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Los últimos programas de Alan Turing

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Un hombre con papel, lápiz y goma, sujeto a una disciplina estricta, es en efecto una máquina universal. — Alan Turing en Intelligent Machinery (1948)

Alan Mathison Turing llevó al límite cada área de investigación en la que participó. Sólo por decir algo, concibió una máquina abstracta que hoy llamamos Máquina de Turing con la fuerza expresiva suficiente para delimitar los alcances de la computación. Ninguna computadora o software puede rebasar la capacidad de la Máquina de Turing, ni Tianhe-2 (la computadora más veloz), ni Watson (la computadora más inteligente). Ninguna. (Bueno, salvo las hipercomputadoras.)

Turing también ideó la prueba, no digamos contundente pero sí ejemplar, que lleva su nombre y sirve para manifestar la presencia de una máquina cuando quiere hacerse pasar por un humano. El CAPTCHA que tanto usamos en la web es una versión derivada de la prueba de Turing, de ahí que sus siglas en inglés signifiquen "Completely Automated Public Turing test to tell Computers and Humans Apart".

Turing exploró esas tierras insólitas de la computación y sus hallazgos están más que vigentes. Fue al final de su vida, a sus 40 años, cuando quiso entender y acaso replicar las características de la vida. Sus herramientas de viaje fueron matemáticas innovadoras y los mejores ordenadores de la época. Por desgracia, el viaje quedó inconcluso.

Hoy en día conocemos como vida artificial o "Alife" a esa otra área en la que Turing fue pionero, es decir, el estudio de sistemas artificiales que exhiben las características conductuales de los sistemas vivos naturales. Palabras más, palabras menos, lo que Turing quiso fue crear vida con código máquina inspirado en código genético, el golem digital.

Turing esperó paciente la llegada de la magnífica Ferranti Mark I a la Universidad de Manchester, reconocida por ser la primera computadora comercial. El inglés participó activamente en la puesta en marcha del que sería el equipo donde escribió sus últimos programas. La Mark I constaba de 4.050 tubos de vacío para procesar cálculos, con docenas de tubos de rayos catódicos y tambores magnéticos que sirvieron de memoria RAM y disco duro, respectivamente, y también era capaz de realizar 50 diferentes tipos de operaciones, un lujo para la época. Así que con todo ese poder de cómputo en las manos, Turing se dio a la tarea de descubrir los secretos de la vida.

Turing estaba fascinado con la embriología y el comportamiento colectivo de las células. Se preguntaba, entre tantas cosas, cómo era posible que un cono de abeto obedeciera los patrones de la secuencia de Fibonacci, o qué procesos biológicos causaban que un organismo desarrollara su forma final (morfogénesis). Para darnos una idea de su trabajo, Turing desarrolló programas que simulaban la actividad bioquímica de ciertos genes para entender sus efectos en la estructura del cerebro; en otros casos, como en el siguiente programa escrito por su mano, estudiaba la estructura de los conos de abeto:

Uno de los últimos programas de Alan Turing

Poco entendemos de esos últimos códigos e investigaciones de Turing. Sucedieron hacia 1951, un año antes de ser criminalizado por homosexualidad, acusación que, como sabemos, desembocó en su muerte.

El legado de Turing en la creación de vida artificial fue heredado a otros grandes, como John Conway con su famoso Juego de la Vida, que a partir reglas sencillas muestra la emergencia de una complejidad inesperada, un atisbo de vida artificial.



Stephen Wolfram, luego de un largo viaje de exploración, publicó el monumental A new kind of science, sentando con ese libro las bases de una nueva ciencia de autómatas celulares y una herramienta para comprender todo, incluso las leyes que rigen del universo. Su TED Talk es imperdible.

El evento reciente más destacado sobre vida artificial es OpenWorm: proclamada como la primera forma de vida digital que, por si fuera poco, también es software libre. Es fascinante.


Turing no requirió la sofisticación tecnológica de nuestro tiempo para llegar más lejos que nadie, por sí solo erigió un legado intelectual inspirador, forjado con orden, experimentación, disciplina, sencillez y un profundo amor al conocimiento.









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