El afamado novelista y fundador del Nuevo Periodismo ha dado una rueda de prensa multitudinaria, enfundado en su sempiterno traje blanco, en la que ha dejado caer alguna de las claves de su trayectoria. Aquí va una radiografía de su trabajo y personalidad, a partir de sus propias palabras.
Amor al periodismo. "Todo periodista tiene la obligación de hacer preguntas a gente que no quiere que se las hagan", empieza Tom Wolfe, con auténtico respeto por los plumillas de la sala.
El padre del ensayo capital sobre el periodismo narrativo, El nuevo periodismo (1973), resume así una profesión que adora y que cimentó la primera parte de su carrera. Desde La Izquierda Exquisita & Mau-mauando al parachoques, 1976 (una feroz crítica al postureo de izquierdas de los setenta y la intimidación racial), a ¿Quién teme al Bauhaus feroz?, 1981 (donde examinó el ostracismo del mundo de la arquitectura), y hasta Lo que hay que tener, 1979 (una obra maestra sobre los pilotos que se convirtieron en los primeros astronautas estadounidenses), todas estas obras forman parte de una pasión por narrar desde la no ficción aplicando técnicas literarias.
Wolfe prepara ahora su retorno con un próximo libro de no ficción, provisionalmente titulado El reino del habla, que tratará sobre los orígenes de la teoría de la evolución. "Es una historia mucho más divertida de lo que la gente cree", declara (y sonríe).
Su fuerte, la crónica. "Empecé a escribir ficción harto de que me acusaran de no atreverme con el gran género". Quien proclamara a mediados de los setenta la muerte de la ficción larga, lleva escribiendo casi exclusivamente novelas desde 1981. Pero en esta dedicación a la literatura permanecen trazos de su pasión anterior, el periodismo, porque en temas, estilo y técnicas, la singularidad de la crónica sigue siendo su fuerte.
Tanto Bloody Miami como La hoguera de las vanidades son radiografías del círculo de poder de dos ciudades, a la manera de en La Izquierda Exquisita, que es una crónica. Su estilo en su última novela conserva también el ritmo pop y las onomatopeyas de sus primeros trabajos, y, como él mismo ha dicho, lo que hace ahora es aplicar las técnicas periodísticas a la ficción.
En todas sus novelas, se ha documentado extensamente, como periodista. Para La hoguera de las vanidades
(1987), siguió a policías de homicidios de Bronx e investigó en los juzgados de Manhattan. Con Soy Charlotte Simmons (2004), su novela anterior, se documentó pasando largas temporadas en el campus de la Ivy League para captar cómo viven los jóvenes universitarios. Y con Bloody Miami, ha indagado por los barrios y los entresijos políticos de la ciudad durante un par de años.Quebrar la jerarquía. "No gana el mejor, gana el aristócrata", afirma Wolfe sobre las estructuras de poder. La fascinación del autor con la jerarquía recorre toda su obra y se plasma especialmente en sus protagonistas: prácticamente, todos WASPS (hombres blancos anglosajones y protestantes).
Wolfe considera que uno de los únicos países que ha logrado romper el dominio de la alta nobleza en el poder es Estados Unidos y, quizás por eso, siempre introduce en sus obras un elemento disruptivo en la férrea estratificación social, con un protagonista deseoso de quebrar esa jerarquía.
Peter Fallow es en La hoguera de las vanidades el periodista perdedor que da un braguetazo; la protagonista de Soy Charlotte Simmons es una joven pueblerina de clase baja que entra becada en una de las universidades más prestigiosas del país; y, ahora, en Bloody Miami, John Smith es el joven reportero ansioso por ascender con una exclusiva.
Entre el todo y la nada. "El mundo se divide entre los que triunfaban en el patio del colegio y los que eran humillados en él", define Wolfe. Este parece ser el telón de fondo para uno de sus temas favoritos: la falta de adecuación del hombre al poder y a lo que se espera de él.
Sus personajes viven en constante horror a decepcionar o a hacer lo incorrecto, tanto en su vida pública como en lo estrictamente sexual. Así, sus yuppies oscilan entre el triunfo desmesurado y el terror al fracaso; los artistas de sus crónicas se saben grandes estrellas, pero se creen impostores; los atletas reyes del equipo fluctúan entre su faceta pública de soberanos de la pista y el miedo a perder todo en un instante, caer en el ostracismo social y, en definitiva, fracasar completamente.
El sarcasmo de acero. No es casual que la primera pasión de Wolfe haya sido la crónica social. El estilete que paseó en La Izquierda Exquisita y en La palabra pintada (1981), donde no dejó títere con cabeza, sigue dispuesto a acabar con todo lo que suene a ligeramente biempensante.
Siempre preparado para dar alguna declaración incendiaria, se definió como partidario de George W. Bush y estuvo dispuesto a acompañar al aeropuerto a todos aquellos intelectuales estadounidenses que, aseguraban, abandonarían el país si ganaba Bush en las elecciones de 2004. Ahora sigue dando guerra.
¿La prueba? Sólo hay que dejarle hablar sobre política contemporánea: "Barack Obama es un símbolo. ¿Quién iba a pensar hace veinte años que un negro pudiera ser presidente de los Estados Unidos? Lo mismo pasa con el actual alcalde de Nueva York [Bill de Blasio]. Que esté casado con una mujer negra, que se definía como lesbiana hasta hace unos años, jamás hubiera sido entendido como una ventaja hace un tiempo. Ahora, eso suma comunidades y votos".
"El mundo cambia. Quién sabe, dentro de poco os podría pasar incluso a vosotros". Tom Wolfe finaliza la rueda de prensa con media sonrisa, recochineándose de los liberales europeos. Una vez más.