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Desde la frontera de Ceuta, en silencio

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En estos días he hablado mucho, en distintos medios, pero paradójicamente he estado en silencio.

Callada como las familias, como los muertos, como los heridos que desaparecen al otro lado de la valla, una y otra vez. Sin ruido, como la silenciosa morgue a la que acaba una acostumbrándose.

Había que callarse ante la amenazas, los discursos neonazis, las mentiras de aquellos que nos gobiernan y los periodistas que un buen día olvidaron su ética y deontología al servicio de otros intereses. Incluso me he mantenido callada ante organizaciones que tomaron demasiado tiempo para creer la palabra de las víctimas.

Callada he pasado horas escuchando los testimonios, observando las heridas, viendo el horror de la tragedia en los ojos de mis compañeras.

Ha sido como un virus de silencio, porque durante todos estos días en ninguna de nuestras entrevistas, en los hospitales, he visto un grito, de esos guturales que nacen del dolor y de la rabia.

Todas las víctimas contaban sus historias en silencio, incrédulas, como si todo hubiese sido un mal sueño. Las palabras en muchos casos no eran necesarias, las marcas se habían quedado en sus cuerpos como un mapa de los hechos.

M. y su nariz destrozada por un impacto, con la que llegó a pisar tierra española. A él no le dejaron quedarse, pero su sangre dejó un rastro por toda la playa.

K. y ese impacto tatuado en su frente, como si la bola aún estuviese alojada en su cuerpo. Esos centímetros le salvaron el ojo, la inflamación duró seis días, pero el derrame de sangre aún se mantiene. No se había mirado al espejo en meses y casi no se reconocía.

A. con su pierna inflamada por los golpes y la cojera. También estuvo en aquella playa, no fueron las bolas las que le marcaron, de dejar esa marcas se encargaron las porras.

S. no pudo esperar a las revisiones médicas, ni guardar el reposo que necesita su ojo que se mantiene cerrado desde el impacto, demasiado obsesionado con la muerte de su hermano aquel día.

Así, callados, las víctimas han sido tachadas de violentas, dibujadas como una horda hambrienta que se lanza al agua para asesinar y robar el sustento de nuestros hijos.

En silencio, escucharon las amenazas de querellas por parte de nuestras autoridades, y se dedicaron a hacer ceremonias por sus muertos.

B. tuvo que sentarse cuando supo que en Ceuta se enterraban los cuerpos sin dar tiempo a la familia para verlos. B. decía que eso era morir dos veces, lo dijo bajito, sin aliento, en silencio.

Pero no olvidemos que el silencio dice muchas cosas, grita muchas verdades.

En aquella playa sucedió una tragedia que tiene responsables.

Los que lanzaron las bolas, y los gases, los que no fueron a socorrer a los que se ahogaban, los que no activaron a Salvamento Marítimo, ellos y sus órdenes.

Tal vez oigan muchos gritos, mucho ruido a su alrededor, muchos discursos de ministros, pero ellos, los responsables, en algún momento se quedarán en soledad, y ahí sonará como un trueno el silencio de las víctimas.



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