A pesar de que el Gobierno repita incansable que la recuperación ha llegado, hay indicadores que no terminan de despegar. Los fantasmas de la crisis siguen al acecho y, aunque la obsesión por la prima de riesgo haya pasado, ahora el miedo a la deflación –una caída generalizada de precios prolongada en el tiempo– ha tomado el relevo.
Con los salarios a la baja, el estancamiento de lo que cuesta la cesta de la compra puede tener sus ventajas para evitar una pérdida de poder adquisitivo a corto plazo pero, si se prolonga en el tiempo, puede complicar el pago de la deuda tanto del Estado como de las familias, e incluso aumentar el paro.
El IPC cerró el mes de febrero con una caída del 0,1% respecto al año anterior. Es la segunda vez que este indicador termina en rojo en los últimos cinco meses tras la bajada registrada en octubre. ¿Deflación o desinflación?
Los expertos consultados son prudentes todavía en dar la voz de alarma y optan por valorarlo como una congelación de precios y no como una bajada generalizada y sostenida de éstos, lo que llevaría a la tan temida deflación. “Hablar de un escenario de deflación es muy arriesgado. Estamos más bien en un estancamiento”, apunta José Luis Martínez Campuzano, estratega de Citigroup España.
La diferencia radica en el periodo de tiempo y en las expectativas de los consumidores. “Una congelación de precios no es una deflación. Para que se produzca esta situación, debe haber una bajada de precios de forma sostenida durante un tiempo. Esto se incorpora a las expectativas de la gente que espera a realizar sus compras porque anticipa que habrá una mayor bajada de precios”, dice Ángel Laborda, director de coyuntura de la Fundación de las Cajas de Ahorros (Funcas).
Una idea que también comparte Eva del Barrio, analista del Servicio de Estudios de Bankinter. “No vemos tensiones inflacionistas muy fuertes porque la gente no está aplazando sus decisiones de compra porque piensen que van a estar más baratos en un futuro”, señala. Con todo, el consenso de analistas españoles considera que de media en el año los precios subirán un moderado 1% (la mitad de lo que marca el Banco Central Europeo como una subida de los precios adecuada para la economía).
¿Por qué bajan los precios?
Esta caída de precios tiene varias causas, una de ellas es la composición y el peso de los productos que componen el IPC. Dentro de la cesta de la compra que utiliza el INE hay productos cuyos precios fluctúan más que otros y, además, a comienzos de año cambian su peso dentro de este carrito de la compra imaginario.
Es el caso de la energía, que ha visto subir su ponderación desde el 9,6% en 2009 hasta el 12,2% en este ejercicio, explica Santiago Sánchez Guiu, responsable del Boletín de Inflación y Análisis Macroeconómico de la Universidad Carlos III. “Cada vez nos afecta más el precio de la energía”, apunta, y precisa que otras políticas también influyen en el IPC, como el plan PIVE, que tira a la baja del precio de las manufacturas.
Otra de las causas de la caída de precios es la bajada salarial. Al caer los costes laborales, el precio final del bien también debe hacerlo; al menos en teoría, ya que hay empresarios que se resisten a reducir sus márgenes. Un desplome de los salarios es la alternativa a la devaluación de la moneda que se hacía antes de entrar en el euro.
Como España no puede devaluar su moneda, para salir de la crisis está apoyándose en una bajada de precios para mejorar su competitividad. Pero el efecto negativo de esto es que las familias tienen menos dinero para gastar y, por tanto, la demanda se debilita. Cuando hay menos consumidores interesados por comprar algo, la oferta acaba teniendo que bajar el precio.
Problemas para la deuda
Las consecuencias de unos precios estancados a corto plazo son positivas, sobre todo en un contexto de bajada de nóminas, porque ayuda a mantener el poder adquisitivo. “Llevamos uno o dos años con los salarios prácticamente congelados. Por esto el IPC es mejor que esté congelado y es mejor para el consumo”, señala Laborda. Por no hablar de los que han perdido su empleo en estos años de crisis y han tenido que aceptar fuertes rebajas de sueldos para encontrar otro en un contexto de recesión, o los millones de españoles que sobreviven con una prestación de desempleo.
Sin embargo, si esta situación de caída de precios se mantiene a largo plazo, las consecuencias pueden ser negativas, sobre todo a la hora de pagar la deuda tanto del Estado como de las familias. Una bajada de precios hace disminuir de forma automática el PIB, pero no reduce la deuda, por lo que al final ésta representará un porcentaje mayor sobre el Producto Interior Bruto.
En las familias, la caída de precios también afecta porque, aunque los precios bajen, la deuda contraída en su compra no lo hará y comparativamente será mayor. En el caso de que decidieran vender lo comprado en una situación de deflación, lo que podrán pedir por este bien será menor aunque su deuda sea igual.
Un estancamiento de precios puede conllevar, incluso, un aumento del paro. Si los consumidores aplazan sus decisiones de compra, las empresas terminan por vender menos y, por tanto, obtienen menos ingresos. A menores beneficios, o pérdidas, la inversión de la empresa se reducirá e incluso llegará a despedir si no cumple con sus objetivos previstos. Así entraríamos en uno de estos círculos viciosos que se prodigan en economía. Si baja el precio de un producto, la empresa gana menos y, en consecuencia, bajaría el salario de sus empleados, que a su vez podrían gastar menos; y así, vuelta a empezar.
Recetas del BCE
En la zona euro, el IPC interanual de febrero registró un 0,8%. El organismo ha revisado a la baja recientemente sus proyecciones hasta estimar que 2014 cerrará en el 1,1%. Una cifra baja que puede frenar la recuperación de la Eurozona. El temor a la deflación junto con una tasa de paro que no acaba de recuperarse –en enero, el paro en la zona euro volvió a marcar un 12%– siguen presionando al BCE para que tome medidas al respecto.
“El BCE tendría que aumentar la masa monetaria con compras de bonos o de acciones de empresas o bajar los tipos, por ejemplo, del 0,25% al 0,1%. Cualquier instrumento de política monetaria serviría para aumentar la masa monetaria. Como las medidas que tomó la Reserva Federal”, señala Rafael Pampillón, economista del IE Business School.
Como ya ha ocurrido en etapas anteriores de la crisis, el BCE se encuentra en una posición complicada porque las dificultades y los intereses del norte y del sur de Europa difieren. Campuzano señala que el BCE tiene más margen de maniobra en algunas medidas que den más liquidez al mercado, como la compra de activos, mientras que una bajada de tipos es más complicada.
Laborda advierte de que estas medidas podrían no solucionar el problema porque los “canales de transmisión” están cerrados. Esto es, que los bancos utilicen esa liquidez para dar crédito y no para hacer negocio como hasta ahora.