Creía el Gobierno que el discurso de la recuperación, del “ya estamos saliendo de la crisis”, iba a necesitar un gran esfuerzo propagandístico, toneladas de argumentario y una legión de portavoces y tertulianos bien entrenados en repartir consignas, y resulta que no: para convencernos más bien le hará falta un gran esfuerzo policial, toneladas de material antidisturbios y una legión de agentes bien entrenados en repartir leña.
Está visto que la inmensa mayoría de ciudadanos no ve por ninguna parte la mejoría que las cifras macroeconómicas del Gobierno anuncian; ni confían en que pronto lleguen las buenas noticias a su economía doméstica. Ni nos creemos la recuperación, ni tenemos ya paciencia para esperar todo lo bueno que según Rajoy está por venir.
Y contra esa incredulidad y esa impaciencia no hay argumentario que valga. En lo que llevamos de año se multiplican las protestas que terminan en incidentes con porrazos, heridos y detenidos. El motivo es lo de menos: la reforma de una calle de tu barrio. Una visita del ministro más impopular. Un restaurante donde comen quienes ignoran las protestas si no llegan hasta su mesa. Una concentración de solidaridad contra quienes han luchado y vencido. Un conflicto laboral en un servicio público esencial. El desahucio de un vecino enfermo.
En todos los casos, la respuesta no ha sido discurso, consigna y argumentario, sino porrazo, brazos retorcidos para esposarlos, detenidos y hospitalizados. Y solo llevamos un mes de 2014, este año que el PP esperaba fuese el de la recuperación, y que hasta ahora está resultando mucho más caliente que los anteriores.
Lo previsible es que los estallidos esporádicos continúen, se hagan más frecuentes y más graves. Cualquiera que viva en el mundo y no en despachos ni platós televisivos conoce la temperatura de la calle, el nivel de desesperación, de humillación y de hartazgo que está encendiendo incluso a la gente más templada.
2014 va a ser un año duro, muy duro. Seguramente el más duro de lo que llevamos de la llamada crisis, por el desgaste, el agotamiento de reservas y colchones, los recortes que se acumulan sobre lo ya recortado, y la lentitud geológica de cualquier atisbo de creación de empleo, que encima será basura.
Pero el gobierno parece empeñado en que interioricemos su mensaje positivo. Y como la pedagogía de la propaganda no funciona, habrá que utilizar el método del viejo maestro: la letra con sangre entra.