la Barbaora.

Te deprimen todo.

 



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