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Un inmenso error

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Las cartas ya están sobre la mesa. Literalmente. El presidente del Gobierno acaba de enviar su respuesta a la reivindicación del presidente de la Generalitat. Y no hay sorpresa. Mariano Rajoy sigue sin entender lo que ocurre en Catalunya. Es el mismo político que recogía firmas contra el Estatut de Catalunya o miraba hacia otro lado cuando su partido y el mundo que representa mantenían un histórico desprecio hacia la identidad catalana, sus aspiraciones, cultura, lengua e, incluso, progreso económico. La carta es un nuevo error. Un inmenso error. Un paso más en el adiós a España que sienten millones de catalanes. Un nuevo golpe a los catalanes que aún intentan mantener puentes entre las dos realidades y a quienes apenas les quedan argumentos.

Rajoy habla de diálogo, pero inmediatamente recuerda cual es el límite: el marco jurídico, La Constitución. La ley de leyes que para una mayoría creciente de catalanes se ha convertido en la barrera de sus anhelos. Y una ‘tercera vía’, cualquier intento de recuperar un posible encaje de Catalunya en España, pasa inevitablemente por una profunda reforma de la Constitución. Sin reforma no hay posibilidad de un futuro compartido. E, incluso, quizás ya es demasiado tarde para quienes sólo ven una alternativa en la independencia.

“El diálogo – dice Rajoy – no tiene fecha de caducidad cuando se trata de atender al interés general de los españoles y, por ello, de todos los catalanes”. El presidente del Gobierno sabe que una mayoría de catalanes (más del 70%) reclama el “derecho a decidir” lo antes posible y fija el 2014 como “fecha de caducidad”. Y en la misma frase, Rajoy pone las aspiraciones catalanas en el marco del interés general de todos los españoles, cuando desde Catalunya se reclama una negociación bilateral con el Estado.

En dos párrafos, Rajoy da, sin pronunciarlo, un rotundo ‘no’ a la petición de un referéndum acordado con el Estado. Y lo justifica en los “enormes costes afectivos, económicos, políticos y sociales”, sin valorar cuáles son los perjuicios de ahondar la fractura social que implica dejar a millones de catalanes sin la posibilidad de ejercer el derecho democrático que reclaman. Los costes, que existen sea cual sea el camino a seguir, son muy superiores si parten de la frustración.

El presidente del Gobierno habla de “huir de enfrentamientos” y del “fortalecimiento de los lazos”, pero olvida que él y su partido combatieron durante años la mano tendida de Catalunya, las propuestas de pacto que representaban el Estatut. Hablar ahora de “lealtad recíproca” y “fomento de corresponsabilidad” suena a palabras vacías. Llegan demasiado tarde y no resultan creíbles. La mayoría en Catalunya no se siente una “singularidad”, si no una nación con derecho a decidir su futuro dentro o fuera de España. “Juntos – afirma Rajoy - ganamos todos y separados todos perdemos”. Y posiblemente tiene razón. Pero la inmensa mayoría de catalanes quiere decidirlo en las urnas. Unos para elegir la independencia. Otros para seguir juntos sobre unas nuevas bases. En cualquier caso el actual estatus quo está plenamente superado. No es una opción. Es el camino más rápido a la desafección definitiva de Catalunya respecto a España. El inmenso error que, de nuevo, acaba de cometer Mariano Rajoy y su partido. 









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