Pregunta. ¿Qué le pareció la reacción de Carlos Fabra mostrándose feliz después del fallo que lo condenaba por fraude fiscal?
Respuesta. Un buen indicativo del grado de corrupción moral que hemos alcanzado. ¿Se imagina usted al padre de esos niños, Ruth y José, diciendo: "Estoy feliz porque solo me han condenado por el asesinato de mis hijos". Afortunadamente, el asesinato de tus propios hijos todavía genera repulsa en la sociedad española. No sé por cuánto tiempo, dada la velocidad con que se deteriora nuestra moral, pero todavía genera repugnancia. Sin embargo en España es verosímil que alguien convoque una rueda de prensa para decir que está feliz porque solo ha sido condenado por robar dinero público. Es tan verosímil, que Fabra lo ha hecho.
P. No parece muy apropiado comparar el asesinato de esos niños con el fraude fiscal.
R. No estoy comparando el asesinato de esos niños con el delito fiscal. Estoy diciendo que hay crímenes que ya no producen repulsa. Estoy quejándome de que muchos españoles no consideran que el fraude fiscal sea un robo.
P. No sé qué decirle. En los últimos años se han sucedido las manifestaciones contra los recortes. La gente ha salido a la calle para denunciar la corrupción. La marea blanca de apoyo a la sanidad pública ha sido un éxito... ¿Es eso ser tolerante con el fraude fiscal y con el despilfarro de dinero público?
R. La rueda de prensa de Fabra, el solo hecho de que al tipo se le haya ocurrido celebrar una rueda de prensa después de su condena, me indica que seguimos considerando el delito fiscal un delito menor. Los sujetos como Fabra son como los insectos necrófagos: tienen un instinto especial para detectar qué parte del cuerpo social está podrida o muerta porque ahí está su alimento. Si Fabra dio esa conferencia de prensa fue porque sabía que podía darla, que resulta beneficiosa para su imagen y su estrategia. De hecho, no había castellonenses a la entrada o a la salida de la rueda de prensa para gritarle que era un ladrón. Y los periodistas no se levantaron y se fueron cuando él les dijo que eran tan defraudadores como él, que la única diferencia era que a ellos Hacienda les había hecho menos inspecciones.
P. No sé si esta debe ser la reacción de los periodistas.
R. Lo que quiero decir es que estamos permitiendo que este tipo de delincuentes construya y difunda su propio discurso, sin darnos cuenta de lo tóxico que es. Le dejamos que hable y no construimos un discurso alternativo. Condenado por ladrón, a cuatro columnas. Y luego, el vacío social, la muerte civil. A sus ruedas de prensa no tendría que ir ni un solo periodista. Si este fuera un país sano, Fabra tendría que cambiarse el orden de los apellidos y exiliarse a Luxemburgo.
P. ¿Y por qué somos según usted tan tolerantes con el fraude fiscal?
R. Yo también me lo pregunto. Imagínese que Carlos Fabra fuera cleptómano. Imagínese que en una reunión del PP de Castellón una militante lo pillara con la mano dentro de su bolso. Seguramente la señora le daría una hostia o se pondría a gritar o llamaría a la policía. A los militantes del PP les molesta tanto como a usted o como a mí que les manguen la cartera. ¿Por qué no reaccionan con la misma resolución cuando el ladrón es pillado con la mano dentro de la Hacienda?
P. Por fidelidad, porque la pertenencia al mismo partido está por encima de cualquier otra cosas, porque los partidos consideran una debilidad condenar a un militante, y porque si hoy condenas tú, mañana te pueden condenar a ti.
R. No. Yo no lo creo. Toleramos el fraude fiscal porque no tenemos conciencia de que somos propietarios de bienes públicos. No sentimos que el dinero de Hacienda nos pertenece como nos pertenece el que tenemos en la cartera. Nos sucede con las tarjetas de crédito: que pagas con VISA y parece que ha pagado otro. ¡Cómo no nos va a suceder con Hacienda! Al no ver el dinero de nuestros impuestos, no lo consideramos nuestro. Pensamos que el dinero de los ayuntamientos y de los ministerios es un dinero que no tiene dueño. El otro día mi mujer, que trabaja en un instituto de enseñanza secundaria, les dijo a unos chavales que si se rompía el pupitre iban a tener que pagarlo entre todos. ¿Y sabe qué le contestaron los chicos? Que de eso nada, que el pupitre no era suyo, sino del instituto.