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Patti Smith vuelve para narrarse

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Hay diferentes tipos de autores. Los hay que mantienen un único tema, obsesivamente, a lo largo de su trayectoria. Otros tienen una capacidad para transitar diferentes mundos en la ficción y acaban, prolíficos, con una carrera inusual. Y después están aquellos que destilan a través de la experiencia propia un tipo de relato que toca, extrañamente, algo en el lector. A esta última categoría pertenece, sin duda, Patti Smith, que ahora, cuatro años después de abrirse magistralmente en canal con las memorias Éramos unos niños, vuelve con Tejiendo sueños, un libro raro, híbrido entre la poesía y el relato autobiográfico, para adentrarse una vez más en un tiempo pasado.

Tejiendo sueños, que se publicará en Lumen el mes que viene, no es nuevo, sino una reedición ampliada de una obra publicada originalmente en 1992. Para aquellos que busquen lo que le pasó a Patti Smith tras su abandono de Nueva York en 1979 para vivir en Michigan este libro no servirá. O sí, quizás puedan tener un consuelo: Smith acude a su propia vida, una vez más, y narra a través de pequeñas piezas dos momentos de su historia, su infancia en Nueva Jersey entre los 8 y 11 años, y su vida a mediados de los setenta en la calle McDougal, en Nueva York.   

Tejiendo sueños, pues, recorre las señas de identidad de la artista. Sobre todo, reafirma su pasión por la palabra. Para los pocos que piensen en Patti Smith como una rockera metida a escritora, hay que recordar que su pasión inicial (mantenida hasta el día de hoy) fue la poesía, que empezó recitando en el Bowery. Admiradora de Arthur Rimbaud, Charles Baudelaire y Paul Bowles, entre muchos otros, su universo navega entre lo onírico y sensorial, y encuentra en la literatura un espacio de juego acorde. En este sentido, Tejiendo sueños es un primer avance de lo que llegó más adelante con Éramos unos niños: su poder evocador de lo poético comienza a transformarse aquí en la posibilidad de contar historias. 

Y contar historias se convierte en su fuerte enseguida. Smith ha dicho de este libro que es una obra nostálgica  La belleza de lo cotidiano, la posibilidad de huir del tedio a través de la imaginación, la magia infantil, y el poder fantasioso de la naturaleza se unen para devolver el reflejo de una artista que está dispuesta a crearse a sí misma por encima de todo. Tal y como dijo Dave Marsh en su famoso perfil sobre ella en Rolling Stone en 1974, 'Sus caballos tienen alas y pueden volar', Smith tiene la capacidad de inventar su propia historia hasta transformarla en un mito que todo el mundo acaba creyendo.   

Si Patti Smith ha inventado su propio pasado y su manera de narrarse, puede entenderse así como una prolífica adalid de la autoficción. No casualmente, en una lectura de este libro, comenzó hablando de un relato que partía de una foto suya infantil que encontraron en la cartera de su padre cuando él acababa de morir. “Podría ir al psiquiatra”, dijo ella entre sonrisas. “Pero comprenderéis que esto es mucho más satisfactorio”.   

El yo literario en Nueva York 

Si algo demuestra el libro de Patti Smith es que la ciudad de Nueva York ha sido descrita de manera incesante en la literatura, hasta convertirse en un escenario conocido hasta para aquel que jamás la ha transitado. Hay muchos nombres que vienen a la mente para hablar de libros de Nueva York, pero, siguiendo la estela de Smith,  hay un subgénero interesante: la ciudad narrada desde el yo autobiográfico. Porque no hay mejor carta de amor, retrato o radiografía de una ciudad que la que proporciona la experiencia propia, aquí van algunos ejemplos que ayudaron a conformar el Nueva York mítico desde lo literario:  

Música para camaleones, Truman Capote: Lo ortodoxo sería incluir Desayuno en Tiffany's, pero esta última es una obra plenamente de ficción. En cambio, Música para camaleones, como colección de piezas cortas y crónicas contiene un gran fondo autobiográfico y constituye la verdadera pieza de Capote para contar la ciudad a la que llegó de adolescente. Los relatos incluyen sus inicios como escritor en Brooklyn Heighs, su paso al lujoso Upper East Side, y “Una adorable criatura”, la narración de un encuentro triste con Marilyn Monroe que acaba junto a los muelles, rodeados de gaviotas. El escritor que describió Nueva York como “el geiser diamantino” encuentra en este volúmen su mejor espacio para rendirle homenaje.  

Adiós a todo aquello, Joan Didion: Antes de ser conocida en España por sus dos grandes libros-elegía sobre cómo sobrevivir a la muerte de seres queridos (El año del pensamiento mágico y Noches azules) Didion se había consagrado como una de las cronistas más especiales e importantes del periodismo narrativo estadounidense. Didion contradice su primera fama de periodista despiadada en Adiós a todo aquello, un ensayo breve en el que narra su enamoramiento de por vida  de Nueva York y su renuncia a ésta por una trayectoria profesional y familiar en California. La juventud, la libertad, la infinita posibilidad de las cosas, todo queda reflejado en una obra cuyo lema sirvió de ejemplo para todo escritor neoyorquino en ciernes: la buena historia por contar es aquella en la que muestras que sólo duele dejar lo que realmente amas. Y eso siempre es Nueva York. 

Diarios, Andy Warhol: El artista que definió el pop en el mundo contemporáneo dijo estar fascinado con la cultura estadounidense, y es probable que así fuera. Probable. Pero lo que es indudable es que su oxígeno era Nueva York, y así lo demuestran sus diarios. La obra -creada a partir de lo que él dictaba por teléfono a su asistente sobre su día anterior- es un paseo bohemio, divertido, estraño y diletante por la ciudad entre 1976 y 1987. Asistimos a la transformación radical de un entorno urbano que pasa del lumpen a lo gentrificado, a las fiestas con artistas y wannabes, a los cotilleos y la superficialidad de ese momento en ese lugar con esa gente. Y funciona como una verdadera cápsula de tiempo.  

El secreto de Joe Gould, Joseph Mitchell: No hay mejor crónica que relate la historia de Greenwich Village que la del escritor errante Joe Gould. El periodista Joseph Mitchell realizó en los años cuarenta un seguimiento magistral de un personaje a caballo entre el beatnik y el vagabundo, un desclasado que aseguraba estar llevando a cabo una obra magna e inabarcable: “La historia oral de nuestro tiempo”, que pretendía radiografiar la cara oculta de Nueva York a través de lo que contaba su gente. Gould se convierte a través de la narración periodística de Mitchell en la voz -y retratista a su vez-  de los inadaptados en un periplo sin fin por las calles de la ciudad.  

Alcanzar las nubes, Philippe Petit: No sólo el romanticismo plasmó los paisajes a vista de pájaro. En nuestros días, una narración de la ciudad desde el aire puede ser uno de sus mejores homenajes. Este es el caso del funambulista Philippe Petit, que en 1974 atravesó encaramado a un alambre, sin red ni protecciones, el tramo entre las torres gemelas. El acto delictivo, entre lo artístico y lo suicida, llena de vértigo a un lector que no puede sino fascinarse por la hazaña y la manera de relatar del propio Petit. Y, por supuesto, por el vacío: por un lado la ciudad se convierte en abismo, y tras el 11 S, los edificios quedan tristemente ubicados en nuestra conciencia sólo como hueco. 



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