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David Trueba: "Los premios más corruptos que existen son los Globos de Oro"

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David Trueba es mucho más que el hermano de Fernando. Ha demostrado en sus artículos de prensa que no tiene pelos en la lengua y que no quiere -ni tiene por qué- callarse sus opiniones. El bagaje de su polivalente trabajo es fruto de haber aprendido junto a grandes maestros del cine nacional. Y aunque se muestra escéptico respecto a los premios cinematográficos, el director llega a los Goya con varios galardones bajo el brazo y con siete nominaciones por su última cinta, Vivir es fácil con los ojos cerrados.

La historia de un profesor fanático de John Lennon debe su título a un fragmento de la famosa canción de Los Beatles, Strawberry Fields Forever, y su guión de un reportaje de El País. Una historia con gran optimismo pero que no olvida la crítica social. Trueba ya vivió un aperitivo de este triunfo en la antesala de la gran ceremonia del cine español, los premios Feroz.

Como crítico, ¿qué importancia cree que tienen los premios Feroz en el plano cinematográfico actual?

Es dificil prever cómo van a evolucionar, porque todos los premios tienen que ganarse el prestigio por sí mismos y unos que acaban de celebrar su primera convocatoria tienen todo por hacer. Deben analizar qué aciertos y qué errores cometen al seleccionar unas películas u otras, y en el futuro se irá viendo.

Entonces, ¿qué flaquezas ha tenido esta primera gala?

Por ahora pocas, ha estado muy bien porque ha contado con la colaboración de todos. Hemos acudido de buen humor y dispuestos a apoyar. Cuando lleve 10 años, a algunos no los nominen nunca y a otros siempre, ya empezarán los tira y afloja, como pasa en todos los premios.

¿Qué ocurrirá entonces? Si se dejan llevar por esas filias y fobias se convertirán en otros premios más que da la prensa, que en lo único que consisten es en ver quien es el que baila más el agua a los famosos.

En América existe una mayor disgregación de premios, pero en algunos destaca precisamente lo que cuenta, el negocio, ¿puede llegar a pasar eso en España?

Uno de los premios más corruptos que existen -y se han escrito numerosos artículos sobre ello- son los Globos de Oro. Es un premio que da la prensa extranjera en EE.UU, en el que votan 80 personas y hay muchísimas sombras sobre los criterios que utilizan.

Siempre está la duda de si no están premiando la disposición o castigando la indocilidad de las productoras y los actores a sus caprichos. Caer en eso sería un error. Son unos premios jóvenes y la asociación cuanto más fuerte, más nutrida sea y cuanto más represente todos los intereses, mejor.

¿Ve diferencias entre el periodismo crítico de aquí y el de Hollywood?

Todos los premios son iguales. Los Príncipe de Asturias se dan para el prestigio de la monarquía, se hacen para prestigiar al que lo da. Hay que entenderlo así. Y los Goya también, los otorga el gremio para decir 'vamos a elegir lo mejor de este año para que así el cine español parezca la hostia'.

Y lo digo yo, siendo ahora uno de los candidatos más nominados, pero también lo he admitido en otras ocasiones. No tengo problemas en reconocer que este tipo de premios son estrategias propagandísticas.

Y esa artificialidad, ¿cómo afecta a su perspectiva de cara a los Goya?

Tengo que asumir que pertenezco a un gremio, por tanto lo apoyo y es un orgullo. También me ha pasado en el mundo literario, participando en los grandes premios que consisten solo en promocionar a un autor de la editorial para vender más. Pero también hay otros a obra publicada y con mayor criterio. 

¿Cómo influye la faceta de periodista en su cine? ¿Y viceversa?

En general pienso que me ayuda, me da un punto de visión de conjunto. Muchas de las cosas que aprendí con el periodismo me sirven para tratar las historias y a las personas, para moldear más facilmente mis tramas y personajes. Y al mismo tiempo también me libera de tener que teñir mis películas con demasiados elementos de impostación ideológica, porque eso ya lo he hecho en mis artículos.

Esa carga ya está cumplida por mi parte. No tengo la necesidad de trasladarme con ese equipaje al cine o a la novela. Intento dejarlo siempre de lado porque creo que han de ser únicamente obras de arte o de entretenimiento. Y así vamos, jugando en todos los campos y perdiendo en todos.

Pero sus tramas siempre tienen un punto reivindicativo. Como Madrid 1987 y ese recurso ahora tan explotado y polémico de escandalizar con tabúes, ¿cuál es la intención? ¿vender o liberar?

Todo lo que sea contribuir a que la sociedad sea más abierta, más democrática y más progresista me parece bien. Pero hay que tener cuidado con una cosa: si dedicas tus novelas y tus películas a la reivindicación de un derecho, para eso es mucho mejor invadir la política.

En ese sentido lo tienes que vender bien: si lo incorporas a una historia que no funcione por sí misma dará la impresión de banalidad. La gente dirá 'mira que bonito, hace unos años hicieron una película para demostrar que los negros y los blancos son iguales, pero la película es un horror'. Y con el sexo igual. 

¿Cómo se consigue eso?

Una película debe ser narrativamente potente siempre, aparte de los valores que quiera mostrar. Una de las maravillas que tiene el cine es que muestra comportamientos normales en la sociedad, pero que aún la política no ha conseguido legislar sobre ellos. Y hay que aprovechar ese elemento didáctico. Un ejemplo fantástico es el del matrimonio gay, las películas ya mostraban parejas homosexuales mucho antes de que la sociedad lo aceptara. 

Un experto en reflejar la parte más negra de la sociedad fue Rafael Azcona, una especie de maestro para usted y muy criticado en su día.

Me sorprendió porque cuando yo le elogiaba sus películas como El cochecito o El verdugo, él siempre me decía que la crítica seria las ponía muy mal. Defendían que no debíamos regodearnos en los pobres ni en lo decadente porque había que mostrar la "otra" España.

Y Azcona lo único que hacía era seguir una tradición bastante rica que bebía de la España negra descrita en El lazarillo de Tormes, reflejada por Valle-Inclán o Baroja y pintada por Solana. Precisamente algunas de las obras que más impacto tuvieron internacionalmente. 

¿Cómo surgió ese vínculo entre ustedes? ¿Por qué cree que le eligió como protegido?

Le conocí un día accidentalmente cuando tenía 15 años, ocho años después supo que yo andaba escribiendo guiones y haciendo cosas en el cine y me invitó a una comida muy especial. Él decía que sus reuniones de los martes estaban llenas de viejos, que necesitaban sangre joven y que al único que conocía era a mí. Consistía en que cuando acabábamos de comer, todo el mundo se iba corriendo a sus trabajos menos Azcona, que trabajaba sólo hasta el mediodía, y yo, que tenía facultad por las mañanas.

Así, los dos alargábamos las charlas durante toda la tarde, con todos los elementos etílicos que comportara y con mucha lección de vida. Siempre digo que fue una de mis universidades más maravillosas. Además era un hombre que no era pomposo, no ejercía de viejo y tenía mucha curiosidad. Pero lo más importante es que era divertidísimo.

Puede presumir de relaciones envidiables, como la que también tuvo con Fernando Fernán Gómez.

La verdad es que sí, también con Luis Cuenca o Julio Alejandro. Me ayudó mucho el hecho de ser el pequeño de ocho hermanos y que mi padre tuviese 53 años cuando yo nací. Y mi padre no es que fuese muy intelectual, no es la figura que yo buscaba como maestro.

También es que a mi me ha interesado siempre mucho la gente y la conversación. Esto me diferencia de aquellos cuya mayor ambición es trepar en sus carreras, yo sólo quería conocer y curiosear. Eso siempre ayuda a consolidar tus relaciones con personas tan impresionantes. 

¿Quién sería su héroe?

Para mí un héroe es quien intenta hacer bien su trabajo. Como periodista te podría decir los que están en Siria, [Javier] Espinosa o [Ricardo] Vilanova. También Ramón Lobo, que ha recorrido el mundo entero.

Y en el cine para mí es un héroe mi hermano Fernando. Ha conseguido hacer carrera y ser respetado internacionalmente desde un país donde el cine es un arte despreciado y que a nadie le importa un carajo. Siempre pienso en la fuerza y el talento que ha tenido para haber llegado tan lejos.

Y hablando ahora de su película Vivir es fácil con los ojos cerrados, está basada en un artículo de prensa, ¿las anécdotas históricas son la cura para el estancamiento de ideas en el cine?

Es curioso que casi todas mis películas tienen el mismo origen. Soldados de Salamina parte de una novela basada en una anécdota real, Madrid 1987, La niña de tus ojos Obra maestra también. Lo que hay que estar es abierto a la vida, el cine debe ser distinto y encontrar ese ramalazo de particularidad. La cura está en recorrer algo por donde los demás no circulen. Y sobre todo el placer, hay que darle placer a la gente abriéndole nuevas ventanas.

Su personaje principal [Javier Cámara] es un fanático de John Lennon, ¿hoy en día persiste esa idolatría como la que perseguía a Los Beatles?

No, todo cambia. Yo lo aplico a la muerte de Mandela y los muchos comentarios de 'ya no existen políticos como antes'. Es que ahora tampoco existe una sociedad que se crea a esos políticos. Claro que sigue habiendo gente con talento, pero la sociedad es mucho más descarnada e incrédula.

Al ser menos ingenua, es mucho más dificil alcanzar cotas de idolatría como las de Los Beatles o Elvis Presley, o las que consiguieron Mandela o Gandhi. Seamos sinceros, no ha empeorado la raza, lo que han mejorado son los niveles de información.

Y por último, ¿cómo recibió la noticia del ataque al corazon de Albert Pla?

Me preocupé las primeras horas, pero ahora está estabilizado y bien. Luego me reí, porque me ha pasado con Jorge [Sanz] y con él, son gente con la que he trabajado y llegué a pensar que yo era el gafe. Me sorprendió la noticia porque Albert es muy cocinillas, se cuida mucho.

Aunque me lo tomo como una advertencia a los que entramos en cierta edad, como un 'eh, amiguetes, los excesos de los 20 años ya no los pagas igual'. Pero espero que se recupere del todo, que siga dando la lata y jodiéndoles la vida a los que les jode todavía cuando Albert dice algo. 



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