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La revolución silenciosa del 'hombre menstruación'

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Arunachalam Murunganantham era un hombre corriente. Originario de la región de Coimbatore, al sur de la India, a finales de los años noventa llevaba una vida relativamente humilde y tranquila. Hacía distintos trabajos como ayudante de construcción y acababa de casarse con Shanti. Pocos podían imaginar por aquel entonces –ni siquiera él mismo-, que un hombre sin estudios terminaría siendo invitado hace unos días por una de las universidades más prestigiosas del mundo para contar su asombrosa historia: cómo llegó a convertirse en “el hombre menstruación”.

“Fíjate, ahora soy un conferenciante, hago entrevistas para medios extranjeros, hablé la semana pasada en Harvard, estuve en Boston… nunca pensé que todo esto iba a pasar”, cuenta a eldiario.es desde su casa, en Coimbatore, la misma casa donde vivía cuando “todo esto” empezó. Parece contento.

Aquel día vio un retal de tela que su esposa utilizaba cuando tenía la menstruación. Le preguntó por qué no usaba compresas y cuando Shanti le dijo que no se lo podía permitir por el precio que tenían, Murunganantham decidió fabricar él mismo compresas que pudieran ser asequibles para su mujer. “No le dije nada, simplemente intenté hacerlo. Fue bastante simple, compré algodón, lo corté en forma rectangular, lo envolví y en tan solo un par de días ya tenía lista una compresa”. Se la entregó a su esposa como quien descubre un tesoro pero a ella no le gustó el invento. “Me dijo que era asqueroso, que mejor volvía a su trapo. Fue un shock, ¿por qué mi compresa no funciona? Y empecé a investigar e investigar...”.

"Intenté probar con mi propio cuerpo"

La menstruación es un tabú en India. La película documental “Menstrual Man”, dirigida por Amit Virmani, relata la historia de Murunganantham y documenta con datos y testimonios de expertos este problema. Se calcula que tan solo una de cada diez mujeres indias utiliza compresas habitualmente. La mayoría emplea telas que se lavan y reutilizan una y otra vez pero que no suelen secarse al sol por vergüenza, una práctica que acaba provocando infecciones. La mala higiene menstrual es el origen de numerosas enfermedades sexuales y reproductivas.

“Las mujeres no hablan de este tema, las hijas no hablan de esto con sus madres, las amigas no hablan entre ellas, hay muchos mitos en torno al periodo”, explica Murunganantham. Este tabú fue, desde el inicio, uno de los principales obstáculos a los que tuvo que hacer frente.

Trató de probar sus compresas caseras con jóvenes estudiantes. Se las entregó junto con un cuestionario pero el día que los recogió fue consciente de que no podía confiar en esos resultados: vio cómo un par de chicas contestaban rápidamente los cuestionarios de otras. “Entonces intenté usar mi propio cuerpo. Construí un útero artificial a partir de una cámara de aire de un balón de fútbol, lo llené con la sangre que conseguía gracias a un amigo carnicero, me lo até a un costado de la cadera y de vez en cuando lo iba presionando para que soltara sangre mientras caminaba o montaba en bicicleta”.

Fue el principio del fin. “Mi ropa se manchaba de sangre. Iba a lavarla a un lugar público y la gente pensaba que tenía una enfermedad sexual o que era un psicópata. Mi esposa creía que me había convertido en un pervertido”.

Y lo abandonó.

“Había empezado una investigación para mi mujer y ella se había ido un año y medio después”. Para Murunganantham esos fueron los momentos más duros. “Si voy por la calle y la gente me insulta o me golpea, me da igual, pero cuando la gente empezó a pensar que estaba loco y se apartaban de mí o cruzaban para no pasar por mi lado, aquello sí que me afectó un poco”, reconoce.

Aunque no tanto como para renunciar a lo que ya se había convertido en una misión, en su obsesión particular. “Mi filosofía es que si estás intentando hacer algo y parece que cada vez es más difícil eso es una clara señal de que debes seguir adelante, de que si lo consigues, valdrá la pena”.

Murunganantham tardó cuatro largos años y medio en lograrlo. En el camino, además de su esposa, también lo abandonó su madre, cuando decidió investigar compresas –usadas- de la competencia para ver qué estaba fallando en las suyas. Convertido casi en un paria, tuvo que vender algunas de su pertenencias para poder seguir adelante. Y lo consiguió. Contactó con fabricantes y descubrió que necesitaba obtener celulosa a partir de corteza de árbol. Entonces llegaron las máquinas.

“Yo quería hacer una máquina sencilla que pudiera ser utilizada por cualquier mujer rural de la India para fabricar sus propias compresas”, expone. “Fue el mejor momento. Después de crear las máquinas, cuando salieron los primeros modelos y los di a probar, una chica me dijo: “Oh, dios mío, cuando uso tu compresa me olvido de que la llevo puesta”. Aquello me hizo muy feliz”, recuerda. Finalmente, valía la pena.

Algo más que compresas 

Arunachalam Murunganantham no se considera un hombre de negocios. “No, yo no soy un bussiness man, soy un hombre que aporta soluciones, un proveedor de soluciones, por eso no quiero convertir esto en una gran corporación. Es verdad que está creciendo, y cuando me llaman de Jordania o de Kenia para interesarse por las máquinas me siento muy orgulloso, pero yo no quiero crecer a la manera tradicional”, afirma este hombre, convencido de lo que dice.

Para Murunganantham, su modelo de negocio está inspirado en las mariposas, de eso le habla ahora, en sus conferencias, a los estudiantes de MBAs. “Las mariposas sorben la miel de la flor sin provocarle ningún daño, el parásito, que es el modelo de negocio de las grandes corporaciones, sobrevive chupando la sangre de los seres humanos”.

En estos momentos, Murunganantham ya ha distribuido más de 1.300 máquinas y no solamente en India. Sus compresas low-cost son fabricadas por mujeres rurales en una decena de países de Asia y África como Bangladesh, Nepal, Myanmar, Filipinas, Islas Mauricio, Islas Fiji, Kenia, Nigeria, Ghana, Tanzania, Sudáfrica… En ellos, son las propias mujeres las que se organizan en forma de cooperativa. Ellas mismas deciden su nombre comercial, distribuyen los paquetes y gestionan la producción y las ganancias. Cada máquina emplea a unas diez mujeres y abastece de compresas a unas tres mil.

“Tengo una visión clara, he entendido cuál es mi propósito en esta vida. Mi misión es crear diez millones de puestos de trabajo para mujeres rurales pobres, hacer que en este país el 100% de las mujeres utilice compresas”, vaticina Murunganantham, consciente de que el cambio no es solo una mejora en los hábitos de higiene o salud. Se trata de un cambio cultural, social, global, una pequeña revolución.

“No solo estamos fabricando compresas low-cost. Estamos empoderando. Estamos aportando un conocimiento a estas mujeres para que puedan ganarse la vida, para que sean independientes. Los patrones de gasto de dinero de una mujer son diferentes a los de un hombre. Ellas lo invierten primero en sus hijos, en su nutrición y educación. Si empoderas a las mujeres estás empoderando al país”.

“Además –prosigue- estamos rompiendo muchos tabúes. Son las propias mujeres las que, boca a boca, convencen a otras”. Así se van desmontando muchos de los mitos que circulan en torno a la menstruación como que las mujeres, durante el periodo, no puedan salir de casa, no puedan visitar lugares públicos, sean consideradas impuras y se les prohíba entrar en los templos, no puedan cocinar, lavar la ropa o incluso tocar a sus familiares. “Ahora las mujeres les dicen a otras mujeres: ¿Ves? No ha pasado nada con mis ojos, no me he quedado ciega”.

El hombre que inventó las compresas low-cost asegura que, después de “todo esto” no es una persona diferente. “En mi familia –su esposa regresó y ahora tienen una hija- a veces se preguntan por qué no acumulo más dinero. Pensaban que me compraría un montón de cosas, una casa grande… Y no hice nada de eso. Lo que trato de hacerles entender –dice este hombre, que sigue viviendo en la misma casa y al que a veces confunden con un mecánico cuando van a preguntar por “el jefe”- es que yo trato de tener éxito como emprendedor social”.

A Murunganantham le sobran las razones para estar orgulloso y por donde va presume de no haber recibido educación formal. “El 90% de las personas utiliza la educación únicamente como herramienta para sobrevivir, ¿por qué no usarla para algo más? Yo estoy utilizando el pequeño conocimiento que tengo para mejorar en algo el mundo. En mi mente sigo siendo un niño, sigo aprendiendo. Lo bueno, cuando piensas como un niño, es que todo es posible”.

Hoy, recuerda con sentido del humor cómo esas mismas personas que nunca lo ayudaron, que lo tacharon de loco o enfermo y que cambiaban de acera para no cruzarse con él, son ahora los primeros en decir: “Oh, sí, conozco a Mura, sabíamos que lo conseguiría, él trabaja duro”. Murunganantham ríe -“sí, parece que me estoy convirtiendo en una estrella mediática”- pero no pierde de vista su misión, esos diez millones de puestos de trabajo para mujeres de las zonas rurales más pobres del país. Esa revolución silenciosa que comienza en lo más íntimo y que lo está transformando todo.









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