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El Gobierno de Tentetieso

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“Cuando yo empleo una palabra –insistió Tentetieso en tono desdeñoso– significa lo que yo quiero que signifique, ¡ni más ni menos!”

Tras un año y medio en el que el Gobierno se ha aplicado diligente y concienzudamente a incumplir al pie de la letra su programa electoral, los ciudadanos, ayunos de eso que los especialistas en comunicación llaman “el relato”, podemos preguntarnos cual es el verdadero programa del Gabinete que preside Mariano Rajoy. Queda claro que no es en aquellas propuestas con las que el Partido Popular ganó las elecciones donde debemos buscar orientación. Tampoco la hallaremos en los compromisos que Rajoy asumió en su investidura y que se ha dedicado a masacrar con idéntica saña.

Mucho más próximo a la realidad en la que vive este Gobierno, y sin duda mejor construido, parece estar ese otro relato en el que Lewis Carroll nos describe un país de las maravillas donde el huevo parlante Humpty Dumpty, Tentetieso en español, discute con Alicia sobre el valor de las palabras. Y el episodio de los últimos días a cuenta de las declaraciones del Ministro Wert ha sido clarificador a este respecto.

Si le impactó su “yo soy como un toro bravo” o el clamoroso triunfo que cosechó con el “vamos a españolizar a los niños catalanes”, seguramente no habrá sido indiferente a su último gran éxito: quién no tenga un 6’5 no merece ser universitario. A no ser que tenga dinero –le faltó aclarar–, entonces sí lo merece.

Lo cierto es que algún mérito hay que reconocerle al Ministro: parece ser el único que habla claro en el mar de ocultaciones y ambigüedades en el que se ha convertido el Gobierno de un Partido Popular que empezó prometiendo “llamar al pan pan y al vino vino”, y ha acabado en el trabalenguas de la “indemnización en diferido en forma de la simulación en partes de lo que antes era una retribución”. Chúpate esa, Groucho.

No es la primera vez que el ministro da señales de su querencia por las tablas de la claridad expositiva. Mientras sus compañeros sudaban para explicar que educar a la ciudadanía en valores constitucionales era “adoctrinar” pero imponer la religión en las aulas es una expresión de libertad de conciencia; él se lanzó, solo frente al tendido y bravío como un Mihura, a reconocer que por supuesto que la reforma de la educación es ideológica.

Notable logro de precisión conceptual, sin duda, que alcanza el grado de verdadera proeza si consideramos que el entorno con el que se codea el ministro acostumbra a llamar “movilidad exterior” a la emigración laboral, “afloramiento de bases imponibles” a la amnistía fiscal, “simplificar la contratación” a abaratar el despido, “recargo temporal de solidaridad” a subir impuestos o “proteger la sanidad pública” a privatizar hospitales.

“Cuando yo empleo una palabra significa lo que yo quiero que signifique, ¡ni más ni menos!”

Y si el lenguaje sirve para entenderse, el Gobierno parece decidido a usarlo para esconderse. Que el paro angustia, las subidas de impuestos asfixian, el recorte de derechos frustra y el expolio de la sanidad y la educación públicas cabrean, pues hablemos de qué es ser una “auténtica mujer” (Gallardón dixit). Ya lo apuntaba Joyce, si no podemos cambiar de país, cambiemos de tema.

El problema es que no es posible cambiar de tema ni abusar de la elasticidad del lenguaje en un país con más de 6 millones de desempleados, en el que los que tienen empleo trabajan más por menos salario y con menos derechos; y en un momento en el que también los derechos de las mujeres, los estudiantes o los pensionistas son sistemáticamente cercenados.

Tampoco parece sencillo convencer a los ciudadanos de que regular los desahucios o supervisar más estrechamente la actividad económica es un intervencionismo inaceptable que atenta contra la iniciativa privada, pero que decirnos con quién nos podemos casar, en qué tenemos que creer e incluso si debemos tener hijos nada tiene de intervencionismo ni de intrusismo en lo más sagrado de nuestra vida privada.

“La cuestión –objetó Alicia– está en saber si usted puede conseguir que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes”

Efectivamente, esa, la de la credibilidad, es la cuestión. Efectivamente, por más que se empeñen Rajoy, Cospedal o Floriano, es imposible conseguir que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes. Y efectivamente, y como consecuencia de todo ello, el partido que llegó al poder con el aval de casi 11 millones de votos y el mejor resultado electoral de su historia ha dilapidado ese capital en apenas año y medio. Si los estudiantes que no alcancen el 6’5 deberían dejar la universidad, ¿qué decir de un Gobierno en el que, según el último barómetro del CIS, ni un solo ministro roza el 5?

Sin embargo, y por paradójico que pueda parecer, puede que precisamente ahí, en esa imposible credibilidad, radique una de las claves para explicar la actuación de un Gobierno que se acerca más que nunca antes al programa máximo del conservadurismo español y ya sobrepasa a aquella “derecha sin complejos” de Aznar.

Podemos decir lo que queramos, podemos proponer lo que queramos, podemos hacer lo que queramos. La imposible credibilidad de quien ha abusado de expectativas, promesas, compromisos y palabras es precisamente lo que les deja libres de manos para hacer y deshacer casi a su antojo. Si llega la anhelada recuperación económica, todo nos será perdonado; si no llega, estamos acabados. Tal parece ser la ley, la pauta y la convicción que guía a este Gobierno, su único programa.

Mientras tanto, y a la espera de que llegue ese momento de redención, resistir a cualquier precio, mantenerse en el poder como sea y aprovechar la oportunidad–nada hay ya que perder– para echar más madera a la hoguera en la que arde nuestro menguado Estado de Bienestar. A fin de cuentas, tampoco es tan importante convencer,  “la cuestión – declaró Tentetieso– está sólo en saber quién manda”.




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