Están apartados del resto, solos, en la zona más escarpada del monte Gurugú. En apenas tres metros cuadrados se hacinan las artesanales tiendas de varios chicos muy jóvenes de distintas nacionalidades. Todos llevan la mirada perdida y no parecen haber asimilado aún dónde se encuentran.
Cuentan que hace apenas unos días han llegado huyendo de la férrea presión policial sobre los asentamientos de Tánger. Todos estuvieron en el intento de entrada a Ceuta por la playa del Tarajal que el pasado día 6 de febrero se cobró la vida de 15 personas.
Uno de ellos no quiere decir su nombre ni su nacionalidad. Sólo enseña unas cicatrices recientes en su frente, de lo que parecen ser fuertes golpes y contusiones, y repite constantemente: “Muertos, estaban muertos”, refiriéndose a los compañeros que perdieron la vida en el mar aquel fatídico día. Él no salió de la orilla marroquí, no tuvo fuerzas. Pero vio todo desde muy cerca y quedó traumatizado. Apenas habla y su mirada es desoladora.
Seydou, en cambio, se muestra hiperactivo. Quiere contarlo todo en un minuto y no hace más que gesticular. Parece querer mostrar con sus manos y su cuerpo cómo, según denuncia, los agentes españoles pegaron desde las barcazas a los compañeros que, como él, estaban en el agua.
Este maliense relata que, al igual que otros muchos, eligió Ceuta porque suele estar sometida a una menor presión policial y porque en Melilla no sólo es más difícil entrar, sino que muchas veces lo logran y no vale de nada: “Conozco a compatriotas que han entrado hasta en cuatro ocasiones y siempre los expulsaban a Marruecos. Todos creíamos que Ceuta iba a ser más fácil, que la mayoría lo íbamos a conseguir. Pero ahora doy gracias a Dios por estar vivo. Allí pude haber muerto, muchos lo hicieron”.
Todos hablan a la vez y repiten constantemente que les dispararon bolas; que les dispararon bolas cuando estaban indefensos en el mar y apenas podían salir a flote. El más sereno es un chico camerunés que de forma tranquila relata minuciosamente los hechos desde que salieron de los campamentos cercanos al enclave español.
Asegura que todo parecía perfecto. Tenían planeado empezar la caminata muy temprano y llegar cerca de la playa antes del amanecer para salir a la carrera hacia Ceuta en cuanto comenzara la llamada a la oración de las mezquitas para el rezo del alba (al fayr).
"Estaba en el agua y me dispararon directamente"
Nunca creyeron que les costaría tanto llegar a la orilla española y que encontrarían tanta resistencia desde la playa: “Nos dispararon gases lacrimógenos. Gases lacrimógenos; en el agua”, dice impresionado Yusuf, que comenta muy afectado que la mayoría de los subsaharianos no saben nadar.
Cuenta que la gente no dejaba de gritar “¡socorro, socorro!” y que él no podía hacer nada para evitar que tragaran agua o se asfixiaran entre los gases y la falta de destreza en el mar.
“Nos dispararon bolas. A mí me dieron con una bola aquí (se señala el labio). Estaba en el agua y me dispararon directamente, giré la cabeza y la bola me rozó en el labio”, asegura Yusuf, que tiene los labios muy hinchados y, bajo la nariz, una cicatriz todavía fresca.
La versión oficial niega cualquier tipo de disparo directo de material antidisturbios hacia los inmigrantes, aunque el vídeo oficial muestra que los lanzamientos de pelotas de goma se produjeron desde una distancia inferior a la defendida por Interior (25 metros).
Lo más demoledor y frustrante para Yusuf fue tener que recoger los cuerpos de sus compañeros muertos en el mar mientras, al otro lado, los que habían conseguido llegar a la costa española, después de aquellos momentos de angustia, eran expulsados y devueltos a Marruecos: “Eso es un acto racista. La violencia en la frontera, los disparos y que entremos en España y nos hagan salir. No, eso no. Lo que hicieron en el dique es de racistas”.
En su relato, menciona que desde una embarcación las fuerzas españolas les gritaban y les pegaban con unos palos, mientras otra motora de la Gendarmería Real marroquí les ayudaba a salir del agua y los trasladaba a la orilla: “Los marroquíes no nos pegaron, los españoles, sí. Nos pegaron y nos dispararon –pelotas de goma–. Pudimos haber muerto cientos. Hubo muchos muertos y podría haber habido muchos más. Yo podría ahora no estar ahora contándolo”.
Ahora están en el Gurugú, y desde allí, cada mañana, al salir de sus tiendas de palos y bolsas, contemplan Melilla a apenas unos cientos de metros. En cuanto se sientan con fuerzas van a intentar saltar la valla. No tienen miedo. Aseguran que en sus pueblos les esperaba la muerte y que casi les encuentra de frente en la playa del Tarajal: “Sólo nos queda rezar por nuestros muertos y que ellos nos den fuerzas para conseguir el sueño por el que ellos perdieron la vida”.