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Unos le dicen 'Bron', otros le dicen 'Broen'

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Voy a contar una pequeña historia sobre arquitectura moderna, solamente para confundir a los lectores que creen que esta es una columna sobre series de televisión. Atentos, no se distraigan.

Un día, a principios de los 90, Suecia necesitaba con urgencia obreros y Dinamarca tenía demasiada gente en el paro. Si hubieran sido dos países limítrofes normales, es decir, pegaditos por la espalda como España y Portugal, la solución habría sido fácil. Pero suecos y daneses estaban separados por 16 kilómetros de mar impenetrable. Una lástima.

En vez de llorar por su mala suerte, ambos gobiernos fantasearon, en 1991, con la construcción de un puente imposible, el más más grande y costoso del mundo. Una plataforma tan extensa que necesitaría una isla artificial en medio para que no se viniera abajo por el viento del Báltico. Una construcción tan compleja que la mitad de su estructura estaría por encima del mar y la otra mitad sería subterránea. Una obra titánica con un objetivo simple: unir las ciudades de Copenhague en Dinamarca y Malmö en Suecia. Se dieron un plazo breve para acabar la obra: ocho años; el resto del mundo pensó que los nórdicos se habían vuelto locos.

Sin embargo, el Puente de Oresund resultó un éxito arquitectónico sin precedentes y se inauguró –puntual– el 14 de agosto de 1999. Sin sobrecostes, porque no lo había gestionado el PP, ni contratiempos, porque Sacyr no había ganado la licitación.

Hay en Youtube un impresionante documental de la National Geographic (subtitulado al español y en cuatro partes) que cuenta esta epopeya humana. Es tan divertido como una serie de ficción y lo recomiendo como prólogo al asunto del que hablaré hoy.

La delgada línea amarilla

El sustantivo puente, en sueco, se dice «Bron» y en danés se dice «Broen». Por eso la mejor serie de televisión nórdica de todos los tiempos se llama «Bron/Broen» y ocurre justo en medio del Puente de Oresund.

—¿Ahora sí estás hablando de televisión?

Ahora sí.

—Qué suerte, porque en la primera parte me dormí.

Shh, silencio. En medio del puente de Oresund hay una línea amarilla pintada con buen pulso. Es la frontera entre los dos países y en Google Maps se ve perfecto. Una noche se corta la luz en el puente y, al regresar la electricidad, una mujer bien vestida aparece muerta sobre la frontera. Justo en medio. De la cintura para arriba el cadáver pertenece a la jurisdicción criminal de Suecia; de la cintura para abajo, al departamento de homicidios de Dinamarca.

Si Sheldon Cooper fuera sueca

Cuando los guardias de seguridad del puente descubren el problemón de jurisprudencia que genera ese cadáver mal colocado, todos se tiran de los pelos y nadie sabe qué hacer con la muerta.

Es entonces cuando aparece por primera vez en escena la mejor extraña pareja de investigadores que parió la última década de televisión policíaca en todo el mundo. (No exagero: cuando escribo una frase de 27 palabras sin ninguna coma, es porque hablo en serio.)

Saga Norén es el nombre de la jefa de policía sueca: rubia, sagaz, antisocial, mucho más rara que un perro verde y con un síndrome de Asperger galopante. Si Sheldon Cooper hubiera nacido en Malmö, fuera detective y señorita, se llamaría Saga Nordén. Recuerden eso.

Martin Rohde es el nombre del jefe de homicidios de Copenhague. Un tipo desorganizado, un poco gordo y barbudo, con la risa fácil y contagiosa, impulsivo en sus decisiones, algo amoral y, sobre todo, casado y divorciado muchas veces, con hijos desperdigados y una reciente vasectomía que le duele.

Saga y Martin se ven las caras por primera vez en medio del majestuoso Puente de Oresund que une a sus dos culturas, y con un cadáver todavía caliente a sus pies. Cada uno de los dos quiere llevar el caso a su jurisdicción, porque Saga Nordén (y el resto de los suecos) piensa que todos los daneses son criaturas caóticas, y Martin Rohde (y el resto de los daneses) cree que todos los suecos se creen seres superiores.

Por supuesto, la ley nórdica decide, para alegría nuestra, que Saga y Martin deberán llevar la investigación juntos, aunque vivan en planetas diferentes. Y así empieza esta historia. ¡Qué grande y justa es la ley nórdica! ¡Gracias a ella existe la mejor pareja de la tele de este siglo!

Advertencia intermedia

Hago un paréntesis necesario, aunque no soy afecto a hablar mal de ninguna serie, porque me da pereza. Pero en este caso debo hacer una excepción para que nadie caiga en la trampa: existe dos remakes de «Bron/Broen». Uno francoinglés que se llama The Tunnel y ocurre (cómo no) en el Eurotúnel del Canal de la Mancha. Cuando vean este tráiler espantoso, que parece un anuncio navideño de perfume, entenderán por qué no deben verla nunca.

El segundo remake es todavía peor: lo perpetró la cadena norteamericana FX, se llama The Bridge y es una mierda clavada en un palo. Por alguna razón, un grupo de adaptadores drogados ambientaron el puente del conflicto en la frontera entre Estados Unidos y México. Hubiera tenido más sentido hacerlo en el límite con Canadá, por similitudes hasta climáticas, pero hay mucho productor ejecutivo imbécil. Para peor, eligieron para protagonista a una detective rubita, llamada Sonya North en la ficción, que tiene menos gracia que dormir de noche. Y como si eso fuera poco, plagaron la trama de narcotraficantes latinos con bigote peludo. ¡Asco muy grande!

Ya están avisados: no se les ocurra confundir la serie original con la dupla hereje cuando descarguen el torrent o cuando la vean por el cable: a la buena la pasa AXN; a las fallidas las emite FOX Crime y Canal+. Temo mucho que TV3 intente producir «El Pont», con una muerta tirada en la N-145 entre Andorra y Girona. Ojalá que no.

Terrorismo ético

Disculpen la digresión, y no me importa si hoy me extiendo más de lo previsto: hace dos años que quería escribir sobre este asunto, así que se aguantan. «Bron/Broen» es una serie tan comprometida y adulta que uno puede escribir horas sobre cualquier enfoque de su trama.

Saga y Martin –a quien ustedes adorarán para siempre tan pronto descarguen el episodio uno– descubren rápido que se enfrentan a un terrorista ético. ¿Terrorista ético? ¡Oxímoron! No señor, el asesino de «Bron/Broen» comete crímenes inteligentísimos y rebuscados, pero no por placer, sino para alertar a la sociedad sobre cinco grandes problemas sociales.

Escuchen esto, porque les va a encantar: lo primero que descubren Saga Norén y Martin Rohde es que la mujer asesinada en mitad de la frontera... no es una mujer. Son dos. La parte de arriba pertenece a una diputada sueca bastante mediática; la parte de abajo a una puta cualquiera de los barrios bajos daneses.

El asesino señala así un problema acuciante: cuando el muerto son ellos, se investiga hasta el final, cuando el muerto somos nosotros, no le importamos a nadie. ¿«A quién van a investigar ustedes» –parece preguntarse el terrorista moral– «a la mitad diputada o a la mitad puta»?

Los siguiente cuatro crímenes (otras hermosas metáforas sociales) son igual de alucinantes, pero no les cuento más porque ya sé que están todos con un ojo acá y con el otro ojo buscando el torrent y el subtítulo de primer episodio. Se los hago fácil: todo está en la ficha «Bron/Broen» de EspoilerTV. Mientras descargan, miren el tráiler para babear un poquito.

Dos temporadas, y una al caer

Me despido hasta el miércoles con la tarea cumplida. Recuerden: la primera temporada de «Bron/Broen» tiene diez episodios, y cada uno es una obra de arte profugosa. La palabra «profugosa» no existe en español, así que imagínense lo buena que está la serie que me tengo que inventar los adjetivos.

En la segunda temporada (también de diez capítulos) cambia la trama por completo y aunque no alcanza la perfección no importa, porque en ese punto ya necesitamos a la dupla Saga y Martin como quien precisa bufanda para salir al patio en invierno. Ya lo verán.

La tercera temporada todavía no tiene fecha de estreno pero ya la están filmando, gracias a la Virgen. O mejor dicho: gracias a Baldr, hijo de Odín, dios nórdico de la inteligencia y la belleza.



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