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El día en el que el vermú de Reus triunfó en el bar Manolo

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No había acabado el pleno, pero el desenlace de la película ya se conocía. Ujieres, policías, periodistas, diputados, miembros del Gobierno y los numerosos invitados que abarrotaban las tribunas del Congreso.Todos sabían cómo iba a acabar el debate de la propuesta de Cataluña que Mas no ha querido venir a defender a Madrid, a la sede del Parlamento nacional. Pero no por ello la expectación decreció. Las nutridas delegaciones de los partidos del Parlament de Cataluña se encargaron de crear ambiente. Miquel Iceta acudió en nombre del PSC en sustitución de Pere Navarro, convaleciente de una dolencia inesperada. Alicia Sánchez Camacho estuvo bien flanqueada por la plana mayor del Grupo Popular; y Albert Rivera, líder de Ciutadans, no perdió ripio

A los que no cabían en las tribunas de invitados se les ubicó en dos salas de Comisiones para que vieran el debate por unas pantallas de plasma. En una de ellas – la de los ‘vips’-  había hasta un carrito con café, leche y pastas. Dentro de ambas salas el silencio imponía mientras los tres diputados del Parlament, Jordi Turull, de CiU; Marta Rovira, de ERC, y Joan Herrera, de IC, defendían en la tribuna el derecho de los catalanes a celebrar un referéndum sobre la independencia de la hasta la fecha Comunida Autómoma.

Horas antes de que comenzara el debate, a media mañana, la animación en el bar Manolo, el santuario de los parlamentarios, ya pronosticaba que algo importante estaba a punto de ocurrir en el Congreso. Por allí se dejaron caer para matar el hambre el Presidente Posada, numerosos diputados nacionales –clientes habituales- y un nutrido grupo de parlamentarios catalanes. “El vermú de Reus ha triunfado”, contaba Alfredo, uno de los camareros del histórico local. “Yo les he explicado que aquí es más típico el de grifo, pero no ha habido manera”, añadía, con una amplia sonrisa.

También ha sido un buen día para los establecimientos de la zona. A la hora del almuerzo todos estaban a reventar.

Sobre las tres y media de la tarde un diminuto grupo de veinteañeros pertrechados con banderas de Falange y españolas ya se había apostado en la carrera de San Jerónimo, frente al Congreso, para dar la bienvenida a los “separatistas y traidores de la patria”. A medida que los políticos se iban bajando de los coches oficiales, daba igual quien fuera, el grupito alzaba la voz para que les escucharan: “Cataluña es España”. “Generalitat es hispanidad”, gritaban. Un par de policías les invitó con buenos modales a desalojar la calle. El incidente provocó hasta la risa de algunos periodistas que esperaban en la puerta para entrar en directo en sus informativos. “Nunca había visto tanta prensa nacional y extranjera”, bromeaba uno de un medio catalán desplazado a Madrid para cubrir el debate.

Las comparaciones con el otro gran debate, el que protagonizó el lehendaki vasco, Juan José Ibarretxe, en febrero de 2005, fueron inevitables. “Entonces hubo más tensión”, opinaba un exalto cargo del Gobierno del PSOE recordando que por aquella época ETA seguía matando sin piedad por lo que en el patio del Congreso no cabían los escoltas y la vigilancia en los alrededores del Congreso fue mucho mayor que este martes.

La presencia de Ibarretxe despertó mayor expectación “porque además era la primera vez que venía al Congreso un propuesta tan audaz de un parlamento autonómico. Todo un desafío al Estado”, opinaba una veterana diputada del PP que vivió aquel momento. La ausencia de Artur Mas este martes,en cambio, rebajó unos grados el “morbo” político que se esperaba en el debate.

Con todo, lo más comentado por los pasillos fue la intervención de la diputada de ERC, Marta Rovira, que durante su intervención repartió abrazos a diestra y a siniestra y enterneció a sus señorías al desvelar que cuando lleva a su hija al colegio comenta con otras madres el sueño con el que viven los catalanes: “poder votar y construir un Estado que nos permita recuperar bienestar y oportunidades”. Hasta se ganó a Posada que reservó su autoridad para los invitados de las tribunas a los que en varias ocasiones les amonestó por aplaudir a los oradores, algo que está “prohibido” por el reglamento de la Cámara.

A partir de las ocho de la noche muchos diputados ya miraban con impaciencia sus relojes. A las nueve empezaba el partido del Madrid.

 









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