La doble vara de medir que se emplea en el análisis de la actualidad es notable. Uno de los ejemplos más llamativos lo han proporcionado recientemente John Kerry y Barack Obama, al afirmar que "no se puede permitir que Rusia o cualquier otro país desafíen la ley internacional con impunidad”. Habría que alegrarse por dicha aseveración, si no fuera porque es conocida la tendencia de Estados Unidos a violar las leyes internacionales. Pero la memoria es corta y el conocimiento de la historia- lejana o reciente- escaso.
Por eso, lo que en un caso se llama injerencia rusa, en otro se convierte en operación defensiva estadounidense. Lo que se ve como un oligarca local que se hace rico a costa de la corrupción de Ucrania, en España se llama “alguien con contactos en las altas esferas empresariales”. Lo que a veces es denominado invasión ilegal, otras veces es una operación militar bautizada con nombres tan prometedores y pomposos como Libertad Duradera (para Afganistán), Libertad iraquí (Irak), Protector Unificado (Libia) o Nuevo Amanecer (Irak). Y a las dictaduras, si son amigas, se las llama simplemente "gobierno".
Un plan que contempla secuestros, torturas, arrestos arbitrarios, detenciones sin cargos ni juicio, y asesinatos, es presentado como una “guerra contra el terror”. Lo que en un contexto es denominado fascismo, en otro resulta ser un movimiento de patrullas ciudadanas. O, lo que en España era una protesta fuera de la ley -el 15M-, en Ucrania ha sido un movimiento legítimo en el que “la calle se impone”.
En el discurso dominante priman los eufemismos. Estados Unidos no comete crímenes de guerra cuando ha matado con sus drones a mujeres y niños en Yemen o Pakistán, sino que lleva a cabo ataques selectivos. Israel no asesina a palestinos, simplemente a veces hay daños colaterales. La propaganda solo la emplean los otros, nunca las potencias occidentales, que solo se mueven por amor y humanidad. Es más, Estados Unidos no tiene intereses estratégicos fuera de sus fronteras (esta última afirmación se estila mucho últimamente). Ahora solo los tiene Rusia.
Existe una verdadera obsesión por presentar cualquier realidad libre de matices, reducida a una cuestión de buenos y malos. Esta tendencia a esquematizar los conflictos contiene un planteamiento un tanto belicista, que deja fuera de foco la siempre deseable posibilidad del entendimiento entre las partes.
La realidad no se limita a un “o ellos o nosotros”, una premisa que suele conducir a la guerra. Las relaciones diplomáticas son más complejas y en ellas existe siempre una salida alternativa a la escalada de enfrentamiento y tensión. El caso de Ucrania no debe ser reducido al planteamiento de “o con Rusia o con nosotros”. La vía de la negociación -que incluye cesiones por parte de todos- es siempre la mejor posible.
Pero, lamentablemente, la política del “o conmigo o contra mí” está dispuesta a impulsar jugadas demasiado arriesgadas. Cuenta para ello con grandes correas de transmisión -diversos mass media- capaces de justificar aventuras bélicas a través de narraciones simplistas que satanizan a unos y santifican a otros. Luego vienen las consecuencias de esa propaganda y desinformación. Pero ¿qué importa todo eso, si la memoria es corta?